La Fortaleza y Unidos construyen oportunidades

Al suroccidente de Popayán, familias de diferentes partes del país constituyeron una asociación con la esperanza de obtener una vivienda digna con proyección social y económica.

Por: Paula Lara Rodríguez

www.comarcadigital.com – Universidad del Cauca

Esta crónica visibiliza los esfuerzos de lucha por parte de las familias de los asentamientos “La Fortaleza” y “Unidos para Triunfar”. /Fotografía: Paula Lara Rodríguez

–¡Al que no venga a la reunión le quemamos el rancho! –sentenció el flaco.

Antes que como una amenaza, la respuesta general fue de risas, aunque la junta se estaba retrasando. Entre risa y risa, Luis se volvió nuevamente hacia mí y, forzando su voz, expresó: “¡El flaco tiene buena garganta!”. Sonreímos de nuevo. “Debería ser el megáfono para que apure a la gente”, le respondí, aunque no supe si pudo escucharme. Pasaron varios minutos, en los que los murmullos y la alegría parecían interminables. De pronto, la bulla cesó…

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–Va a haber una reunión en Unidos, ¡allá te esperamos! –me dijo el secretario de la asociación Hogar Digno Hogar, una entidad sin ánimo de lucro constituida por personas de bajos recursos que buscan por medio de la organización, la unión y sus esfuerzos, obtener una vivienda justa y digna.

Entonces salí de casa, me subí en el bus que decía “Chapinero” y me dirigí a la reunión a la que estaba invitada. Tenía mucha curiosidad por conocer el proceso organizativo de esta comunidad.

Después de media hora, me encontraba sentada en la sala de una de las familias del asentamiento “Unidos para triunfar”. Sentí el calor de hogar y me trasporté a mi tierra huilense; pude sentir ese amor filial que se teje en las reuniones, paseos y convivencia de mi familia opita. Las risas y bromas me trajeron el recuerdo de mi abuela, que conocí por medio de relatos contados por el abuelo Tulio. Aunque no se sentía el clima caliente que identifica al Huila, todo este conjunto de emociones y sentimientos me conectaban fuertemente con mi tierra hogareña. Era como si un pedazo del Huila estuviera allí. Arrullada por esa evocación, solo esperé a que llegaran los demás. En la sala persistía el ambiente de familiaridad y amistad.

A mi lado estaba don Luis, un hombre de baja estatura, moreno y de apariencia seria, muy seria. Su mirada era serena, como si en los ojos anidara el cansancio de tantos años vividos y del deambular en un nuevo territorio. Con voz pausada, a tono con la serenidad de su mirada, empezó a relatarme un poco sobre su experiencia como desplazado. Contó que Dios le regaló dos niñas con discapacidad, y que fue por ellas y por la violencia vivida en su tierra, que tomó la decisión de venir a la ciudad.






¿Cómo entender, que a pesar de la crudeza del relato, el rostro de don Luis mostraba una sonrisa? Su seriedad se iluminaba, como si la sonrisa fuera el preámbulo para afirmar que el desarraigo les resultó traumático y que solo con el paso del tiempo se fue adaptando a un espacio que lo repelía.

Con esa mezcla entre valentía y tristeza, se aprestaba a continuar su relato, cuando una voz potente se superpuso incluso sobre la algarabía de charlas espontáneas y risas. El que hablaba era “el flaco”, así lo llamaban. Un hombre alto, con una gran sonrisa y una personalidad arrolladora.

 

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