Cuidado con los boludos

ÁLVARO JESÚS URBANO ROJAS

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Me gusta los apartes de una canción de Facundo Cabral que a la letra dice: “Mi abuela decía -Habría que acabar con los uniformes que le dan autoridad a cualquiera, porque ¿Qué es un general desnudo? – Tenía derecho a hablar de esto porque ella estuvo casada con un Coronel. Que eso si había que reconocerlo era un hombre muy valiente. Solamente le tenía miedo a los boludos.

Un día le pregunte ¿Por qué? y me dijo – Porque son muchos, ¡no hay forma de cubrir semejante frente! Por temprano que te levantes, a donde vayas, ¡ya está lleno de boludos! y son peligrosos, porque al ser mayoría eligen hasta el presidente… Y los hay de toda categoría, pero el más peligroso de todos es el boludo demagogo, que cree que el pueblo entero es boludo.”

Si hay algo a que temer es a la ignominia, es insensible, majadera e inconsciente es imparable y se multiplica conforme se expande, deambula libremente y como la peste se reproduce de tal forma que si no encontramos el antídoto, termina contaminándonos a todos.

Hay maquinarias y empresas electorales especializadas en ofender el honor y la dignidad de los electores, unos movidos intereses protervos en su desenfrenado afán de poder político o de enriquecerse ilícitamente, otros por resentimientos o repudio contra el estamento y la institucionalidad, muchos por temores a la guerra, al paramilitarismo, a la izquierda, a la pobreza o al castro-chavismo.

Estos demagogos para atraer incautos se aprovechan de su frustración, los reconocen, los huelen, los identifican y los hipnotizan como encantadores de serpientes. Saben construir discursos bien elaborados que los persuaden con promesas que logran descifrar desde sus necesidades frustradas. Los analizan y saben qué decirle al oído, con programas ficticios que los obnubilan hasta hacerlos soñar bajo la promesa de mejorar su calidad de vida o quizá garantizarles un empleo o contrato hasta reclutarlos como defensores furibundos de sus ignominias, les cautivan el corazón y se apoderan de su mente reclutándolos en logias enajenantes que exigen disciplina, obediencia, lealtad y acuden al sectarismo para doblegarles la voluntad y envenenarles el alma.

El próximo año se eligen: gobernadores, alcaldes, asambleas departamentales, concejos municipales y juntas administradoras locales, habrá candidatos de todos los matices, colores, sabores, buenos, malos y perversos, con generosas o malas intenciones, todos dispuestos a convencer al electorado para ganar el favor popular.

Muchos partidos ante la ausencia de liderazgo y falta de credibilidad en sus cuadros de preeminencia, avalarán como candidatos a líderes de papel improvisados de los más profundo de sus canteras, por lo general con perfiles de demagogos baratos, títeres desinformados y sin conocimientos de la cosa pública, pues en su vida ha leído un libro de política; carentes de planteamientos claros para sacar adelante a sus comunidades. Cuando obtienen las mieles del poder, fungen como gobernantes desorientados, soberbios y auto-agrandados, ególatras, egocentristas, a quienes los sectores más vulnerables de la sociedad desesperados por la pobreza, los magnifican artificialmente, lo que genera tristeza, náusea y deprime.

Es tan evidente lo anterior que en el ejercicio sagrado de libertad de expresión, se debe repudiar a una sociedad que lame de rodillas la mano de su verdugo para conseguir la sal con que sazona su propia desgracia, sin erguirse para mirarlo a los ojos y en un acto de grandeza, asumir su liberación y en pie de lucha atreverse a purgar su vergüenza.

Hoy, la sociedad cansada de tanta decepción y engaño, exhorta al voto de opinión consciente, fruto de una reflexión con responsabilidad social que se aparte del afecto por una postura ideológica particular, con un proyecto de región pensado con visión amplia, que acoja de manera coherente a todos los actores y sectores sociales, para escribir la nueva historia de la patria, diseñando y ejecutando un plan de desarrollo participativo e incluyente y con cohesión social, sin asumir una actitud cándida, ni girar un cheque en blanco y al portador con patente de corso para la corrupción y la politiquería.