El día que la estatua de Caldas se bajó de su pedestal

Hallazgos sobre el Sabio en los 250 años de su natalicio. 

Por Sophia Rodríguez Pouget

La estatua más emblemática del Sabio Francisco José de Caldas es obra del escultor francés Charles Raoul Verlet y de ella existen tres iguales en Colombia. / Foto Nelson Osorio – .El Nuevo Liberal

Quedan lugares simbólicos, como la Casa Caldas en Popayán, la Casa Museo Caldas donde el Sabio y su familia vivieron en Bogotá, y el antiguo Observatorio Astronómico -contiguo al Palacio de Nariño. / Fotos Alexander Paloma – El Nuevo Liberal.

Casa Caldas en Popayán.

Casa Caldas en Popayán.

Casa Caldas en Popayán.

La estatua más emblemática del Sabio Francisco José de Caldas es obra del escultor francés Charles Raoul Verlet y de ella existen tres iguales en Colombia. Las dos primeras fueron instaladas en 1910 -con motivo del primer centenario del Grito de Independencia- en la Plazoleta de las Nieves de Bogotá y en el Parque central de Popayán que desde entonces llevó el nombre del Sabio.

La tercera fue ubicada en Manizales, en 1916, en homenaje al prócer payanés cuyo nombre se asignó, en 1905, a la recién creada región de ‘Caldas’ -que el gobierno de Rafael Reyes Prieto conformó con parte del Gran Cauca y del Estado de Antioquia- y que en los años 60 se dividiría en los departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda.

Fueron varios los departamentos de Colombia que, durante las reformas político-administrativas de los siglos XIX y XX, fueron designados con nombres de héroes de la Independencia -Bolívar, Nariño, Caldas, Sucre, Córdoba y Santander- sin que correspondieran a sus regiones de origen, excepto Norte de Santander cuyo “hombre de las leyes” sí nació en Cúcuta.

La estatua de Caldas de Popayán tiene el privilegio de presidir su ciudad natal, en donde se alza en el centro de su parque tutelar. Quien no haya atravesado en diagonal el ‘Parque Caldas’ ni se haya topado en su recorrido con la imagen del Sabio por alguno de sus costados, no ha estado en el núcleo, en el corazón mismo de la Ciudad Blanca.

Algunos historiadores cuestionan si posee las verdaderas ‘facciones’ del Sabio, pero es sin duda una estatua de especial expresión y realismo que refleja varias de sus cualidades. En ella porta en su mano derecha una pluma de escritura que eleva hacia el mentón en actitud reflexiva mientras sostiene, en la otra, un bastón de caña y un ejemplar de El Semanario –primer periódico científico de La Nueva Granada que él mismo fundó y dirigió-, símbolos de su vasta producción intelectual y de sus infatigables expediciones por Los Andes.

En esa obra, Caldas porta su característica ropa: camisa de pliegues frontales y puños acampanados, pantalón ajustado, chaleco a la cintura y botas altas, así como un capote o abrigo de paño de amplias solapas triangulares, bolsillos de tapa espesa y gruesa botonadura. Está plasmado con expresión circunspecta, pero a la vez febril e impetuosa, como de alguien que avanza con arrojo y convicción en sus ideas. Y es que así se ve Caldas en ese monumento: caminando, dando un paso hacia adelante.

Su abanderada

También en Popayán vive Regina Varona, sobrina en sexto grado del Sabio y directora de Fundacaldas, entidad que creó en 2008 para mantener vivo el legado de su antepasado.

De ella impacta, en primera instancia, el parecido físico con su ilustre ancestro, de quien tiene la misma estatura, color de piel, forma de nariz, arco de las cejas, frente amplia y grandes ojos de expresión a la vez cálida y melancólica. Es curioso ver cómo el aire de familia perdura en ella seis generaciones después. Sí, sólo seis, finalmente La Colonia no está tan atrás en el tiempo.

