¿Colombia, un país feliz?

CARLOS E. CAÑAR SARRIA

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Cómo hace falta en nuestro país asumir prácticas de tolerancia, de respeto y consideración al otro, de solidaridad, de socialización política, de diálogos y concertaciones, de reconocimiento de las diferencias, de solución negociada de los conflictos; en fin, prácticas que puedan validar la construcción de una ética ciudadana capaz de crear tejido social en procura de una sociedad democrática basada en valores de igualdad, libertad, donde sean realidad los derechos individuales y colectivos; donde se haga evidente la participación ciudadana, etc., elementos cuya vigencia debe caracterizar la existencia de una sociedad moderna, democrática y por lo tanto, feliz.

Las múltiples expresiones de violencia de la sociedad colombiana nos muestran a diario la poca capacidad de cohesión social y una indiferencia generalizada en aras de construir tejido social.

El individualismo enfermizo, la indiferencia generalizada, el asechar al otro para atacarlo, la envidia que enaltece el egoísmo, la desconsideración, la mala fe, la intriga, el menosprecio, la inseguridad, los abusos de toda índole son prácticas cotidianas que se encargan de generar un ambiente de desconfianza, hostilidad y escepticismo.

Discusiones innecesarias, ofensas y descalificaciones, escándalos de toda clase promovidos por personas que debieran dar ejemplo en la sociedad. El choque de poderes, amenazas que van y vienen, sacadas de ‘cueros al sol’, oportunismos o moralismos baratos, la pérdida de la paciencia de unos y de otros, dar lidia para quedarse callados son acciones que abonan un ambiente de país desencantado.

La protesta social como mecanismo de presión social en la lucha por el reconocimiento de los pueblos; las multitudinarias marchas ante un poder político inepto, antidemocrático, autoritario y ajeno a los intereses colectivos. El descontento social ante un modelo económico injusto e inequitativo. No nos podemos imaginar cómo en condiciones de arraigadas violencias y con tanta patología social Colombia pueda ser realmente un país feliz. Esto nos conduce a preguntarnos: ¿Qué entendemos los colombianos por felicidad? ¿Tenemos trastocados los valores?

Las más importantes características de la violencia colombiana no están circunscriptas en el plano político, hay que buscarlas en lo social, en lo privado y en los múltiples escenarios de la denominada ‘sociedad civil’.

En escrito “Sobre la guerra”, Estanislao Zuleta sostiene que “el conflicto y la hostilidad son fenómenos tan constitutivos del vínculo social como la interdependencia mutua”. Es así como la violencia ha sido históricamente consubstancial al ejercicio de la democracia en Colombia. Algo paradójico pero cierto.

El Estado debe comprometerse en hacer efectivo un país mejor. Un modelo económico incluyente, unos poderes públicos independientes y coherentes, garantizar a todos los asociados unas condiciones socioeconómicas acordes a la dignidad de las personas, etc. A la vez se debe hacer esfuerzos para la construcción y consolidación de sociedad civil sin la cual no es posible el tejido social. Con unos partidos políticos cada vez más distantes de ser verdaderos intermediaros entre la sociedad civil y el Es Estado, sólo fungen como maquinarias electoreras pero nada más.

El historiador francés Francois Furet habla de una ética de las relaciones sociales y políticas conformadas por un conjunto de normas o valores que regulan las relaciones entre individuos y entre éstos y la sociedad política que los representan.

Es posible construir tejido social en la diversidad. Es absurdo presuponer que en una Nación pluriétnica y multicultural como la nuestra todos pensemos y queramos lo mismo. No es posible desconocer las relaciones entre sociedad – conflicto y entre conflicto y cambio. Siempre habrá choques de intereses y en necesario que así sea. El problema está en cómo se tramitan y ‘solucionan’ los conflictos y las diferencias. La solución de los conflictos en Colombia prioriza la fuerza, la violencia y desprecia el diálogo y la concertación. Un país violento y carcomido por la corrupción difícilmente podrá conseguir el bien preciado de la felicidad. Dice Aristóteles que la felicidad del Estado debe ser la misma felicidad de la población. No se puede presuponer un Estado feliz conformado por hombres infelices, ni hombres felices en un Estado infeliz.

Coletilla. Encomiable la permanente actitud del Rector de la Universidad del Cauca, doctor José Luis Diago, siempre dispuesto a recomendar la solución pacífica del conflicto universitario. Unicauca tiene un gran rector. Estamos con el estudiantado universitario nacional que legítima y pacíficamente exige la financiación de la educación pública. Mal vista la reciente presencia en Popayán del ministro de Defensa, cuando lo que realmente se requiere es la presencia de la ministra de Educación. El Gobierno Nacional, tan carente de legitimidad, debe enderezar su rumbo para hacer de la educación pública una prioridad. No es con la intimidación como se resuelven los conflictos en una verdadera democracia, sino mediante diálogos y concertaciones. Reiteramos en hacer un llamado a la sensatez y a la concordia, no obstante las circunstancias adversas que se susciten.