UNO SE ACOSTUMBRA A VER LA MUERTE EN LAS MAÑANAS

Columna de Opinión

Por: Nicolas Escobar Bejarano

Nescobar216@unicauca.edu.co

Mientras la mayoría de personas viajaban y gozaban por cuenta de la celebración del lunes festivo de San Pedro, otros lloraban a cantaros la perdida de sus seres queridos.

La noticia parece sacada de mediados del dos mil, pero no es así, el fin de semana pasado, en el resguardo indígena Inda Sabaleta (zona rural del municipio de Tumaco – Nariño), el gobernador suplente Juan Orlando Moreano y los dos integrantes de la guardia que se encargaban de protegerlo ( Jhon Faver Bisbicus y Carlos García), fueron asesinados a sangre fría.

La Unidad Indígena del Pueblo Awá expreso su condolencia con las familias de los miembros asesinados y fueron enfáticos en manifestar que se encontraban realizando labores humanitarias, algo peligroso en los tiempos actuales de la Colombia moderna, en donde ser líder social y defender los derechos humanos solo simboliza una lapida en la espalda.

Sin embargo este suceso es apenas la punta del iceberg en el que se ha convertido la violencia en el municipio de Tumaco (Nariño) y es que según INDEPAZ, en lo que va del presente año se han registrado 49 masacres – es decir ocurren cerca de 07 masacres al mes, sin duda alguna uno se acostumbra a ver la muerte en las mañanas-, pero el panorama es aun mas desalentador cuando esta misma entidad afirma que son 1.323 lides sociales asesinados desde la firma del acuerdo de paz, en otras palabras, el departamento de Nariño no solo puntea en el olvido estatal sino también en el recrudecimiento del conflicto pues la disputa por las rutas y el dominio del territorio nos ha llevado a tocar las fibras sensibles de la guerra y es la labor humanitaria, aquella que se debe respetar por la misma humanidad, como lo hizo el sultán Saladino en las cruzadas.

La esperanza del dialogo y la apuesta por la paz, deben ser los ejes fundamentales para el entrante gobierno.

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“(…) Ella (Patricia Ariza) andaba con chaleco antibalas por las calles de Bogotá. No había más remedio; pero el chaleco era triste y feo. Un día, Patricia le cosió unas cuantas lentejuelas, y otro día le bordó unas flores de colores, flores bajando como en lluvia sobre los pechos, y así el chaleco fue por ella alegrado y alindado, y mal que bien pudo acostumbrarse a llevarlo siempre puesto, y ya ni en el escenario se lo sacaba.
Cuando Patricia viajó fuera de Colombia, para actuar en teatros europeos, ofreció su chaleco antibalas a un campesino llamado Julio Cañón.
A Julio Cañón, alcalde del pueblo de Vistahermosa, ya le habían matado a toda la familia, a modo de advertencia, pero él se negó a usar ese chaleco florido”. Tomado de Mujeres por Eduardo Galeano.

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