Apología a la resistencia

Desde la marcha del martes 23 de octubre, los estudiantes de la Universidad del Cauca, decidieron acampar de forma pacífica en el Parque Francisco José de Caldas. Allí, se han dedicado a volcar todo su aguante, su creatividad y sus ganas por defender la educación pública. Crónica del campamento universitario.

Por Laura Manzano Pemberthy y Carlos Julián Ayala

www.comarca.com . Universidad del Cauca

Llueve en Popayán. Los nubarrones coronan el cielo de las cuatro de la tarde. Las formas del Parque Caldas son, ahora más que nunca, bastión del desamparo. El viento parece levantar con alevosía las voces de decenas de estudiantes que claman, con el agua escurriendo entre los dientes: ¡Llueva o truene, el paro se mantiene!

Más de cincuenta carpas de tela sintética danzan endebles ante la llovizna. Los paraguas se dan la vuelta. Los estudiantes siguen gritando. Las gotas de agua que caen necias, se vuelven aliciente de cantos jubilosos y valientes.

Un montón de jóvenes se escampa en los portones de la catedral. Las puertas de la basílica están cerradas: no las han abierto desde que se instaló el campamento universitario.  Otros tantos buscan refugio debajo de una lona negra: esperan, con la ansiedad del trabajo y las ganas, que cesé el diluvio para reanudar sus labores.

“Instalamos el campamento, porque nos interesa llegarle a la gente y para eso es necesario salir de la universidad. Queremos Invitarlos a hacerse preguntas, que vean lo que nos pasa, desarrollar un ejercicio constante de visibilización que involucre a la comunidad”. Víctor García es estudiante de Biología y vocero estudiantil, lleva una gorra y en su cara se alcanza a ver el cansancio de quien no ha dormido lo suficiente. El desgaste de la lucha se le escapa cada vez que parpadea. Sí, es una lucha.

El prestigioso pedagogo Julián de Zubiría, en medio del aguacero, alienta a los cansados. Insiste en que de nada sirve tirar piedras o rayar monumentos. Que mejor se regalen abrazos y se enciendan velas en medio de la noche. Que unos cuantos encapuchados no pueden demeritar el tan arduo trabajo que se ha realizado. “Viva el paro nacional por la educación”, dice, mientras se despide. Los espectadores aplauden, chiflan y vuelven a aplaudir. “Todos los días nos ha llovido, se han empapado las carpas, y, sin embargo, acá estamos”.

 

Energía que contagia

La cocina es el taller de escultura que hay en la Casa Torres, la Facultad de Artes. Los mesones donde se moldean cabezas de arcilla son hoy el espacio para picar tomate y cebolla, para adobar pechugas de pollo y rallar zanahoria.

En la pared está atravesado, por una puntilla que ya estaba ahí, el inventario de los víveres: una hoja de papel línea corriente donde llevan registro de todo lo que llega. Todas donaciones.

El jueves, por ejemplo, con 30 latas de atún y muchos gramos de espagueti se le dio de comer al campamento. Asimismo, han preparado sancocho, chocolate, lentejas, arroz con pollo y hasta crispetas.

“La gente nos ha copiado mucho. De la galería a cada rato mandan cosas. Hemos despertado la solidaridad de las personas. Eso ha sido muy bonito”. Mario Peña es el jefe de cocina, estudia Ciencias Políticas y Gastronomía.

Muchas personas se acercan al campamento. Aceptan las condiciones de permanencia: no consumo de bebidas alcohólicas ni sustancias psicoactivas. La energía que despiden las carcajadas de los congregados se contagia. Todo el tiempo está llegando gente. Atraídos por la curiosidad que se les mueve en las entrañas, por el fulgor que se les expande por el pecho o esa necesidad somnolienta de ayudar que despierta con las causas justas.

 

Disparar flores

La voluntad y la fuerza que mueve a los estudiantes, profesores y trabajadores ha podido con todo: los prejuicios, el clima, las miradas indiferentes, el escepticismo, y, sobre todo, la desidia del gobierno. Porque eso hay que decirlo, la actitud y la conciencia con la que miles de personas se manifiestan a diario contrasta con el desinterés y la parsimonia con que responden los padres de esta patria huérfana.

El talante de los estudiantes se ha puesto a prueba desde el génesis de esta resistencia. Los muchachos quieren hacer las cosas bien, por eso las manifestaciones que se elevan hoy, están cargadas de crítica, de amor, de tolerancia y mesura. Por eso se asesoran con entidades como la Personería del pueblo y comisiones de Derechos Humanos. Por eso trabajan organizadamente y designan comités: alimentación, seguridad, logística, comunicaciones, entre otros. Por eso estampan camisetas y tocan jazz y saltan la cuerda y proyectan películas, porque no solo las palabras dicen cosas, porque hay más formas de hacer las cosas y por las buenas también se puede.

Andrés Meneses se declaró en huelga de hambre el jueves 25 de octubre. Es estudiante de Ciencia Política en la Universidad del Cauca. Cuando hizo pública la decisión de sumarse a este tipo de protesta, animado por el compromiso y el ejemplo de personas como Adolfo Atehortúa, ex-rector de la Universidad Pedagógica Nacional, el respaldo de sus compañeros fue inmediato. Dice que no le contará a su familia. Ellos están en Nariño y no tienen ni idea de que hoy Andrés lleva en su cuerpo el peso de una lucha.

Fernanda estudia Fonoaudiología. Lleva un pañuelo blanco en el cuello, un gorro desechable y guantes azules de látex. Ayuda en la cocina y dice que nunca se había sentido tan comprometida con la U. Es de un pueblo cercano y reconoce, como muchos otros estudiantes, que ha tenido que ocultar algunas cosas para poder seguir en Popayán mientras hay paro indefinido.

―¿Y vos qué le dijiste a tu mamá? ―le pregunta un compañero

―Pues que tengo rote en el hospital, ¡ja!

“Lo mejor es ver cómo nos ayudamos entre todos. Cómo nos reconocemos y nos sentimos parte de algo. Saber que lo más importante es el bienestar colectivo y la unidad que existe”, dice Fernanda Calambás con candidez. Estudia Comunicación Social y hace parte del comité de seguridad.

En esas apreciaciones coinciden muchos campistas y personas involucradas en el proceso. La solidaridad, la empatía y la laboriosidad pululan por los alrededores del parque, siempre hay alguien dispuesto a ayudar. Estudiante, profesor, trabajador, vecino, amigo, la señora de la tienda, el tipo que camina sin prisa. Aquí ninguna acción se queda pequeña y todos parecen entender el sentido de lo simbólico y la magnitud de la lucha. Todos saben que hay mucho por decir. Todos los saben, callar es igual a morir.