Educación pública: un motor sin combustible

JESÚS HELÍ GIRALDO GIRALDO

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El 7 de abril de 1978 me gradué como ingeniero civil en la Universidad del Cauca, excelente universidad pública fundada en el gobierno de Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander, el 11 de noviembre de 1827. Cuando llegué, en un intercambio con la Universidad del Quindío donde había cursado los primeros cinco semestres, la Universidad del Cauca acababa de terminar un paro que la mantuvo cerrada por un semestre y, para finalizar mis estudios, tuve que esperar un semestre adicional porque otro cese de actividades atrasó mi fecha de graduación.

En la Universidad del Quindío había estudiado, antes, 4 semestres de ingeniería industrial, en otro programa de intercambio de esta universidad con la Universidad Tecnológica de Pereira. Esos 4 semestres se convirtieron en casi cuatro años, debido a las constantes huelgas de la época. Hacíamos sólo un semestre al año, ya que el gobierno respondía a las protestas estudiantiles cerrando la universidad. Al cursar el quinto semestre en Pereira me encontré con otra situación de paro universitario, lo que me condujo a dejar mis estudios. De regreso a la capital quindiana combiné mi trabajo, en la Fundación para el desarrollo industrial y agrícola del Quindío, con la universidad complementando mi formación en ingeniería civil y así poder viajar a Popayán.

La década de los años 70 fue histórica para el movimiento estudiantil que clamaba por reformas universitarias y sobretodo, por presupuesto para el funcionamiento de la universidad pública. Todavía los sordos dirigentes políticos no han escuchado o entendido el clamor de la universidad pública, en su indiferencia han dejado que ésta siga acumulando déficit y esté a punto de naufragar.

Este tipo de temas, llamado educación y, máxime, si es pública, parece no interesarle o ser desconocido para la mayoría de los políticos, esto les interrumpe su actividad principal en la empresa reeleccionista en que han convertido su curul, trabajo arduo que les absorbe todo el tiempo, maquinando estrategias para no bajarse nunca del tren burocrático o de la máquina legislativa, a la cual no le admiten reparaciones de ninguna clase, sus privilegios son para siempre.

No es raro, entonces, que la problemática estudiantil siga vigente, y que, a pesar de los años, sea el mismo eco el que resuena en el horizonte: presupuesto para la educación pública. Una clase política civilizada y menos egoísta debería sentir vergüenza por esta situación y agradecer, incluso, al sector educativo por el grito despertador, y acudir a solucionar inmediatamente este lamentable desconocimiento gubernamental, asegurando que por fin se va a interesar por la cosa pública, significado esencial de la acción política.