“Soy tataranieta de una sobrina nieta del Sabio -me comenta mientras tomamos café cerca al Parque Caldas en Popayán-. Lamentablemente de Caldas no nos queda ningún familiar por línea directa pues de los cinco hijos que tuvo con su esposa, María Manuela Barahona (o Varona y Varona, según otros registros), los dos primeros -Liborio María y María Ignacia- murieron niños; la tercera y la última -Ana María y Carlota-, de quienes decían eran muy bellas, vivieron hasta los 85 y 86 años pero nunca se casaron; y Juliana -la cuarta- sólo tuvo una hija llamada Dolores que se casó con un primo suyo, Miguel Caldas Caicedo, pero falleció estando en embarazo por lo que no alcanzó a dejar descendencia. Efectivamente, La Colonia no está tan lejos. Cuando uno ve que alguien de 90 años prácticamente tiene un siglo, se da cuenta de que la Independencia, Caldas, todos ellos, fueron ayer”.

Regina desciende de Lino Rafael, uno de los catorce hermanos Caldas y Thenorio, hijos del Regidor perpetuo de Popayán, el español José de Caldas y Rodríguez de Camba, y de su esposa, la payanesa María Vicenta Thenorio y Arboleda. El Sabio era el quinto y el mayor de los hombres, a quien Regina evoca como si fuera su abuelo o su pariente más cercano.

“Yo era la pequeña de la casa, la contemplada, la ‘benjamina’ como me decía mi papá. Cuando tenía cinco años, él me sentaba en sus rodillas y me hablaba de Caldas. Desde entonces quedé fascinada por El Sabio. En mi mente quería ser como él, jugaba a clasificar flores y plantas, a coleccionar toda clase de insectos, a hacer herbarios en el colegio con su ayuda y la de mi hermano. Quería seguir las huellas de Caldas, visitar los lugares donde había estado, y de alguna manera lo cumplí porque estudié Derecho como él, trabajé en Defensoría de Familia e Infancia como él, y hasta abandoné la abogacía, como él cuando se dedicó a su vocación de hombre de ciencia. En mi caso, me dediqué a investigar su vida, recorrer los sitios que exploró, escalar los mismos volcanes y lugares remotos que visitó, rastrear todos los archivos históricos donde pudiera haber documentos suyos, y crear Fundacaldas para mantener vivo su legado. Fue una lástima que mi papá -Rubén Varona Medina- muriera joven de un infarto y no alcanzara a darse cuenta de todo ese interés y esa emoción que sembró en mí por el Sabio. Mi madre, Alicia Gaviria de Varona, recientemente fallecida, se encargó de hacer germinar ese sentimiento sembrado por mi padre y fue quien me apoyó durante 22 años para financiar las investigaciones y viajes que emprendí en busca del legado del Sabio. Sin ella nada de esto habría sido posible”.

Con Regina uno se hace un perfil más real y humano de Caldas del que pintan las enciclopedias, no sólo por la variedad de datos que ha recopilado a lo largo de sus investigaciones y los aspectos poco conocidos que evoca, sino por el énfasis que transmite al hablar de su tátara-tío Francisco José. “Para mí es fundamental el rigor histórico al hablar de Caldas, porque circulan muchos datos errados, otros que inventan irresponsablemente y otros que interpretan mal. Pasé veinte años investigando su vida, recorriendo archivos y lugares que visitó, constatando su labor extraordinaria. Todo lo que digo se sustenta en registros y documentos. A las figuras fundacionales del país les debemos gratitud y respeto, no hacer cualquier cosa con su memoria”.

Aunque son numerosos los descendientes de hermanos del Sabio, Regina es como su abanderada. Cuando hay eventos y homenajes, sobre ella recaen las miradas, los abrazos, las expresiones de duelo, la admiración por el prócer fusilado bajo órdenes de Pablo Morillo, el 29 de octubre de 1816. De hecho, en el reciente homenaje realizado en Popayán con motivo de los 250 años del natalicio de Caldas, las palabras de las autoridades frente a sus restos en el Panteón de los Próceres, los honores militares rendidos ante su estatua, la ofrenda floral depositada en su memoria, todo ocurrió con Regina en primera fila. 

Precursor de la libertad

Francisco Joseph De Caldas y Thenorio nació en Popayán, el 4 de octubre de 1768, y desde niño su genialidad fue visible en el Colegio Seminario, donde tuvo de profesor de latín y filosofía a otra figura destacada del país: Don José Félix de Restrepo. A los veinte años viajó a Santafé, a estudiar Derecho para darle gusto a su padre, pero su verdadera vocación ganó la partida y, tras graduarse en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, se dedicó de forma autodidacta a la física, la matemática, la astronomía y la botánica.

Fue incluso comerciante de ropa durante un breve tiempo, en un periodo de dificultad económica, pero lo abandonó muy pronto cuando las mulas que transportaban su mercancía rodaron por un abismo. Ese accidente despertó su interés por las condiciones geográficas y topográficas de la Nueva Granada, así como en la necesidad de desarrollo, infraestructura y vías adecuadas.

Caldas adquirió los pocos libros e instrumentos científicos disponibles en Santafé –brújula, termómetro, barómetro, Octante de Hadley- y de regreso a Popayán fabricó él mismo otros que requería, con ayuda de artesanos payaneses, iniciando mediciones que empezaron a darle relevancia como hombre de ciencia.

Soñaba con las herramientas de las que disponía Europa en su momento y, ante su ausencia, levantó incluso una torre de observación astronómica en el patio de su casa, con enormes piedras que hizo traer de Paispamba, algunas de las cuales se conservan aún en la ‘Casa Caldas’, su vivienda de niñez y juventud en Popayán.

Caldas profundizó sus conocimientos en astronomía y logró observar por primera vez un eclipse de luna, fijar la longitud de Popayán, determinar la altitud y la latitud de varios sitios, levantar la carta de Timaná y la cartografía de numerosas poblaciones, establecer coordenadas geográficas, y publicar -en febrero de 1801- su primer estudio formal ‘Observaciones sobre la altura del Cerro de Guadalupe que domina esta ciudad (Santafé)’ en el recién creado periódico ‘Correo Curioso de Santafé’ , dirigido por Jorge Tadeo Lozano, que marcó su ingreso a la comunidad ilustrada de la Nueva Granada.

Así llegó a oídos del naturalista español José Celestino Mutis la notoriedad de Caldas, a quien hizo nombrar director de astronomía de la Real Expedición Botánica -el proyecto científico más ambicioso de España en América, cuyo objetivo era estudiar y poner al servicio de la Corona los recursos naturales de las colonias- y luego director del primer Observatorio Astronómico del continente. Caldas aportó en la Expedición investigaciones determinantes sobre la quina y sus propiedades, estudios de flora y fauna, clasificaciones de especies nativas, cartografías y mapas científicos del Virreinato, trazados de Los Andes y levantamientos topográficos, y constituyó el herbario más extenso de su época.

La astronomía, en aquella época, era la ciencia por excelencia para el desarrollo y el progreso, pues sin ella resultaba imposible emprender una expedición sin perderse. Permitía guiarse según la ubicación de las estrellas, viajar por mar y tierra, medir el tiempo, calibrar relojes, prever el clima, calcular superficie terrestre y nivel del mar, fijar coordenadas e hitos limítrofes, levantar mapas y cartografías, entre otras aplicaciones, por lo que Caldas resultaba indispensable en el marco del proyecto.

A la par con sus labores científicas, Caldas fue uno de los cerebros y precursores de la Independencia. Su anhelo de conocimiento sólo era comparable con el que tenía de libertad para las colonias americanas. Así hizo parte de la generación determinante de jóvenes neogranadinos ilustrados quienes, inconformes con la manera en que el Rey Fernando VII y sus representantes gobernaban en América, querían instaurar una república autónoma, inspirados en la Revolución francesa y la traducción que Nariño había hecho de los Derechos del Hombre.

‘Los conspiradores’, como los llamaban, solían reunirse en las casas de Antonio Nariño y de José Acevedo y Gómez pero, al verse vigilados, le pidieron al Sabio trasladar sus reuniones a la edificación octogonal del Observatorio, que por aquel entonces era el edificio más alto del continente.

Caldas terminó participando en los hechos que desataron la revuelta del 20 de julio de 1810 y los años siguientes en la llamada ‘Patria boba’, cuando federalistas -liderados por su primo Camilo Torres- y centralistas -por Antonio Nariño- no lograron unir sus visiones frente a la causa común de la independencia y terminaron enfrentados entre sí. Una pérdida de esfuerzos, recursos y soldados que los menoscabaron al punto de que fue tarde cuando intentaron reagruparse.

El exterminio de esa generación de intelectuales y militantes de la causa independentista se dio, una vez retiradas las tropas napoleónicas de España y ante la intensidad de las revueltas en América, cuando el Rey Fernando VII envió a Pablo Morillo con un ejército de once mil hombres a “pacificar” la Nueva Granada. La orden era clara: todo criollo ilustrado resultaba indeseable y todo brote de libertad un peligro para los intereses de la Corona. Así apresaron, juzgaron y fusilaron, uno a uno, al grupo de patriotas que murió sin alcanzar a ver la gesta libertadora de Bolívar ni libres las colonias de América sólo tres años después.

“1816 fue un año trágico -dice Regina mientras caminamos hacia el Parque Caldas-. En julio fusilaron a Miguel de Pombo, en agosto a José María Quijano y José María Cabal Varona, en septiembre a Liborio Mejía, el 5 de octubre a Pedro Felipe Valencia y Camilo Torres, y el 29 de octubre a Caldas. Para el Sabio fue devastador darse cuenta de la muerte de todos antes de su propia muerte. A él lo fusilaron con Francisco Antonio De Ulloa, Miguel Montalvo y Miguel Buch, en la plazoleta de San Francisco, hoy Parque Santander de Bogotá. Fueron ocho tiros de fusil: siete en la espalda y uno en la base del cráneo. Eran las once de la mañana. Tenía 48 años. Luego los enterraron en una fosa común de 80 centímetros de ancho frente a la iglesia de la Veracruz y, en 1904, cuando encontraron sus restos al hacer unos arreglos en la iglesia, el Maestro Guillermo Valencia, quien era representante a la Cámara, solicitó traerlos a su ciudad natal. Ese día fue el recibimiento más extraordinario de Popayán a sus hijos. La ciudad entera salió a recibir los restos de sus patriotas, de sus próceres. Las mujeres con sus mejores atuendos, los hombres de camisa blanca y corbata negra. Se izaron las banderas de Colombia en balcones y ventanas, y sonaron campanas en homenaje. Un nieto de Baltazara Caldas -hermana del Sabio, casada con George Wallis- fue quien pronunció el discurso”.

Perfil del sabio

Caldas era en extremo singular para su época. Trabajaba mucho, dormía poco. Le fascinaba el chocolate, los quesos, el dulce. Le tocó la escritura apasionada y rimbombante del romanticismo, así como el despertar ferviente de la Ilustración con sus ansias de libertad y su afán de conocimiento. Dos o tres horas de sueño le bastaban para superar el cansancio del día, y solía andar a veces con un catre de armar para descansarlas cuando le tomaba la noche estudiando en el Observatorio o en alguno de sus trabajos de campo.

Su amigo, alumno y primer biógrafo, Lino de Pombo O’Donnell -padre de Rafael Pombo- lo describió como un hombre “de complexión robusta… rostro redondo… frente espaciosa… ojos melancólicos… pelo negro y lacio… cuello corto… andar desembarazado”, que solía “portar una levita o sobretodo de paño oscuro, que abrochaba y desabrochaba sin cesar cambiando de solapa, de manera que duraban muy poco sus botones” y que, entre otras características, era “de trato afable… conversación amena… carácter franco… índole pacífica… y sin ambiciones materiales”.

