Encontrar otro mundo

Viajar a Tierradentro implica entrar a los hipogeos y mirar sin prevención los ojos de los rostros que habitan allí. Alguien podría llorar, alguien gritar, alguien emocionarse hasta perder el aliento. O, también, escuchar en silencio lo que digan los pensamientos.

Por: Co.marca Digital / Especial para El Nuevo Liberal

Venir. Subir la montaña. Extasiarse con el paisaje. Luego, despacio, con miedo incluso, como una línea de fuga al vientre madre, descender unos cuantos escalones de piedra. Con eso basta para encontrar otro mundo.

Misterioso. Inusitado.

La cultura Tierradentro fue ante todo un grupo destacado en sus actividades agropecuarias y artísticas, dejaron como legado una colección de alfarería, estatuas de piedra y piezas de orfebrería hechas de oro.
El parque de Tierradentro fue creado en 1945, y declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1995, reconociendo este sitio como testimonio único y excepcional de una civilización desaparecida.

​La luz cambia, el aire cambia, la percepción de las cosas cambia.

​Silencio. Penumbra.

​Aquí, unos ojos nos observan desde las profundidades del tiempo con un carácter y una determinación que muchos vivos no tienen. Alguien podría llorar, alguien gritar, alguien emocionarse hasta perder el aliento. Es como si fueran espíritus que anhelan regresar de territorios ignotos para hacerse piel y huesos, para hacerse carne, para hacerse sangre. Para hacerse corazón, una vez más. Y para salir a trashumar por entre árboles y ríos, correr sin prisa en medio del campo, sentir la brisa de hielo que viene del nevado.

Los ojos pintados en los rostros de la pared no dejan de observarnos desde las profundidades de los tiempos y acá, agobiado por tanta energía, alguien cierra los ojos para intentar percibir algo más. Entonces los pensamientos cambian. Y la imaginación se exacerba. ¿Habrán visto ellos la devastación de la avalancha? ¿Habrán escuchado el rugido del río, los gritos de horror de aquellos que no tuvieron tabla de salvación a la cual asirse en un junio lejano? ¿Habrán sentido el palpitar de una resurrección individual y de una resurrección colectiva? ¿Habrán acompañado desde este lugar enigmático el latir de la sangre de una estirpe de guerreros que no se rinde ante poderes ni adversidades? ¿Habrán sabido siempre guardar silencio ante secretos y profecías?

​Después de una eternidad los ojos se abren de nuevo. Y ahora ya no miran sólo a los otros ojos sino que recorren y contemplan cada espacio en la penumbra. Una columna descascarada. Una geometría sin aspavientos. Unos trazos de colores que pierden fuerza. Un rastro de humedad. Sí, estamos en una cámara funeraria. ¿Una línea de fuga a otro vientre madre? Una cámara funeraria de tiempos inmemoriales, una arquitectura pensada quizás para el final de alguna familia privilegiada, que siempre las ha habido.

​Una voz se escucha arriba, un rumor, una conversación imprecisa.

​La ruptura.

Cuesta un poco dar la espalda a aquellos rostros, a aquellas miradas, como si de algún modo extraño nos hubieran anclado a este lugar. Aunque mañana estemos lejos.

​Subir los escalones.

​La luz cambia, el aire cambia, la percepción de las cosas cambia.

​Respirar profundamente y observar que de la boca de los otros hipogeos las personas emergen con un rostro que parece despojado de toda certeza. Y luego, pensativo, extasiarse otra vez con el paisaje. Y bajar la montaña.

​Irse.

​Y encontrar otro mundo.

La cultura de Tierradentro

El nororiente del departamento del Cauca tiene una topografía de nudos montañosos y profundos cañones; los españoles lo llamaron Tierradentro porque se sentían encerrados entre montañas.

Desde el año 1000 a.C. y a lo largo de los períodos Temprano, Medio, Tardío y Moderno, vivieron allí sociedades de agricultores y ceramistas que labraron cámaras mortuorias, tallaron estatuas de piedra volcánica y trabajaron la orfebrería de forma sorprendente.

