Entre esclavos, libertos y Nasas

Un análisis sobre la antigua esclavitud y sus repercusiones en pleno siglo XXI

Por: José Ramón Burgos Mosquera

Mucho se ha insistido que la esclavitud en Colombia se practica desde inicios del siglo XVI, cuando llegaron a los puertos negreros del Océano Atlántico millones de hombres capturados en sus tierras de la costa occidental africana para ser esclavizados en América.

“La cacería de negros duró más de doscientos cincuenta años desde 1.600. Hasta mediados del pasado siglo; barcos de piratas insaciables y traficantes sin escrúpulos asolaron las costas de África Occidental, penetrando en Senegal, Guinea Bissau, Zambia, Sierra Leona, Costa de Marfil, Ghana, Nigeria y Angola, cuando apenas eran esbozos de naciones organizadas. Pueblos enteros que habitaban a lo largo de los ríos y en las sabanas que hacían parte del Gran Imperio Malí, fueron diezmados por bucaneros ingleses, buhoneros españoles, piratas portugueses, corsarios alemanes y filibusteros de Holanda, quienes comerciaban de todo pero fundamentalmente hombres, ya fueran Ashanti, Fauti, Yorubas, Ibos, Walofs, Fulanis o Mandingos, los cuales eran traídos al otro lado del planeta, a un mundo nuevo de tierras feraces donde la justicia era virgen y la codicia sin límite marcaría un hito insuperable en la historia. Cuando lograban sobreponerse a la travesía del Atlántico los negros eran vendidos en los principales puertos de América: Baltimore, Savannah, New Orleáns, La Habana, Santo Domingo, Panamá o Cartagena de Indias. Gracias a una prodigiosa tradición oral que no lograron borrar los infortunios y vejámenes acumulados, se logró reconstruir el recorrido sin nombre desde las márgenes del río Casamance al sur de Senegal hasta las playas del río Palo en Puerto Tejada al norte del Departamento del Cauca de un descendiente de aquellos grupos que sobrevivieron a la hecatombe de la esclavitud, movido por el orgullo atávico y el instinto indómito de lucha que distingue el linaje de lo Mandingos”.[1]

Foto tomada internet

 

No obstante, la esclavitud era practicada en América en la época prehispánica por los diferentes grupos indígenas que imponían esa condición a quienes derrotaban en las guerras entre naciones. Durante la conquista por efecto de las guerras, las enfermedades y la desnutrición murieron miles de indígenas y la falta de mano de obra para laborar en las minas y haciendas fue suplida desde 1520 mediante la importación de negros aprobada por los monarcas españoles, los cuales fueron esclavizados contra su voluntad y utilizados como mano de obra gratuita que otorgaba las ganancias producidas por su trabajo a los amos que fungían como sus dueños. La compraventa de esclavos se legitimaba por ley, ya que los únicos que habían alcanzado la protección del imperio mediante Cédulas Reales eran los indígenas.

Fue en esa condición que miles de negros laboraron para sus amos en el ardiente Patía, descuajaron selvas en el Valle del Rio Cauca y crearon la portentosa riqueza agrícola, ganadera y minera del norte y de la costa caucana. Sobra explicar que me estoy refiriendo tan solo a aquella porción del territorio que comprende al Gran Cauca entre 1.640 y 1851. En el resto del país y el continente, la situación se repite de manera interminable.

El médico y sociólogo australiano Michael Taussig[2] recorrió durante varios meses el territorio para publicar su obra en la que analiza el impacto de los ingenios azucareros en una comunidad de campesinos dedicados al cultivo del cacao y el desplazamiento de los campesinos de sus fincas hasta llegar a ser obreros en los ingenios. Los campesinos negros norte caucanos habían descuajado selvas hasta convertirlas en fincas productivas a comienzos del siglo pasado, tras la abolición de la esclavitud el 21 de mayo de 1851 por el presidente José Hilario López.

Miles de ellos no lograron su libertad porque los hacendados como Julio Arboleda, tan pronto conocieron de la Ley de Abolición, los trasladaron al Perú donde aún subsistía el sistema para venderlos. Allí sobrevivía la práctica maldita de comerciar con seres humanos.

Otros obtuvieron sus minifundios mediante la posesión de más de un siglo, de tierras que reclamaban como propias los grandes hacendados y cultivadores de caña, las cuales eran explotadas como “terrazgueros” (Ej: El Barranco, Corinto) y otros las obtuvieron durante las parcelaciones de Tierradura y San Fernando (Miranda y Padilla), Arizona (Corinto y Padilla), Cuernavaca (Padilla y Guachené, antes Caloto) realizadas durante el gobierno de Carlos Lleras Restrepo (1966-1970). Unos pocos las compraron con trabajo, sudor y sangre de toda una vida, como los Medina en El Tetillo, los Viáfara en Puerto Tejada o los Cantoñí en Guachené.

Gran parte de aquellas tierras inadecuadamente dispuestas, inundables, entregadas a campesinos con baja escolaridad, sin apoyo del gobierno o sometidos a la expoliación de los créditos innobles de la Caja Agraria terminaron siendo adquiridas a precios irrisorios por poderosos terratenientes y cañicultores[3] mediante créditos, esos sí, subsidiados por la misma Caja Agraria, donde los negros de la siguiente generación terminaron trabajando como asalariados para los intermediarios de los ingenios azucareros.

De tal manera que la posición reiterativa de las comunidades indígenas de exigir el cumplimiento de la promesa de campaña hecha en la plaza de Puerto Tejada desde 2018 por el actual presidente, de asignarles 30.000 hectáreas de las tierras planas del norte del Cauca, choca con la tradición histórica de quienes en verdad las hicieron producir como esclavos primero durante tres siglos, y ahora, como “colonos” (quienes arrendaron sus predios para cultivar caña a porcentaje) o como simples asalariados del engranaje de los azucareros. En ese diálogo regional, El Cauca debe hallar un punto de equilibrio entre las necesidades de quienes en verdad nada tienen y anhelan conseguir un predio donde producir sus alimentos y los derechos adquiridos por quienes se sienten propietarios no siempre de buena fe. La Reforma es buena, cuando todos ganamos, por supuesto.

El Cauca por todas esas razones, demanda además espacios físicos vitales para que sus habitantes tengan un sitio dónde trabajar. Uno de esos será visible cuando nos propongamos construir la carretera al mar ya sea por El Tambo o Argelia con destino a Guapi, porque en ese contexto tendremos centenares de miles de hectáreas a las que les sobrevendrá una utilización agrícola, ganadera, minera, hidro energética y volveremos a ser antes de dos décadas, uno de los departamentos más poderosos del país.

[1] El último mandingo. Sabas Casarán. Croniquillas.blogspot.com

[2] Esclavitud y libertad en el Valle del Rio Cauca, Taussig Michael 1975

[3] “El Mensajero de Satmar”, Burgos José Ramón, novela inédita.

Un comentario sobre «Entre esclavos, libertos y Nasas»

  1. MAGNÍFICA REMINISCENCIA HISTÓRICA DE LA PROBLEMÁTICA DE TIERRAS EN EL CAUCA, DE PARTE DE UN ERUDITO COMO EL MÉDICO Y ESCRITOR JOSÉ RAMÓN BURGOS, QUIEN CUENTA EN SU HABER VARIAS NOVELAS QUE NOS ILUSTRAN DESDE SUS ORÍGENES, EL CONFLICTO ACTUAL DE TIERRAS EN EL CAUCA. ¡FELICITACIONES APRECIADO AMIGO!!!!

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