Maldita dosis

OLMEDO GUACA TIMANÁ

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Para los siguientes relatos se cambiaron los nombres de los protagonistas reales por obvias razones y a solicitud de los entrevistados y sus familiares. La historia comienza con “El Mono”, hombre gordo, bonachón, buena gente, muy educado, quien a diario lo veían por los barrios de la comuna 8 caminar y saludando a la gente con vehemencia y alegre paseando su amarillo perro. De un día para otro no lo volvieron a ver, se preguntaba la gente: ¿Qué pasaría con El Mono?, no lo volvimos a ver con su perro. A los pocos meses todo mundo supo de El Mono. Estaba durmiendo en las zonas verdes de otra comuna, barbado, flaco, con un gran saco, descalzo, pidiendo moneditas a todo quien pasaba cerca. Lo triste, El Mono, era de buena familia y ésta lo había echado de la casa cuando supieron que estaba en el oscuro mundo de las drogas. Maldita dosis personal, dijo una familiar. Empezó con una dosis y de dosis en dosis personal hasta ahí llegó, perdido totalmente. Ese camino cuando lo toman no tiene regreso. Malditos los que aprobaron esa mierda de la dosis personal, hasta ahí llegó su persona y su personalidad. Malditos, malditos mil veces malditos esos desgraciados que no vieron el negro futuro de la dosis personal, terminó diciendo una tía de El Mono, escupiendo madrazos.

Mi Niña se perdió con esa maldita dosis personal. Cuando nos dimos cuenta gastamos mucha plata en su recuperación, pero todo fue inútil. Maldito Estado con sus leyes chimbas del libre desarrollo de la personalidad. Maldita dosis personal que como el de Mi Niña hay casos no solo en barrios pobres sinó en todos los estratos, en todas las profesiones, médicos, abogados, arquitectos, de todo con la maldita dosis personal caen bajo. Esa maldita dosis personal acabó con hijos, padres, madres, hogares, profesiones. Vean esa piltrafa que se la pasa en un restaurante pidiendo monedas a todos los dueños de vehículos. Dicen que empezó medicina y que en los descansos le jalaba a la dosis personal y hasta ahí llegó.

Triste, mirando a ninguna parte se la pasa el exteniente de la policía pensando en su hijo, imaginándoselo hecho un buen militar. Pasó todos los exámenes, hice un gasto enorme, me endeudé para su ingreso a la carrera pero todo fue perdido, esa maldita dosis personal truncó su futuro. Todo empezó con una probadita. Lo llevé a procesos de recuperación pero todo fue inútil, salía, hacía propósitos, prometía, lloraba, perdió su novia, su hijo que antes era su vida ahora ni cuenta se da que su hijo cumple años, que va al colegio y que perdió su hogar. Antes decía que por su hijo se hacía matar, ahora no le importa su tesoro como le decía al pecosito, como llaman a su retoño, termina con un suspiro y un agrio sabor a mierda el exteniente.

Hay muchos más, conmovedores y crueles relatos, de personas, de hogares, de profesionales que señalan esta maldita dosis personal como la perdición total, todo por el libre desarrollo de la personalidad para lo cual no estaba preparado el colombiano, pero que los pensadores nos mandaron al infierno, expresan con rabia los entrevistados.

Yo por mi parte si deseo que Duque haga con brazo firme lo que tenga que hacer con esa maldita dosis personal, dice una señora con angustia en su rostro. Qué problema de salud pública ni que mierda dijo el exteniente, esto hay que acabarlo o terminaremos todos en la oscuridad, porque el sufrimiento es de todos y los que están en ese mundo no sienten nada, terminó con aire de impotencia.

Habrá que analizar si las leyes sobre la dosis personal deben ir más allá del desarrollo de la personalidad o mirarlas desde lo humano, lo familiar, la corresponsabilidad del Estado y de los consumidores externos. Debe producirse un gran debate con todos los implicados directa o indirectamente y no producir leyes a puerta cerrada.