“Tenía nariz recta y larga pero no quebrada -agrega Regina-, poco pelo que peinaba hacia la frente o de lado, ojos miel y tez trigueña. La mayor parte de la iconografía no lo pintó como era. En Quito están los retratos más acertados. En cuanto a su carácter, la gente lo imagina siempre serio, caviloso, absorto estudiando. Pero, cuando no estaba en sus investigaciones, era muy sociable, gran amigo, tomador de pelo y excelente conversador. Cuando vivía en su casa del barrio ‘La Pamba’ en Popayán, hacía tertulias larguísimas. Allá iban todos sus amigos a conversar con él y después él se quejaba con ironía diciendo que por estar charlando con ellos había dejado de investigar tal o cual tema. Tenía además el ‘repentismo’ payanés, esa capacidad para responder con humor fino e inteligente al instante. También le pasaban cosas muy graciosas en las expediciones, como una vez que los sorprendió la creciente en un río mientras colectaban unas piedras y salieron todos revolcados muertos de la risa. Todos esos detalles divertidos y coloquiales también hacen parte de su vida. Y, como a él le fascinaba escribir, dejó todo narrado. Es de los personajes de Colombia que más cartas escribió”.

Caldas sufría de perlesía o debilidad muscular, y de policitemia, un aumento en los glóbulos rojos que le daba a su rostro un aspecto de mejillas enrojecidas, que se asocia con fuertes jaquecas como las que sufrió toda su vida. En contraste, resultaba asombrosa su resistencia a la altitud. Para la Expedición escaló sin agotarse las cumbres más altas de los Andes, desde los volcanes Cayambe, Cotopaxi, o Tungurahua, de más de 5000 metros, hasta el Chimborazo, de más de 6000.

“Él le pedía a Mutis acompañantes por los riesgos que corría de andar solo –explica Regina- y, como no le asignaron, contrató a Salvador Chuquín, un indígena amigo que alquilaba mulas de transporte y que fue quien le salvó la vida en el Volcán Imbabura, cuando el Sabio alcanzó a rodar por un abismo cuando tenía 30 años de edad. Si no hubiera sido por Chuquín, Caldas habría muerto y nadie ni se habría dado cuenta. De hecho, Caldas tenía muchos amigos indígenas porque era muy respetuoso de su cultura y de sus saberes”.

Y agrega con orgullo: “Hay cosas curiosas. En Ecuador, por ejemplo, vi que físicamente tengo su misma resistencia a la altitud. Por eso logré escalar los volcanes que él escaló, mientras gente más joven que yo, y hasta expertos extranjeros con los que hice esos recorridos, después de cierta altura ya no podían seguir. También logré ubicar en Ecuador descendientes de Chuquín y agradecerles por su antepasado, así como descendientes de Camilo, un hermano del Sabio que se casó en Quito. Todos esos encuentros fueron muy emocionantes. Tengo particular gratitud con Ecuador, donde siempre me abrieron las puertas para realizar este trabajo de recorrer las huellas de nuestro Sabio Caldas”.

Genio visionario

Caldas fue una de las mentes más sobresalientes y vanguardistas de su época. La variedad de campos que abarcó, y sobre los cuales dejó innumerables tratados científicos y estudios, dan cuenta de su erudición y de su carácter visionario en tiempos de tanto aislamiento y precariedad.

Sólo una intuición como la suya era capaz de visualizar, en las postrimerías del siglo XVIII, la posibilidad de unir las aguas de los ríos Atrato y San Juan para conectar los dos océanos, llamar la atención sobre la riqueza del Amazonas, señalar el valor de la herencia arqueológica de San Agustín, o proponerse levantar el Atlas General de la Nueva Granada.

De los personajes de Colombia es al que más apelativos acompañan su nombre pues, siendo abogado, ejerció como astrónomo, geógrafo, matemático, físico, botánico, geólogo, químico, naturalista, topógrafo, cartógrafo, ingeniero militar, catedrático de filosofía y matemática, así como tratadista en arquitectura, antropología, etnografía, meteorología, zoología, óptica, geodésica y taxonomía.

