De la competencia a la incompetencia

ORIANA MENDOZA VIDAL

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Durante varios años escuché a muchos empresarios hablando de “su competencia”, que catalogaban como desleal, perversa, aniquiladora y hasta inconveniente. No obstante, es gracias a la aparición de nuevas empresas en determinada actividad económica que los productos mejoran, el servicio cambia y al final los grandes ganadores son los consumidores.

Seguramente para muchos empresarios su estado ideal en el mercado es el monopolio, escenario donde él es el rey y dueño de todo el mercado, y los consumidores, al no tener alternativas, están destinados a adquirir dicho bien al precio fijado por el productor, con cualquier clase de servicio al cliente. Existen servicios que siguen este modelo y por ello son regulados por el Estado, como es el caso de los servicios públicos, pero hay casos de esta situación de monopolio en cierta área geográfica por condiciones especiales, donde el Estado no está en la facultad de regular la situación. Reflejo de ello, fue lo vivido en Popayán cuando sólo teníamos la posibilidad de transportarnos vía aérea por AVIANCA.

Pese a lo descrito, lo que observamos en el mercado con mayor frecuencia es un gran número de productores o empresas oferentes y una cantidad importante de demandantes o consumidores, lo que impide en buena medida que unos u otros saquen ventaja de alguna posición dominante. Sin embargo, en algunas actividades económicas se presentan pocas empresas ofreciendo ciertos productos y cuando aparece un nuevo jugador en el mercado, vienen las quejas, la critica y el malestar. Es perfectamente comprensible, pues no nos gusta salir de nuestra zona de confort, nos incomoda pensar que debemos esforzarnos más por conservar nuestros clientes, que hay que “innovar” para mejorar nuestros productos, que debemos revisar nuestra estructura de costos para ser más eficientes, etc. Como dice el adagio popular: es más fácil mirar la biga en el ojo ajeno, que ver la paja en el ojo propio.

Repasando la teoría de M. Porter, dentro de su famoso Diamante de Competitividad se encuentra la “Estrategia, Estructura y Rivalidad”, que se refiere a que la presencia de competidores en la misma actividad es otro factor que promueve la aparición de ventajas competitivas. El solo hecho de saber que otra empresa busca lo mismo que nosotros, genera un efecto estimulante que, a mediano o largo plazo, nos ayuda a mejorar la calidad de nuestro producto o servicio, crear nuevas estrategias de mercado y emprender un proceso de mejora continua del cual se derivarán nuevas ventajas competitivas.

En estas últimas semanas he venido trabajando con pequeños productores rurales de diferentes asociaciones dedicadas al cultivo y transformación de café, cacao, aguacate, plátano, entre otras, charlando sobre sus factores de competitividad, sus estrategias organizacionales, sus fortalezas y debilidades frente al mercado, encontrando en ellos sed de adquirir nuevos conocimientos, pero sobre todo de renovar su mentalidad, dejando a un lado el asistencialismo para migrar a la autogestión de sus organizaciones, teniendo claro que entre las organizaciones de la misma actividad debe primar la cooperación y la solidaridad, si quieren salir adelante. Contrario a lo que generalmente ocurre con aquellos empresarios que ejercen sus actividades en el sector urbano, difícilmente interiorizan la filosofía de cooperar – competir.

 

Pero volvamos al sector rural, donde las condiciones para la producción son diferentes y, aun así, la mayoría de pequeños productores rurales piensa que “lo malo no es la competencia, sino nuestra incompetencia” afirman, al seguir esperando que el Estado les solucione todo, ¡y tienen razón! A partir de las fortalezas de cada asociación, se aprovechan oportunidades tanto del mercado como de desarrollo de proyectos productivos. Ha sido gratificante escuchar a los jóvenes productores empoderándose de los roles administrativos y de gerencia, capacitándose y siendo artífices de un mejor futuro, luchando contra la resistencia al cambio, pero con fe y esperanza, tomando valor para seguir adelante con sus sueños de convertirse en verdaderos empresarios del campo. Así, después de cada charla, ratifico que lo malo no es la competencia, sino la incompetencia que abunda en nuestra mente que nos impide avanzar, tomar riesgos, culpando a los demás de nuestro destino, cuando somos nosotros mismos quienes al cambiar nuestros pensamientos, transformamos nuestra realidad.