Caos político, social y cultural

MATEO MALAHORA

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Escuchando a quien fuera mi profesor, el intelectual Fernando Cruz Cronfly, quien piensa que vivimos en una época donde impera la hiperrealidad, considerada como una de las identidades del mundo posmoderno, se llega a la conclusión de que la humanidad está viviendo un momento turbulento donde está en juego la inestabilidad de casi todo, bajo el abrigo agrietado del neoliberalismo.

Pensar sin modelos, sin acudir a las viejas seguridades, admitir el caos y, aun así, huir del pensamiento complejo y tratar de simplificarlo todo, huyendo del diálogo creador y de los dispositivos que sirven para negociar con las nuevas realidades, son síntomas de un nuevo fenómeno que se instala por doquier en los esferas de las ciencias, la política y la cultura. Todas reciben palo de la realidad mediática y la tecnología virtual contemporáneas.

La humanidad no parece escuchar los sonidos que dejó instalados la modernidad antes de irse, para que la conciencia global no escuchara el advenimiento de un nuevo desconcierto.

Desorden, o como lo quiera llamar, en la “aldea global” de Marshall el horizonte histórico que pretendió unificar las ciencias, las ideologías, la política y la economía se ha fragmentado en paisajes donde el individualismo afina y modula las flautas para que los comensales, que puedan hacerlo, orgiásticamente privilegian más los valores de cambio que los valores de uso.

No solo las ideologías, de las que hablara Fukuyama, idóneo portavoz del Pentágono, sino la ciencia, los valores morales, los criterios éticos y estéticos, han sido pulverizados, y con el ascenso de la hiperrealiadad se ha desmantelado lo que parecía sólido, y lo líquido ha pasado a ocupar la indeterminación de todo lo cognitivo, a tal punto que llegarán lapsos en que la virtualidad hará parte del sentido común.

Una nueva racionalidad nos ha sido impuesta para que nos miremos en el espejo soberbio del mercado y como en los tiempos del pensamiento colonizado vivimos simulando realidades como si ellas fueran la realidad misma.

El racionalismo como tradición filosófica ilustrada fue desplazado sin haber tenido tiempo para crear un pensamiento duro, dando paso a la relativización de las verdades y de los discursos dominantes.

¿Por qué seguimos hablando de “modernidad” si su hegemonía, como dispositivo cultural, quedó hecho “trizas”, sus categorías evaporadas y sus credos eternos desaparecidos?

Pensar con criterios de centralidad, que nos condujo al eurocentrismo, al etnocentrismo y al tecno centrismo, es hoy una frivolidad; la idea es que ya no habrá más un centro como en los tiempos de la “Ciudad Luz”, o cuando la “Libertad” era una estatua, ahora el centro es financiero y se encuentra en todas partes del orbe, no admite la soberanía de los Estados, todo a la vez puede ser centro y contorno, eje y orilla, núcleo y arista y el carácter equilibrado del progreso es una baladronada.

Ni los vivos ni los muertos nos unen, ni mucho menos los que no han llegado todavía; en la fiesta de la miseria humana, donde todos se divierten con una temporalidad irracional sujeta a normas, la empatía es artificial y los asistentes aspiran a salir temprano de la ceremonia.

Todos los saberes han colapsado y asistimos a la disolución de las viejas fronteras que nos limitaban en el pasado; la clásica tradición ilustrada de la escuela y el ciudadano no llegaron a civilizarnos plenamente y oscilamos como seres vivientes entre un cincuenta por ciento de animalidad y otro cincuenta por ciento de humanidad. (Cruz Kronfly).

La deriva del sujeto, no solo como individuo sino como colectivo, eclipsó el arte, la historia, el conocimiento y la política, abriendo sus fauces para que en la escena reaparezca en el teatro Milan Kundera con “la insoportable levedad”, sustituyendo infortunadamente a quienes convirtieron la dialéctica marxista en un recetario de fórmulas vacías, ideologías de aparato y mescolanzas teóricas o, cuando no, rindiéndole culto religioso a la “microfísica del poder”, al mejor estilo de Foucault.

Por ahora los pueblos no son dueños de su casa ni capitanes de su propio destino y miran con suspicacia, creada por la mundialización mediática, toda tentativa de escrutar mejores tiempos.

Salam Aleikum