Además, pasó a la historia como el inventor del ‘hipsómetro’, instrumento que logró crear al descubrir la relación entre la altitud, la presión atmosférica y la temperatura de ebullición del agua.

Todo eso le mereció el apelativo de “Sabio”, como lo calificó José Celestino Mutis, a quien Caldas solía llamar “mi padre” en expresión de gratitud y aprecio. También Humboldt, en su paso por Suramérica, destacó la notoriedad de Caldas, sorprendido por sus conocimientos adquiridos en solitario y tan lejos de la comunidad científica europea.

Además, Caldas fue de los primeros periodistas y escritores neogranadinos, con vocación política y liderazgo intelectual, fundador y director del ‘Semanario del Nuevo Reino de Granada’ donde trató de corregir la falta de divulgación de resultados que tuvo la Expedición, y promovió junto con otros criollos ilustrados los ideales de emancipación. Para Caldas conocimiento y libertad debían ir de la mano. Por eso en el Semanario compartió varios de sus trabajos más connotados, como ‘Del influjo del clima sobre los seres organizados’ o ‘Estado de la Geografía de Santafé de Bogotá con relación a la Economía y el Comercio’.

También fue director, con Joaquín Camacho, del ‘Diario Político de Santafé’, que divulgó los actos de la Junta de Gobierno y el fervor de la causa independentista tras el 20 de julio. Y aún en plena exaltación política, no descuidó sus investigaciones, logrando publicar sus famosas ‘Memorias científicas’ en entregas periódicas durante un año más.

Los conocimientos en ingeniería de Caldas, por su parte, fueron esenciales en las estrategias militares del ejército patriota. Tuvo a su cargo fortificar caminos, establecer fundiciones de artillería, diseñar fábricas de nitro y pólvora, máquinas para acuñar monedas, levantar mapas estratégicos para los desplazamientos y batallas, trazar las rutas de muchos recorridos. Y, en Antioquia, donde residió algún tiempo por invitación de Juan del Corral, alcanzó el grado de Teniente y de Ingeniero General del Cuerpo militar, donde fundó la primera Academia de Ingenieros Militares del Virreinato y su plan de estudios, en 1814.

El “Sabio Caldas”, como se le conoce a secas, pasó a la historia como precursor de la investigación científica en América y una de las mentes más brillantes de todos los tiempos. Varios de sus estudios fueron reconocidos y publicados en tomos científicos de Francia y de otros países de Europa, así como en el Diario de Humboldt que se conserva en Berlín. “Dicen que hasta compuso una polka –comenta Regina-. Era como un hombre del Renacimiento”.

Cabe resaltar que, en el marco del ‘Año Caldas’, declarado por la Unesco con motivo de los 250 años del natalicio del Sabio, nuevos hallazgos sorprendieron al mundo en torno a su vida y su obra: además de erudito y científico, salió a relucir su talento artístico por una serie de cuadros originales que pintó de perfiles de Los Andes, cartografías, dibujos botánicos, tramos del río Magdalena y vías que él mismo proyectó, que fueron revelados y exhibidos recientemente en España, en una exposición histórica en el Museo de Pontevedra.

Durante dos siglos, las obras reposaron inéditas en archivos de España hasta ser cedidas por el Centro Geográfico del Ejército, el Observatorio de la Armada de San Fernando y el Real Jardín Botánico de Madrid, que custodia todos los materiales y documentos de la Expedición. Las obras, con más de 40 documentos inéditos del Sabio, constituyen -según el diario español Faro de Vigo- el mayor descubrimiento de obras originales de las últimas décadas por su calidad, importancia y variedad de temas, e incluyen el mapa del centro de Colombia de mayor dimensión hecho por el Sabio y un dibujo original de cultivos entre Bogotá y Quito que sería el primer perfil fitogeográfico del mundo.

