Inviabilidad para la solución negociada



MIGUEL CERÓN HURTADO

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La historia de Colombia es la narración de los distintos capítulos de guerra y violencia. Desde 1812 cuando la Patria Boba en que peleaban los federalistas y los centralistas y hasta nuestros días, ha sido una sucesión de hechos que empotraron en la conciencia colectiva nacional una cultura de violencia y pugnacidad que hoy inunda todos los espacios del ordenamiento social y geográfico del país.

Durante el Siglo XIX hubo 9 guerras civiles de cobertura nacional y 14 guerras regionales, siendo las más relevantes las de 1839, 1851, 1854, 1860, 1876, 1884, 1895 y la Guerra de los 1000 días con la que se cerró el siglo. En el Siglo XX, los extensos períodos de conflicto como el de los primeros 30 años con dominación conservadora, luego el período denominado de la “Violencia Liberal-Conservadora” que se agudizó en 1948 cuando se gestaron las guerrillas liberales y más adelante, en 1964, cuando surgieron las guerrillas revolucionarias en contra del sistema capitalista, que ya en la última década se criminalizaron con la contaminación del narcotráfico. Y en el presente siglo, la violencia se diversificó y el fenómeno se ha hecho más complejo con la aparición de los paramilitares, las bacrín y otras fuerzas bélicas ilegales que enturbian más el panorama de la convivencia social.

Pero el fenómeno de violencia y conflicto no es solo la manifestación de fenómenos armadas organizados, sino que sus raíces están en lo más profundo del espíritu de la sociedad, de donde surgen los actores armados. El conflicto nace en el seno de la familia misma con el maltrato infantil y la violencia contra la mujer, se extiende en la vida barrial con roces entre vecinos, penetra en los escenarios laborales con bandos en punga en el interior de las empresas. Ya el ímpetu del conflicto ni siquiera permite transitar por las calles manejando un carro en paz porque hay que estar a la defensiva frente a otros conductores. Las guerras barriales entre pandillas de jóvenes que delimitan fronteras territoriales y los enfrentamientos entre hinchas de los equipos de fútbol, han sembrado una conciencia antisocial en los jóvenes que crea escepticismo sobre el futuro de la juventud actual,.

La ideología de violencia está tan arraigada en los tuétanos de nuestra patria, que en el campo político hace imposible recurrir a la solución negociada y pacífica de los conflictos. En el mundo contemporáneo y considerando las malas experiencias de las guerras, en todos los países se recomienda que, en concordancia con la dignidad de la especie humana, las comunidades deben utilizar la solución pacífica y negociada de los conflictos. Pero en Colombia, parece que esto es imposible, según se deduce de los resultados del plebiscito por la paz que hizo el presidente Santos, donde hubo mucha gente del estrato uno que votó en contra porque no podían tolerar que a los exguerrilleros les dieran concesiones. Mucha gente de todos los niveles socioeconómicos no entiende ni acepta qué es una solución negociada al conflicto, porque solo concibe la alternativa de triunfo y derrota con sus efectos de premio y castigo. La opinión pública no diferencia entre valor y precio y por supuesto, en lo que significa el beneficio medido en términos de precios hedónicos, por lo cual se manifiesta una negativa generalizada a reconocer los beneficios sociales de un proceso, que son intangibles a primera vista, pero que propician situaciones de bienestar colectivo en el largo plazo; y por ello, solo piensan en las mediciones en dinero y se niegan a aceptar las concesiones para los grupos armados, propios de cualquier negociación de paz. Lo que se aprecia, es que gran porcentaje de población es partidario del conflicto armado y apoya las propuestas beligerantes para afrontar las posiciones encontradas en el terreno político, lo cual conduce a pensar que en este país, estamos condenados a vivir en un ambiente de violencia y guerra porque, tratándose del conflicto sociopolítico, hay inviabilidad para la solución negociada.