Como una elegía al dolor y al sufrimiento humano

Por Gerardo Cisneros

Sería difícil creer que, se pudiese agrupar tantas expresiones de sufrimiento, en una sola semana, de no ser que, existiera la Semana Santa en Popayán. La misma alma de la ciudad se observa acongojada, adolorida, cobijada por una pena que, no sabe dónde se ubica y por lo tanto no la puede tratar.

Así, he visto siempre la Semana Santa en la ciudad blanca, como una elegia al dolor y al sufrimiento humano, perfectamente reflejada en cada rostro, producto de delicada talla, de las inertes imágenes.

Año tras año, están son llevadas en andas, año a año, propios y extraños acuden a este, para mí; extraño desfile.

¿Cuál es el proceso mental colectivo, que hizo posible su creación y el posterior mantenimiento de esta tradición?

Me quedo, con la que, más me interroga; la probable identificación colectiva con un cuerpo de dolor, proceso ancestral, casi reclamado como herencia. Dolor que parece disfrutarse (esa, es una de las características del cuerpo del dolor; individual o colectivo) Aun tengo en la memoria, las expresiones faciales de los feligreses que, apretujados en las aceras, buscan reflejarse con cada imagen; como poseídos de un extraño embrujo, validado por el redoble asfixiante de los tambores, magistralmente vibrados por hombres, con gestos que, semejan a los de, los pasos.

Es un desfile de armonía con el dolor; marcha fúnebre en la cual hay un instante fantasmagórico en que la energía de todos los participantes, se hace una sola. Cargueros, alumbrantes, gente apiñada en coloniales balcones, imágenes, propios, visitantes, la misma noche parece detenerse para observar y al mismo tiempo hacerse participe de ese cuerpo de dolor ambulante, muerto; lleno de vivos, extrañamente asombrados ante la materialización e identificación con el cuerpo del dolor.

Es que el dolor, para algunos, tiene algo de sublime; y más aún, cuando se relacionada con el ego, y viene envuelto en religiosidad.