La deuda con la juventud crece cada día


JESÚS HELÍ GIRALDO GIRALDO

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El regalo de Navidad para los jóvenes colombianos que cursan estudios en las universidades públicas es el más negativo y miserable en muchos años: la pérdida de un semestre de estudios que no podrá recuperarse nunca, el tiempo que se va no vuelve, sobre todo en lo que respecta al conocimiento, éste es como el agua del río que nunca es la misma. Lo dijo Heráclito: “nadie se baña dos veces en el mismo río”, la información crece cada instante, por eso hay que aprovechar al máximo el tiempo del saber.

¿Cuántos conocimientos dejados de recibir? Libros cerrados y profesores sin a quien transmitir sus enseñanzas, aulas desocupadas y planteles educativos vacíos. ¡Qué desesperanza¡¡Una pérdida irremplazable ¡Es la desilusión ante un gobierno indiferente ante una de las causas principales de la nación!

Si la educación no importa, entonces ¿en qué país vivimos? ¿Para dónde vamos? ¿Qué futuro nos espera? La educación es el alimento del espíritu y por consiguiente una necesidad básica del ser humano, como lo es la comida para el cuerpo. El Estado tiene la obligación de satisfacer las necesidades básicas de la población, de lo contrario el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no tiene razón de ser, la, así, llamada Democracia, es un engaño.

Cada día es más grande la deuda que tenemos con la juventud, la hemos dejado sola. Marcharía a la deriva si su inteligencia, su ímpetu, su compromiso con la libertad y la independencia, con el cambio constante que, efectivamente, identifica su proceso de vida, su primavera, no fueran su antorcha encendida y una bandera izada.

Una burocracia atornillada en el poder sostenida por políticos, de los cuales la mayoría sólo piensa en la próxima campaña, convirtiendo su curul en una empresa reeleccionista, han cerrado el paso a nuevas generaciones, por lo cual los jóvenes que alcanzan a terminar sus estudios tienen que huir del país ante la falta de oportunidades. Otros no encuentran trabajo por razones políticas y por otros agravantes como la falta de experiencia, es el colmo exigir dos años de experiencia a quien apenas deja las aulas, en lugar de ofrecerles la inducción necesaria.

¿Cuántos jóvenes han emigrado a estudiar a otras latitudes? Veinte mil en Argentina, cerca de cuatro mil en Alemania, y sumas similares o significativas en Francia y otros países, a manera de ejemplo. Y los que no ingresan a los estudios superiores, ¿qué? Muchos años pasaron sin poder emplearse, hasta que se vuelve viejos, por carecer de libreta militar, una grave injusticia que ya parece subsanada, en primera instancia, falta la segunda: la oportunidad de trabajar. La sociedad entera tiene que volcarse hacia sus jóvenes, nuestros jóvenes, reivindicarse con ellos, la primavera espera que veamos su resplandor. Bienvenido el cambio que la juventud pregona.