La JEP, de película…

EDUARDO NATES LÓPEZ

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Uno de los “embuchados” más difíciles de tragar, para los enemigos, los indiferentes e inclusive para muchos de los amigos del Acuerdo de Paz de La Habana, ha sido la famosa JEP, que por estos días ha estado en el ojo del huracán de la polémica nacional.

Cuando recién comenzó a aparecer la exigencia de las Farc, de instaurar una forma diferencial de justicia, diseñada por ellos y para ellos, y nombrada por ellos, con la ayuda de reconocidos lagartos de la izquierda internacional, comenzaron los afanes del gobierno entreguista de Santos, por aparentar y disimular el esquema que finalmente implantaría pero que, desde luego, garantizara la inocuidad de las penas y la impunidad que los firmantes del acuerdo habían convenido. Después vino la construcción del esperpento, hasta que comenzó a operar, (o mejor, a devengar, porque su rendimiento es mínimo). Si bien uno de los primeros actos (que podríamos llamarles bochornosos) fue proteger descaradamente al exguerrillero Jesús Santrich de cualquier acusación o castigo, aún no era sensible la entrada en funcionamiento de ese remedo de tribunal. Ahora, los primeros pasos del engendro, ocurren disputándose el protagonismo con los tribunales formales y a dentelladas con la Fiscalía General de la Nación (forcejeo que avanza, cada vez más enredado y altisonante). Solo la semana pasada comenzó a recibir testimonios de las víctimas de más de cincuenta años de barbarie.

Los “cortos” que presentaron los noticieros de televisión, con las declaraciones de los parlamentarios: Cesar Tulio Lizcano y Luis Eladio Pérez, el general Mendieta, el exdiputado Sigifredo López, entre otros, fueron estremecedores. Verlos y oírlos, de nuevo bañados en lágrimas, con la voz entrecortada, recordando las dolorosas humillaciones y agresiones físicas que recibieron durante su largo cautiverio, nos situaron de nuevo en el dolor que se vivía en esa época. Y encima las declaraciones de Ingrid Betancur, que por su condición de mujer, agravan las circunstancias -si eso es posible- de manera dramática. La revista Semana publicó un resumen de estas declaraciones, escrito por ella, donde revive, con vergüenza propia y ajena, ese dolor y esa degradación. Varios de los miembros de la JEP que tomaban nota de las declaraciones, lloraron a la par con los declarantes. Era como ver una película sobre la postguerra mundial o sobre el holocausto.

Creo que el sentimiento de solidaridad con las víctimas mencionadas (Y eso que no hemos oído aún las declaraciones de familiares de las víctimas muertas en cautiverio o los desaparecidos…) me ha incrementado no solo el dolor de patria, sino un dilema peor sobre el verdadero efecto social de la tal JEP: O, finalmente, hacemos la impotable catarsis de la impunidad, a la cual está orientada ese tribunal, o los miembros de él, se convencen de que tanta barbarie, que traspasa los límites de la vida y de la dignidad del ser humano, no puede quedar sin castigo.

Considero que el resultado que buscaba el connivente gobierno anterior, con la creación de la JEP, con el relato de los hechos, sin tapujos y cortapisas pero también sin penas y castigos, va a generar el efecto “boomerang” sobre los integrantes de esa guerrilla, que, de paso, no solo están retornando al monte (todos, la tropa y sus comandantes –estos en Venezuela-) y a recrudecer el sentimiento de dolor que durante tanto tiempo ha enardecido en el pueblo colombiano. Así lo muestran una serie de actitudes aisladas de diferentes personas, incluyendo hasta a integrantes de esa guerrilla reclutados a la fuerza, como sucedió en una sesión del Congreso, en días pasados, entre una exguerrillera casi adolescente, contra la senadora “Victoria Sandino”

Difícil trance atraviesan los absurdos compromisos acordados en la Habana, pues no hay plata para cumplirlos y los que se han podido establecer, están arrojando resultados mucho más adversos que convenientes. Y será más difícil aún para el país y para el nuevo gobierno, pues las consecuencias las acabaremos pagando todos. Por lo que estamos viendo (secuestros, ataques, rearme, policías muertos…) de la tal paz no va a quedar sino la medalla en el pecho de J. M. Santos, quien anda feliz por el mundo, dictando conferencias, mientras cada vez más gente, en medio del desangre, se pregunta: ¿Cuál paz?