En la actualidad este territorio está habitado por los indígenas paeces, quienes llegaron a la región luego de la Conquista, y no cuentan con ninguna relación de sangre o de herencia cultural con los antiguos habitantes.

Rasgos físicos

Las condiciones de acidez de los suelos y de humedad ambiental hacen que, hasta la presente, haya sido imposible aislar restos óseos para determinar características físicas de los antiguos habitantes. Es también la estatuaria el único indicador de su forma de vestir.

Los hombres usaban cubre sexos escalonados, y tocados formados por dos bandas anchas, superpuestas, que ceñían la parte alta de la cabeza y caían sobre la nuca o sobre la espalda. Se adornaban con collares y pendientes antropomorfos, pulseras en una o ambas muñecas y un adorno circular en el tobillo. En las orejas lucían grandes carreteles incrustados en agujeros abiertos en el lóbulo.

Las mujeres llevaban una cinta sobre la frente, con los extremos colgados en la parte de atrás de la cabeza; se cubrían con una especie de camisa sin mangas, y la falda era corta y lisa. También usaban carreteles en las orejas, además de collares, pendientes y pulseras, que debieron ser de oro.

Los volantes de huso indican que se ejercitaban en el hilado y, consecuentemente, en el tejido, que sin duda hacían de las fibras del algodón y del maguey, que crecen en la región. Es posible que practicaran la pintura facial y corporal aplicada con pinceles o pintaderas de cerámica, puesto que estas últimas se han encontrado en varios sitios.

Ritual funerario

El rasgo arqueológico específico y diferenciador de Tierradentro es el hipogeo o tumbas de entierro secundario. Las investigaciones de los últimos tiempos han permitido diferenciar, en esa cultura, dos etapas del ritual funerario; la del entierro primario e individual en pozos cilíndricos o en tumbas de pozo no muy profundo con una pequeña cámara lateral, acompañado de cerámica doméstica, hachas líticas, cuentas de collar, manos y piedras de moler, aislándolo del pozo mediante la colocación de losas que tapaban la entrada de la cámara.

Este primer entierro duraba un tiempo aún, no determinado, pasado el cual se sacaban los restos óseos para llevarlos a otro recinto.

Iniciando la segunda etapa, es decir el entierro secundario y colectivo, se ponían los restos dentro de una urna de cerámica sin tapa, para luego colocarlos en otra tumba mas profunda, denominada hipogeo, que presenta escaleras en el pozo y una amplia cámara lateral de planta oval y techo cóncavo. Los hipogeos mayores tienen escaleras de caracol en el pozo, cámara con nichos anexos y dos o tres columnas centrales, así como una decoración interna de pintura geométrica en rojo y negro sobre fondo blanco. La forma de la cámara del hipogeo es similar a la de las construcciones que, en la actualidad sirven como casas ceremoniales.

En el piso de la cámara del hipogeo se colocaban las urnas, cada una con los huesos de un individuo, pero también se abrían agujeros para poner allí los restos óseos de varios individuos. Se aprecia un tratamiento diferente para los muertos, que reflejan una diferenciación social entre los vivos: en las urnas guardarían los restos de los gobernantes, sacerdotes o personajes notables, y en las fosas comunes los de la gente del pueblo.

Las lagartijas como representación de lo masculino y el cien pies como su contraparte femenina aparecen repetidamente como temas decorativos en las urnas funerarias y están acordes con los conceptos duales que caracterizan a las religiones Prehispánicas de toda América.

Las tumbas de Tierradentro son construcciones subterráneas, talladas en la toba o ceniza volcánica endurecida que forma el subsuelo de la región. Entre pozo y cámara se colocaba una losa grande para impedir que, al rellenarlo con tierra, ésta entrara a la cámara. A veces la separación no se hacía con losas sino con una valla de troncos o guaduas colocada a manera de puerta. Hasta el presente no se ha rodeado la boca de los hipogeos, a pesar de que se supone que hubo una manera de cubrirlas, mientras se cumplía el trabajo de su construcción y el del ritual funerario.