Escribir los territorios de niebla

Un libro impulsado por fuertes sentires colectivos que, en gran medida, redescubren mediante el lenguaje, la palabra y el transitar de los caminos antes recorridos por quillas y yanaconas.

Nota de Redacción. Este jueves 13 de septiembre en el Banco de la República, a las 6:00 p.m. se hará la presentación del libro Mirada al Sur, del escritor caucano Juan Carlos Pino. La obra recoge 35 crónicas de viaje sobre el Macizo Colombiano. Este, un breve comentario sobre la obra, realizado por el comunicador Fernando Cortez.

La obra recoge 35 crónicas de viaje sobre el Macizo Colombiano. Este, un breve comentario sobre la obra, realizado por el comunicador Fernando Cortez. / Fotos Suministradas – El Nuevo Liberal.

Mirada al Sur hace un retrato certero de lo local, al tiempo que logra hacer de estas especificidades del Macizo Colombiano condiciones reconocibles como propias en otras latitudes.

Mirada al Sur es un homenaje a todo el territorio maciceño: a sus habitantes, a su historia, a sus formas de ser y estar en el mundo.

“Sur con mayúscula, como lo haría Borges”, le oí decir alguna vez a Juan Carlos Pino mientras intentaba convencernos a nosotros, sus estudiantes, de nuestra condición divina transmutada frente a una hoja en blanco. Esto, sin temor a equivocarme, resume un poco el carácter de su nuevo libro Mirada al Sur: Travesías por territorios de niebla, que acaba de publicar el Sello Editorial de la Universidad del Cauca. En estas crónicas de viaje, el autor hace un recorrido por algunos lugares marcados por experiencias y reflexiones personales e indaga también sobre la idiosincrasia, la cultura, los personajes y alguna porción de la historia reciente del Macizo Colombiano.

–Yo nunca he podido salir del Sur –dirá tiempo después en algún recorrido por el centro de Popayán–. Siempre está presente en mi obra: en algún personaje venido de allá, en alguna referencia geográfica o histórica que remita a él, en las cavilaciones solitarias de un exiliado, o en el peregrinaje paciente por montañas, bares y gentes ajenas a mi natal Almaguer.

Bien lo dice Oscar Wilde: “todo lugar que amamos es para nosotros el mundo, pero el amor no está de moda; los poetas lo han matado. Han escrito tanto sobre él, que nadie les cree ya”. Mirada al Sur hace todo lo contrario: habla y camina un mundo poco contado, poco narrado, solo existente en los pies y las manos de quienes trabajan por él, y en la ferocidad asesina de unos otros cuantos que buscan su aniquilación guiados por su ambición y su sevicia. Juan Carlos Pino reinventa con su texto una región olvidada pero trascendental, incluso, para el destino del mundo entero.

Esta obra así lo constata. En ella se puede apreciar un ánimo intimista del autor que, a mi modo de ver, se esfuerza por contarse a sí mismo desde una perspectiva que ahonda en la idea de un ser habitado por estos territorios de niebla. Un libro impulsado por fuertes sentires colectivos que, en gran medida, redescubren mediante el lenguaje, la palabra y el transitar de los caminos antes recorridos por quillas y yanaconas, una región diversa, enjundiosa y universal. Mirada al Sur hace un retrato certero de lo local, al tiempo que logra hacer de estas especificidades del Macizo Colombiano condiciones reconocibles como propias en otras latitudes. “Escribir estas palabras es arañar un poco apenas un universo esplendoroso y trágico (…) para luego contar historias en las que sea posible reconocer de lo que estamos hechos en este país y en este continente”, dice el autor.

Mirada al Sur es un homenaje a todo el territorio maciceño: a sus habitantes, a su historia, a sus formas de ser y estar en el mundo, a sus luchas incansables en busca de la perduración de la vida ahí, a los personajes anónimos que madrugan a sembrar de magia y esperanza sus huertos, a los ríos y quebradas valerosas que se despliegan por veredas y corregimientos en donde la vida se ha negado siempre a desaparecer, a la casa de bahareque resquebrajado por el tiempo, a las naranjas más dulces del mundo, al vaso de café caliente tomado a sorbos alguna mañana de una infancia ya lejana pero siempre pertinaz y fecunda en la memoria y los pasos de quienes nunca se han ido de ahí. Es un homenaje a la América Latina toda, mayúscula, desigual, trastocada, rica, valerosa, sabrosa: una América Latina hecha de pueblo macizo.