“Es que, cuando Caldas fue fusilado -explica Regina mirando el rostro de la estatua-, la Corona española le confiscó absolutamente todo. Su esposa e hijos quedaron sin nada y el país menos. Le incautaron pertenencias, libros, documentos, obra, producción inédita. Incluso su ropa, objetos personales, muebles, enseres de su familia, todo. Por eso en Colombia no hay casi nada de él”.

Quedan lugares simbólicos, como la Casa Caldas en Popayán, la Casa Museo Caldas donde el Sabio y su familia vivieron en Bogotá, y el antiguo Observatorio Astronómico -contiguo al Palacio de Nariño- con los escalones originales de acceso a la azotea y el cuartico bajo la bóveda donde dicen dormía el payanés cuando terminaba sus observaciones celestes en la madrugada. También unos pocos instrumentos de cálculo y de observación, escasos libros con anotaciones de Mutis y Caldas en los bordes, herramientas de sus dibujantes, un simulador manual de eclipses, varios relojes de navegación, y uno que otro documento. Se dice que hasta perdura el famoso pasadizo secreto que comunicaba el Observatorio Astronómico con el claustro de San Bartolomé, que los conspiradores atravesaban para sus reuniones clandestinas.

Entre familiares quedan también unas pocas cosas, “como un escritorio de su juventud y un pequeño molino de trigo artesanal hecho en madera, que se conserva en buen estado y que fue heredado por mi bisabuelo Rafael Varona Mosquera -comenta Regina-, a quien una hija del Sabio Caldas se lo entregó. Hoy lo conservan unos familiares en Popayán. Aparte de eso, queda también mucha correspondencia”.

Desagravio al Sabio

Paradójicamente, por el origen gallego de su padre, en 1925, el Rey de España Alfonso XIII hizo erigir una placa de mármol en honor a Caldas, que se instaló en el Palacio de Bibliotecas y Museos de Madrid, que dicta: “Perpetuo desagravio de la madre España a la memoria del inmortal neogranadino Francisco José de Caldas”. La talla en piedra se ubicó junto a la estatua del intelectual Marcelino Menéndez Pelayo, quien definió a Caldas como “víctima nunca bastante deplorada de la ignorante ferocidad de un soldado, a quien en mala hora confió España la pacificación de sus colonias”. Eso sin contar que en los municipios de Arcos Da Condesa y Caldas de Reis, donde inauguraron en 2016 una plazoleta en su honor con motivo del bicentenario de su muerte, rinden permanentes homenajes a su vida y obra.

La letra griega “θ”, por su parte, quedaría asociada para siempre con la genialidad de Caldas, como símbolo del dolor y la frustración de su injusta muerte. Minutos previos a su fusilamiento y ya de camino hacia el patíbulo, el Sabio la escribió con un trozo de carbón en el muro de su celda. Aquel jeroglífico final, que se pudo interpretar posteriormente como “Oh, negra y larga partida” permanecerá como emblema de su mente sobresaliente y de su aporte a la historia de Colombia, de Popayán y del continente. Una marca identificativa de su legado, de su existencia y de su permanencia como mártir, héroe y precursor de la libertad.

Regina Varona, su abanderada y directora de Fundacaldas, trabaja intensamente con sus integrantes para crear un documental del Sabio “basado en la realidad histórica y datos poco conocidos de él”, impulsar un Jardín Botánico en Popayán que lleve su nombre, seguir fomentando la permanencia del Sabio en la memoria del país, y recuperar para museo un molino hidráulico de trillar que el Sabio diseñó en la hacienda de su padre en Paispamba, cuando tenía 19 años, y que subsiste aún con riesgos de deterioro. “Obviamente la ayuda pública y privada es esencial para todos esto”, agrega para concluir.

