Estado mínimo para un desastre máximo

MATEO MALAHORA

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“Digamos para ponerlo fácil: en Buenaventura la diástole y la sístole de la economía son mundiales, las arterias son nacionales, los vasos sanguíneos son afrocolombianos, pero el corazón lo mueve el Estado, que late en consonancia con la dinámica de la dominación global.”

La tradición política aún no se ha emancipado de sus fuertes lazos con el pasado universal. Soportamos, como soporíferos equipajes históricos, la idea que el Estado es eterno, concebimos su existencia como si fuera una entidad neutral, sin vínculos con los intereses de las clases en el poder.

Después de aparecer Foucault pareciera que la estantería sobre la cual se levantaba el Estado se fortaleció, porque el filósofo francés argumentó que el Estado no era un objeto, tampoco  una cosa arrebatable y que el sostén que soportaba su poder era un tejido de relaciones de fuerza, como una red marinera que lo envolvía todo.

Veamos la transparente declaración del Defensor del Pueblo sobre el caso de Buenaventura para darle validez a este aserto: “Negret agregó que… el problema social se derivó de la confrontación entre la Fuerza Pública y los ciudadanos que exigían al Gobierno protegerlos y respetar sus derechos fundamentales” (Derecho fundamental al agua, a la salud y la educación).

Y al condenar los ataques físicos expresó: “El uso de la fuerza desmedida por parte del ESMAD no tiene justificación, como tampoco lo tienen los actos de vandalismo de los enemigos de la protesta pacífica”. (El Espectador, junio 4 de 2017)

El ejemplo del abandono de Buenaventura es paradigmático. De no haberse iniciado un proceso de paz con las Farc hubiera sido la perfecta excusa para atribuirles a Pablo Catatumbo y el Sargento Pascuas un connato insurreccional para disolver la opresora malla del Estado.

No obstante, en la reclamación de “El Litoral Recóndito” lo que está en juego no solamente el agua potable, la salud o la educación, es la red mundial de la economía, el espacio de la depredación capitalista, la lógica de un nuevo mundo geopolítico.

Los prototipos estratégicos de la modernidad fallaron o, mejor, se instalaron con más fuerza al amparo de la Constitución del 91, que hizo permisible el neoliberalismo; allí pudimos ver que las clases populares, víctimas del Estado Mínimo, al estallar la crisis fueron reprimidas y precisamente no para construir democracia y cultura democrática. Recordemos que el Expresidente Gaviria nos dijo: “Bienvenidos al futuro”. Veinte seis años de “sangre, sudor y lágrimas”.

Las contradicciones del discurso gubernamental han sido evidentes. Las acciones administrativas a nivel nacional, departamental y municipal, como respuestas sociales, fallaron.

El establecimiento demostró su incapacidad para atender las demandas de la población y la furia popular demostró que el parasitismo político, la partidocracia, el gremialismo, el sindicalismo burocrático, el corporativismo anacrónico y el precario Estado participativo, agazapados en instituciones captadores de las riquezas, quedaron como prácticas aberrantes sobre los muelles desvencijados del Puerto.

En el Océano Pacífico, la región más tolerante de Colombia, después de varias centurias, se postuló la existencia del negro libre, y el poder oficial nunca entendió que el negro, como color, es la síntesis de todos los colores, es la gama multicultural que hoy lucha contra el desastre de la depredación demoledora,  con una visión estética del poder, transformadora. Es el blanco la ausencia de todos los colores.

¿Acaso no entienden los gobernantes que en Buenaventura se produjo un proceso de ruptura con los espacios sociales dominantes?

¿Acaso no entienden que los derechos socioeconómicos cuando se despolitizan del poder oficial son indetenibles?

El Pacífico llegó a la conclusión de que los derechos socioeconómicos subyugados por la ideología neoliberal solo servían para patrocinar a unas pocas familias.

La Constitución Nacional reza: “Artículo 42. La familia es el núcleo fundamental de la sociedad… ¿Cuáles son esas familias fundamentales en Buenaventura?

No se trata de acomodar millonarios presupuestos, se trata de situar nuevas racionalidades, con actores no exóticos, con una ética y una política portuarias de alta sensibilidad, que remueva los profundos desequilibrios sociales.

Las economías escondidas, vigiladas o abiertas, subordinadas al capitalismo salvaje y a las transnacionales que expanden las fronteras del mercado por el puerto donde, incluso, importamos productos que producimos, que tiene una fuerza de trabajo depauperada, nichos de residuos tóxicos foráneos, donde se juega a la recolocación de grandes capitales y, sin embargo, las empresas universales no  pudieron desterritorializar la fraternidad militante.

Digamos para ponerlo fácil: En Buenaventura la diástole y la sístole de la economía son mundiales, las arterias son nacionales, los vasos sanguíneos son afrocolombianos, pero el corazón lo mueve el Estado, que late en consonancia con la dinámica de la dominación global.

Hace falta un Estado que le ponga corazón al pueblo y no simplemente apague el incendio para que puedan pasar las tracto mulas. Hasta pronto.