Trata y servidumbre

Ana María Ruiz

@anaruizpe

Leí esta semana el informe de las abogadas de Women´s Link* “No se quiere ver, no se puede hablar: la trata y la explotación en Colombia”, una investigación hecha en municipios del Valle del Cauca y Risaralda que recoge el rastro de la trata de personas en el país, un documento que recoge las historias que –ah vaina tan rara, nunca llegan a oídos de las autoridades policiales, y menos aun, a manos de la justicia.

Ni hablar entonces de la aplicación de protocolos para la atención de las víctimas de trata. Si la sociedad no quiere ver un delito, las administraciones escudan en esa ceguera su incapacidad de abordar responsabilidades; por su parte, que las víctimas se las apañen como puedan. Quién las manda.

Una de las varias categorías del delito de trata de personas se llama servidumbre, y ocurre cuando se obliga a alguien a prestar ciertos servicios, y a vivir en la propiedad de la persona que la explota sin posibilidad de cambiar la situación. En este caso, los victimarios se esconden bajo la fachada de la caridad, de quien quiere ayudar a una persona necesitada –generalmente una niña, para salir de la pobreza agobiante en el campo y buscar una oportunidad en la ciudad.

Entonces recordé haber conocido al menos a una mujer de cabeza gacha y trapo en la mano, que le daba lustre sin descanso a las cosas de una casa que era el lugar que habitaba pero que no era su casa; donde cocinaba y tendía la ropa, y trapeaba y, si al señor o sus hijos se les antojaba, también les tenía que servir la vagina para sus recreos nocturnos. Mujeres esclavizadas que las “gentes de bien” escondían bajo el título eufemístico de “muchacha interna”, una vida plagada de ignominia, sin autonomía alguna, sin alternativas.

Esa tara esclavista, lejos de ser erradicada, ha sofisticado y de qué manera su operación. Para ilustrarlo, basta leer este testimonio recogido el año pasado en Cali: “Conocí́ en Potrerogrande a una vecina que tenía un familiar. Éste traía niñas de 13, 14 y 15 años desde el Cauca con el pretexto de cuidarlas y darles educación. En realidad las ponía a trabajar en el servicio doméstico, sin pago y bajo maltrato constante”.

Lo que antes eran aberraciones del paternalismo clasista, hoy son cadenas de tráfico bien aceitadas. También se catalogan como trata de personas la explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud, el reclutamiento forzado, las adopciones ilegales, el tráfico de órganos y los matrimonios serviles.

Una amplia gama de aberraciones entre seres humanos que representa, según Naciones Unidas, el tercer negocio ilícito más lucrativo a nivel mundial, después del tráfico de armas y de droga. Se estima que, en un año, 70 mil colombianos y colombianas viven en la esclavitud, despertándose cada día para soportar las horas muertas; esclavas en español, en portugués, en chino o en inglés; en tránsito, dentro del país o fuera de él.

Particularmente, este año suben las alertas por cuenta del Mundial de fútbol, un escenario de miles de hombres juntos y en efervescencia, a cuyo alrededor las mafias de esclavas sexuales montan sus campamentos cada cuatro años, no importa el lugar del mundo donde se juegue la Copa. Es el agosto de los chulos.

Esclavas de puertas para adentro, y esclavas de estadios para afuera. Un tema profundamente doloroso al que la sociedad le hace el quite, la esclavitud que no se quiere ver, las víctimas de las que nadie quiere hablar.

* El informe se encuentra en www.womenslinkworldwide.org