FESTIVIDADES CIERTAS

Columna de opinión

 (De la Serie “Cartas a mi nieta”)                                                                             

Por Roberto Rodríguez Fernandez –  

Mi amada jovencita, decía acertadamente otro niño que cuando los mayores piensan en divertirse se ponen muy tensos. Profundizando en este pensamiento se concluye que realmente no se trata de divertirse sino de evadir la realidad que nos ha tocado vivir. Algunos se preocupan por obtener ganancias, otros parece que se empecinaran en ejercer los disciplinamientos, unos cuantos derrochan lo poco que se tiene, otros se vuelven agresivos. 

La moralidad imperante aquí y ahora nos lleva a entender los placeres como consumismos, probablemente porque ahí está el negocio de las adicciones. El uso y abuso de mercancías o productos que no son indispensables son las ganancias de los mercados sociales. Las publicidades nos crean la necesidad de dilapidar el dinero en artículos suntuosos, que al poco tiempo olvidamos.

Esa es la felicidad aburguesada que se plantea como fantástica, facilista, irracional, basada solo en imágenes espectaculares, acríticas. No se aceptan pensamientos o conductas que sean diferentes o que no se puedan controlar. Se evade lo verdadero, se cae en adicciones y en violencias, con el criterio populista de que todos tenemos derecho a divertirnos como queramos. 

Sin embargo, Antonelita, aquí quiero conversarte sobre otro tipo de festividades. Existen unas moralidades populares que conciben lo bueno y las celebraciones desde otros puntos de vista, incluyendo los diferentes gustos y formas de entretenimiento. En ellas lo agradable para las personas está ligado a lo que se disfruta con todos los demás, limitando los individualismos y logrando alegrías racionales para cada ser y al tiempo también para la comunidad. No existen allí locuras exclusivas o excluyentes, sino recreos compartidos. 

Esta concepción optimista de los seres y vidas humanas y naturales incluye a todos, constituye un mundo donde florecen las riquezas culturales, espirituales, sociales, que son festejos diversos para los sentidos. Es la felicidad que consume solo lo necesario, que disfruta de lo poco que se tiene, que reconoce derechos ciertos y plantea deberes ineludibles. Tiene límites, claro, pero realmente democráticos. 

Así, mi privilegiado cerebrito, diferenciando entre ocios inciertos y festividades ciertas, a pesar de las circunstancias adversas que imponen el capitalismo, el colonialismo, y el patriarcalismo, hay gente que busca mejorar las calidades de vida, incluyendo las formas de distracción, pero que necesitan ciertas bases indispensables. Se requieren vidas productivas y satisfactorias, que valoren las existencias y las amistades. Debe tenerse como meta o propósito individual y colectivo la convivencia, y esta solo sería posible si descolonizamos las maneras de asumir nuestros placeres. Es decir, si hacemos realidad aquello de vivir mejor. 

Habría que simplificar la vida, desmercantilizando las prácticas sociales, meditando o imaginando diversas respuestas a las necesidades de diversión, sintiéndonos realmente como humanos que aceptan errores y aciertos, siendo resilientes, elásticos hasta cierto punto, seguir caminando a pesar de los obstáculos, consumiendo responsablemente. En pocas palabras, viviendo sin temores pero estando alertas a las agresiones.

Desear felicidades es válido y cierto si se persiguen las convivencias reales y concretas, no solo como una mera conveniencia social. No se trata de intenciones triviales sino de proponernos avanzar en una verdadera apuesta política por un Estado y una Sociedad mejores. 

En este sentido, recibe mi mas apretado abrazo de año nuevo. 

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