Su vivo retrato

De regreso a Bogotá, decido visitar la estatua de Caldas en el Parque de las Nieves. A pocos pasos de ahí, una silueta arrebata la atención de los transeúntes. Un artista callejero, que practica el ‘estatuismo’, pasa largas horas inmóvil desafiando toda resistencia física. No es raro encontrarlo en Usaquén, en el centro, en algún punto de la carrera Séptima, vestido como Caldas, en la pose de Caldas, y con la misma actitud reflexiva, circunspecta, suspendida en ese punto misterioso y eterno del paso del tiempo.

Atreviéndome a interrumpir su rutina, le pedí que habláramos. La estatua tardó unos segundos en reaccionar, pareció salir como de un estado de hipnosis, adquirió ademanes humanos, enfocó la mirada en lo que le decía, separó la mano de su mentón, incorporó el ejemplar de El Semanario a su torso, y muy lentamente se dispuso a bajar de su pedestal. “Sergio Bermúdez”, me dijo extendiendo su mano de bronce.

Cuando la ‘estatua de Caldas’ estuvo de pie en el suelo, vi con mayor detalle y sorpresa su parecido con las facciones finas, alargadas y melancólicas del Sabio. Tiene 29 años. Es artista empírico, teatrero, un apasionado por el arte.

¿Por qué Caldas? ¿Por qué lo escogió? “Vengo del teatro comunitario, de las localidades. Trabajo desde los 14 años en comparsas, en teatro callejero y de sala. Empecé el estatuismo hace diez. Me vestía de mago, ángel, duende, romano. Un día me preguntaron si podía hacer de Caldas para una obra. Lo curioso es que ya había pensado en representarlo porque estudié en la Distrital, donde hay una estatua de él, y donde cursé incluso la cátedra Caldas que dan a todos los estudiantes en primer semestre. Tardé un mes en alistarlo, en investigar su vida, en tomar medidas y fotos de la estatua, en diseñar la vestimenta, en lograr los pigmentos, la textura, la escala o proporción. Me identifico con Caldas en su pasión por las ciencias, en perseverar aún sin los recursos suficientes, en apostarle a la verdadera vocación. De él esperaban un abogado y de mí un ingeniero. A ambos nos ganó nuestro destino. Cuando la gente no lo reconoce, les cuento su vida y obra. Es un personaje que debemos conocer, más aún ahora que se cumplieron los 250 años de su natalicio”.

Hay algo profundamente digno y respetuoso en el trabajo de Sergio, más allá del ejercicio de un artista que gana parte de su vida en el exigente trabajo de permanecer inmóvil bajo las inclemencias del clima y las impredecibles reacciones de los transeúntes. Los 250 años del Sabio no le pasaron desapercibidos. Por el contrario, divulga aún más el legado de Caldas apoyado en su propio cuerpo, ese cuerpo que le presta durante tantas horas al día. “Con Caldas me han pasado muchas anécdotas. La gente que conoce la estatua o reconoce que es él, se emociona mucho. Otros, de noche, cuando ven que no soy una estatua, se asustan. Es un personaje que trato de interpretar con mucho respeto y elegancia porque son cualidades que hacen parte de su esencia”.

“Para mí el estatuismo –continúa Sergio-, más que un fin, es un medio. Me ayuda a desarrollar paciencia, a meditar, a adquirir conocimiento interior, a reconocer y superar mis defectos, a comprenderlos y eliminarlos. Mi búsqueda es espiritual y mental. Busco el autocontrol, vivir mejor como ser humano. Lo físico es pasajero. Interpretar a Caldas me ha enseñado mucho”.

Terminada nuestra conversación, le agradecí su tiempo y nos despedimos. “Feliz aniversario, Sabio”, le dije con cierta nostalgia. La ‘estatua’ se giró sonriente, ciñó su desgastado ejemplar de El Semanario contra su pecho, tomó su pedestal y su bastón de caña, extendió su brazo para darme la mano, hizo una leve inclinación y se fue caminando en silencio hacia el fondo de la calle. Observé cómo ‘Caldas’ se perdió sereno y circunspecto en la oscuridad de la noche, entre un ligero chasquido de sus botas y el destello plomizo de su traje metálico.