Otro enemigo silencioso de una Colombia en paz

CATALINA LÓPEZ VEJARANO

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La política, la economía, la religión, entre otros, pueden asociarse con una partida de ajedrez. Para comenzar, la primera decisión que se toma es involucrarse en la actividad y sumergirse dentro del juego. Luego, comenzamos a situar nuestras fichas y a elaborar una estrategia que esperamos pueda brindarnos la victoria. En cada nueva jugada, debemos realizar sacrificios para que el desenlace nos favorezca y así conseguir salir triunfantes. A pesar de que existen elementos similares entre este juego de mesa y los diferentes ámbitos de nuestras vidas, no debemos olvidar que las decisiones que tomamos en la realidad tienen repercusiones sobre muchas otras personas.

Tanto en el ajedrez como en la vida real, los seres humanos experimentamos diferentes sensaciones como: alegría, tristeza, envidia, entre muchas otras. La alegría nos invade cuando conseguimos concluir una jugada elaborada, la tristeza nos domina en el momento que debemos enfrentar una derrota y la envidia tiene brotes cuando somos testigos de que alguien logra algo que anhelábamos. Sin embargo, a diferencia del juego, en la realidad cada uno de nosotros va decidiendo cuáles de estos sentimientos alimenta y cuáles decide controlar para evitar que incrementen su trascendencia en nuestras vidas. Lamentablemente pienso que muchas personas permitieron que su envidia incrementara, y eso llevo a que se convirtiera en el motor de las decisiones de muchos.

Resulta casi imposible pensar en el escenario de una Colombia en paz si muchos de nuestros líderes, dirigentes y personas influyentes en la toma de decisiones permiten que el sentimiento de la envidia sea el que guie sus caminos.

En muchas ocasiones, aquellos individuos que han permitido que la envidia, el rencor y el odio definan sus caminos, olvidan que las decisiones que toman no solo tienen repercusiones para ellos, sino que tendrán implicaciones en otros, y posiblemente estos saldrán perjudicados sin tener ningún tipo de responsabilidad sobre lo que está sucediendo.

Cada uno es responsable de sus decisiones y tiene la libertad de desarrollar su personalidad de la manera que considere pertinente, no obstante, me parece preocupante el hecho de que las personas que se definen a partir de la envidia son individuos que se encuentran en posiciones influyentes. Concretamente, muchos de ellos son líderes dentro de nuestra sociedad y el sesgo que les genera este sentimiento lleva a que el bien común pase a un segundo plano, debido a que destinan sus habilidades, su poder y su tiempo en perjudicar a otros sin motivo aparente.

Es el momento para que dejemos de lado aquella ilusión de que obtener un país en paz depende de las negociaciones y la implementación de acuerdos, porque conseguir este objetivo implica que cada uno de nosotros decida cambiar determinados elementos. Cómo podemos imaginar un país en armonía si permitimos que aquellos que nos lideran sigan enfrentándose en juegos de poder, disparando municiones entre ellos, planeado estrategias para embaucar o difamar al otro y alimentando sus egos. Debemos dejar de ser los peones que sacrifican, debido a que el futuro de nuestras vidas, carreras e incluso de nuestro país no es un juego de ajedrez donde, si hay equivocaciones, siempre habrá la posibilidad de pedir una revancha e intentarlo de nuevo.

Como mujer joven, me siento abrumada por la cantidad de relaciones hipócritas donde las puñaladas por la espalda son el pan de cada día. El conseguir construir un país más pacífico implica también luchar contra las raíces de odio y rencor que se están estableciendo tan cómodamente en nuestra sociedad. Es necesario demostrar que no queremos continuar formando parte de un escenario donde la miseria de otro significa la alegría para alguien más; porque si permitimos que nos hagan un jaque mate debido a que muchos prefieren confabular, conspirar y desprestigiar, debemos cuestionarnos si en realidad merecemos tener una Colombia en paz.