Amor a mi ciudad

Columna de opinión

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Por HORACIO DORADO GÓMEZ – [email protected]

La gente que ama a Popayán debe sentirse inclinada a dibujar en su imaginación una idea de porvenir con su plaza, sus árboles, sus bancas y caserones, sus autoridades y sus habitantes. Es decir, la gente que ama a una ciudad debe pensar en sí misma, y se piensa viviendo en la ciudad de sus sueños. Aunque la realidad pase luego factura y rompa las paredes y que las lluvias del invierno no dejen transitarla para observarla en su belleza. Resulta difícil evitar en las imaginaciones un viento de perfección, un anhelo de felicidad completa. Se pone y se quita, se borra y se pinta la ciudad con sus costumbres, sus fiestas, y sus tradiciones.

Desde luego, no todos tenemos una misma idea de ciudad perfecta. Muchos popayanejos seguimos pensando que el ideal de plenitud suena a banda de trompetas y cornetas, con unas calles cubiertas de azahares, geranios y penitentes, y un calendario marcado por las bendiciones de los obispos y las cofradías de nuestra Semana Santa. Otros payaneses se acuerdan del Maestro Valencia, el pintor Efraím Martínez. Algunos brindarán por los suelos recalificados, las grúas oliendo a mar, los concejales olfateando noticias buenas y malas, hasta la felicidad de los constructores. Y hay quienes más, se enorgullecen de “Chancaca”, “Guineo”, “Zócalo”, prefiriendo a los habitantes de la generación capitaneada por los próceres.  Hay que admitir que a los patojos raizales no les falta ambición, ya sea para llenar de penitentes los templos y de bloques de pisos en sus barrios. 

La falta de ambición no tiene siempre que ver con los términos medios. En “Popaiam”, hay que aceptar que no se identifica con la parálisis.  Los términos medios son más bien las consecuencias de la realidad, la factura que pasan los paros cívicos e incívicos sobre las fachadas de nuestra ciudad. A trancas y trancones, los penitentes hemos aprendido a convivir con resiliencia. El problema resulta más grave cuando la falta de ambición se convierte en un manto de tristeza, de medianía insoportable, que paraliza la ciudad. Pero, eso no es lo que le ocurre a mi “Popaiam” 

Se aproxima la ciudad a celebrar la fecha de su fundación y de democracia, oportuna también, para hacer un ejercicio de memoria del nefasto resultado catastrófico de 1983. En mi bella ciudad hay paisanos que confunden el amor a la tierra con el discurso exaltado, abundando también, los que encauzan sus rencores personales para despreciar a todo lo que brota en la ciudad. Los popayanejos, payaneses y patojos debemos prevenirnos contra la antipatía a la ciudad. Es de esperar que ese defecto de los habitantes sea lo contrario en el año venidero. Dejar la tirria para vivir con algo de ilusión en la ciudad. El alcalde Juan Carlos López, está cumpliendo con uno de los grandes retos que enfrenta para aterrizar la agenda en políticas concretas, que permitan tener un mayor impacto a la luz de los compromisos establecidos que tienen especial énfasis en lo social: disminución de pobreza, desigualdad y, en general, mejores condiciones de vida de la población.

La amada Popayán no está mal, en economía, e infraestructuras, pues, ha empezado la construcción de la doble calzada Cali- Popayán.  Las obras viales en la ciudad avanzan para mejorar y salir del subdesarrollo, pues ya no se vive de un provincianismo hiriente, hay indicios deslumbrantes de adelanto que se ha sabido aprovechar. La ciudad se ha extendido, por doquier hay comercio, se nota que hay muchos recursos económicos, las calles atestadas de motores de alta gama lo demuestra. Parecemos contentos de vivir ya no en un pueblo de quinta categoría. Popayán se identificó con el progreso y simbolizó cambios de diverso tipo, sean sociales, técnicos, económicos o culturales. Y desde luego, constituye un fenómeno complejo, cuya comprensión exige el análisis de diferentes facetas.

Civilidad: Quienes no pueden vivir en la ciudad de sus sueños, esos ciudadanos en el 2023, deben procurar, no vivir en la ciudad de sus pesadillas.

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