La ruta latinoamericana

Columna de opinión

Por Jenifer Vanessa Sarria Sierra – @DraenaTargaryen

Tomar una ruta a un destino latinoamericano con el regocijo de conocer el sur del continente para llevar en los ojos el recuerdo de nuestros hermanos y los lugares que han independizado, así como las culturas similares a la nuestra con sangre indígena que se nos harían más parecidas que desconocidas, era lo que creía que iba a ver antes de enfrentar la realidad en el paso de una frontera.

Confiar en que las personas son buenas en su mayoría es un gran error en un país desconocido, aunque se hable el mismo idioma. La realidad de los tercermundistas es la pobreza y las formas en las que los individuos buscan salir de esta condición de escasez y carencia solo dejan ganas de no volver a decir la nacionalidad propia con frescura, sino de pensar dos veces lo que se va a manifestar antes de ser oro ante los ojos de los extranjeros.

Aceptar la ayuda de un local de otro país puede sonar tentador, ya que ellos son los más apropiados para indicar dónde pisar y dónde no, pero también puede llevar al ignorante por caminos incógnitos llenos de peligros. Así se reducen las esperanzas de resultar bien librados de las malas intenciones de quienes han sido acorralados por la realidad económica de su propio territorio y, por ende, han quebrantado su ética y moral para pensar y actuar. Persiguen entonces la vida e integridad del prójimo (a quien no deben robar, secuestrar o asesinar) por acrecentar su estabilidad momentánea.

Por la plata baila el perro y, por capitalizar, la esencia pierde valor, aumenta la corrupción y hasta el que lleva el Cristo en la boca olvida sus tratos con Dios y se descompone. El dinero es así en el destierro de las manos que poco valor han conocido.

Viajar es de las experiencias más maravillosas que lugares incógnitos nos pueden regalar, salir de la comodidad de un hogar para aventurarse en tierras alejadas de casi todo lo que conocemos y de los riesgos propios que por conocidos podemos sortear. Recorrer, navegar, peregrinar, andar, volar y en general desplazarse significa un riesgo no por la propia ingenuidad, sino por la maldad de los sujetos que asechan al viajero.

Que la perversidad de las almas sucias no detenga a aquellos que quieren desplazarse por un mundo maravilloso lleno de imágenes y sensaciones que antes no conocían, con sabores extravagantes y choques culturales que nos enriquecen como personas. Esas experiencias, poco a poco, nos enseñan a tener maña y a caminar con cuidado en lugares extraños donde tal vez “el peligro sea que te quieras quedar”.

Viajen con cuidado, desplácense en compañía de quien pueda tenderles la mano en un momento complicado, asegúrense de comunicar su ubicación exacta y no pierdan la esperanza de que, en medio de tanta perversidad, todavía hay gente que deja en alto el nombre del país o lugar que están visitando.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *