Editorial: El recrudecimiento de la violencia y del lenguaje

El discurso de acabar con el conflicto, de potencializar las acciones militares contra los grupos insurgentes, a pesar de existir unos acuerdos de paz, de terminar con las bandas criminales y de regresar a las fumigaciones para combatir los cultivos ilícitos, que han crecido alarmantemente y el castigo al porte de la dosis mínima, así como el señalamiento de que toda protesta social es infiltrada vuelve a ocupar los titulares de la prensa nacional y regional.

Los argumentos para continuar con el conflicto han desplazado notoriamente los intentos de construir la paz, de darle cabida a la reincorporación, a la reconciliación y a la reparación, a preguntarse qué ha pasado con el cumplimiento de los acuerdos y con la formulación de los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDTES) o con el Plan Nacional Integral de Sustitución (PNIS), en este contexto poder saber, a ciencia cierta, si se les ha cumplido tanto a las comunidades como a los excombatientes.

Ahora pareciese que interesa, como en épocas pasadas, solo: combatir y dar con los “criminales”, es decir atacar las consecuencias y no ir a las causas que los generan, es volver a la acción equivocada que todo debe estar acompañado, en lo fundamental, con resultados militares, más no de equidad y justicia.

Sin embargo, esa lucha parece estar destinada a perderse cuando se trata de hallar responsables y otorgar justicia con casos de líderes, mujeres o niños; solo basta girar la página y revisar que desde hace seis días no se sabe nada de Cristo José Contreras, un pequeño de cinco años, hijo del alcalde del municipio de El Carmen, Catatumbo; a quien secuestraron sin saber por qué, hecho que convoca, como es natural, a su repudio.

A pesar del despliegue de seguridad en la zona, de las órdenes impartidas por los altos mandos militares, la incertidumbre aún embarga a la familia del menor. No basta con la bien intencionada directriz dada por el presidente: “el que la hace la paga”, es pensar en qué hacer para evitar más de estos hechos; para que como Cristo José, o como Génesis, el otro rostro de la violencia contra los niños, se evite. O cómo hacer para que los actos de guerra no entren a las casas de campesinos, líderes y población civil como ha ocurrido en los últimos días en Bolívar y Corinto en el Cauca.

No se trata de tapar la realidad y menos de no atender las causas generadoras de todos estos lamentables hechos, se trata de buscar qué está fallando para que sucedan, cómo prevenir lo prevenible, cómo dejar de lamentarnos por lo que sucede y hacernos menos culpables de lo que hoy es noticia. Continuar en la búsqueda de la paz en todos los estadios de la vida,  partir de la atención de las causas y actuar eficazmente nos daría garantías y esperanza a un pueblo cansado de tanta violencia.

El discurso de acabar con el conflicto, de potencializar las acciones militares contra los grupos insurgentes, a pesar de existir unos acuerdos de paz, de terminar con las bandas criminales y de regresar a las fumigaciones para combatir los cultivos ilícitos, que han crecido alarmantemente y el castigo al porte de la dosis mínima, así como el señalamiento de que toda protesta social es infiltrada vuelve a ocupar los titulares de la prensa nacional y regional.

Los argumentos para continuar con el conflicto han desplazado notoriamente los intentos de construir la paz, de darle cabida a la reincorporación, a la reconciliación y a la reparación, a preguntarse qué ha pasado con el cumplimiento de los acuerdos y con la formulación de los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDTES) o con el Plan Nacional Integral de Sustitución (PNIS), en este contexto poder saber, a ciencia cierta, si se les ha cumplido tanto a las comunidades como a los excombatientes.

Ahora pareciese que interesa, como en épocas pasadas, solo: combatir y dar con los “criminales”, es decir atacar las consecuencias y no ir a las causas que los generan, es volver a la acción equivocada que todo debe estar acompañado, en lo fundamental, con resultados militares, más no de equidad y justicia.

Sin embargo, esa lucha parece estar destinada a perderse cuando se trata de hallar responsables y otorgar justicia con casos de líderes, mujeres o niños; solo basta girar la página y revisar que desde hace seis días no se sabe nada de Cristo José Contreras, un pequeño de cinco años, hijo del alcalde del municipio de El Carmen, Catatumbo; a quien secuestraron sin saber por qué, hecho que convoca, como es natural, a su repudio.

A pesar del despliegue de seguridad en la zona, de las órdenes impartidas por los altos mandos militares, la incertidumbre aún embarga a la familia del menor. No basta con la bien intencionada directriz dada por el presidente: “el que la hace la paga”, es pensar en qué hacer para evitar más de estos hechos; para que como Cristo José, o como Génesis, el otro rostro de la violencia contra los niños, se evite. O cómo hacer para que los actos de guerra no entren a las casas de campesinos, líderes y población civil como ha ocurrido en los últimos días en Bolívar y Corinto en el Cauca.

No se trata de tapar la realidad y menos de no atender las causas generadoras de todos estos lamentables hechos, se trata de buscar qué está fallando para que sucedan, cómo prevenir lo prevenible, cómo dejar de lamentarnos por lo que sucede y hacernos menos culpables de lo que hoy es noticia. Continuar en la búsqueda de la paz en todos los estadios de la vida,  partir de la atención de las causas y actuar eficazmente nos daría garantías y esperanza a un pueblo cansado de tanta violencia.