SHERLOCK HOLMES, PATOJO

Columna de opinión

Por: JESÚS ASTAÍZA MOSQUERA

C

orría el año de  1969, -yo no sabía que los años corrían-, cuando mi primo José Manuel López, le dio por saludar a mis padres, antecito del 24 de diciembre.  Cuadró su campero  y aprovechando que la puerta estaba abierta, como era costumbre, dijo: de paso entro a entro  a darles la feliz navidad y el feliz año..  

Al salir lo primero que observó fue la carpa levantada  y del bimbo ni las plumas. En menos de lo que canta un gallo, -verdad que es un bimbo-,  se lo robaron. Salimos todos corriendo y nada. Pero por arte de magia, ni se había perdido el ave, apareció un señor, si digo de negro hasta los pies vestido, es repetir lo que todos dicen, pero era así.  Al saludar a mi papá  le reprochó: qué descuido, profesor. Acompáñame le dijo: vamos a recuperarlo sin rescate ni extorsión.

Mi madre, precavida respondió: el  viejo que no vaya, que lo acompañe Adelaida, la muchacha del servicio. Ésta sin pizca de miedo, respondió:: vamos. Y salieron carrera octava abajo. En la esquina la vecina Jiménez hizo un pequeño movimiento, como la señal de la cruz, y el señor de negro volteó por la calle novena.  

No había pasado mucho cuando escuchamos de regreso el” buuuurrr” del bimbo.  Cuando se lo llevaron no canturreó, -cómo se llamará el canto del bimbo-, y ahora si viene armando un alboroto del carajo. Estuve a punto de apretarle el pescuezo pa’que dejara la molestadera, comentó Adelaida.  Ya lo tenían para la venta en la galería, agregó. El señor de negro abrazó a mi papá, susurrándole al oído: que lo disfruten. Nadie preguntó nada. Para qué, si ya el bimbo  estaba feliz en el puesto  de adelante del campero de José Manuel.

Desde ese día no le perdí el ojo  al decente señor de mediana estatura, maciza figura, impecable traje negro, camisa blanca y corbata. Los zapatos negros le brillaban como un espejo, para ver por debajo, comentaba Ratón de Iglesia, pues eran amigos. Llevaba puesto un  sombrero del mismo color, un bastón en el brazo izquierdo y un periódico en el bolsillo  derecho del saco.   Caminaba erguido pero parsimonioso. Aparentaba no mirar pero no se le escapaba detalle. Construyó su propia fama y las coordenadas, exactas por donde se movían los malandros.

Con los días supe que se llamaba Enrique Grijalba Fuentes, aficionado a la hípica y a los toros. Había nacido en  Chile y en Popayán se  hizo patojo de campanillas.  

El día que el fotógrafo Ortiz les  sacó una foto a los ladrones en el preciso instante de levantar la reja de seguridad de su negocio, encargaron al señor Grijalba de investigar el caso. A los dos días subió por la carrera octava camino del DAS con uno de los ladrones. Era el Gato. El señor Grijalba solamente le dijo: se te acabaron las siete vidas, la gateadera y las pilatunas. Sacó el revólver del  sobaco izquierdo  y ordenó: Gato, no se me vaya a volar porque le suelto “el gatillo”. Hizo una muequita triunfal. El señor tenía sus apuntes. El  Gato fue soltado a la semana dizque  por falta de pruebas, como ahora. Eso por haberlo cogido  “descuidao”, dijo el sastre.

Don Enrique era una réplica del famoso detective inglés  Sherlock Holmes, a quien de tanto ver en películas le  había aprendido la técnica y el  estilo. La  única diferencia era que dormía sin  sombrero  a fin de que no le  adivinaran los pensamientos y  lo abrumaran las pesadillas. Pensaba pasar inadvertido pero todo el mundo lo conocía. Al único que le comentaba sus hazañas era a su compañero en el DAS don Jacobo Meneses, un señor mono, bonachón y buena persona. Refieren que cuando se encontraban el uno lo saludaba: “qu’ihubo Sherlock” y éste echaba sus historias y finalizaba con la consabida frase: “elemental, mi querido Watson”.

Como cosa rara nunca cambiaba de recorrido y pasaba  a la misma hora, se  paraba   en la misma esquina y ocupaba la misma banca del parque de Caldas al lado del caricaturista FÍGARO, momento en que se escurrían los ladrones. De Sherlock Grijalba aprendieron las suegras a cuidar sus hijas, a través de los dos huequitos del periódico, hasta cabecear  en el pecho de FÍGARO. 

Una tarde Grijalba estaba recostado en pared de la esquina de la  calle octava con octava. El loco Jaime que  venía en sentido contrario lo cogió desprevenido y  gritó durísimo: ¡aaayyy!  Grijalba pegó un brinco y al caer ya tenía desenfudado el revólver. Ambos casi se desmayan del susto. Avispa por debajo de la barriga del caballo contemplaba el singular cuadro.   

Hay una anécdota que me refirió Educardo. Una vez en el poste ubicado frente a la Heladería Imperial, estaba el joven Cuadros orinando. Al pasar Grijalba le objetó la falta de urbanidad: ¿Esto no le dice nada? le preguntó: Cuadros le contestó: no señor, el poste no habla. Me acompaña, so mal educado. Éste sin acabar se fue con él y al pasar por donde Culibri Sarria acabó de soltar el chorro y las  lágrimas.  Grijalba comprensivo lo amonestó: vos no sos si no un “mión” callejero  y lo dejó ir.  

De  una cooperativa de la época  llamaron al DAS para informar que quincenalmente se robaban un par de zapatos y, siempre eran de hombre. Grijalba fue designado  para el caso. Éste se presentó, miró el lugar, revisó la nómina, las hojas de vida y los horarios. Pasaron los tres meses y cuando nadie daba un centavo por la respuesta apareció Sherlok en la  Cooperataiva.  Saludó cortésmente y sin preámbulos dijo: asunto resuelto. Miró por debajo del sombrero y manifestó: espero a tres de ustedes el viernes a las siete de la mañana. Les dio las instrucciones. Por favor: absoluta reserva. 

El día y a la hora acordados los recogió en una  berlina que cuadró frente a la puerta principal de la entidad para seguir de cerca los acontecimientos. Esperaron silenciosos. Tan pronto como abrieron uno de los trabajadores salió, miró para todos los lados, entró y  sacó dos tarros repletos de  basura; volvió a mirar  y se entró. Al ratico llegó un menor de edad, escarbó y retiró del primer tarro un paquete. En ese momento se bajó Grijalba y lo sorprendió. Lo entraron a  la oficina y al abrir el paquete hallaron un par de zapatos. No me pregunten nada, pues es secreto profesional. “Es elemental, mis queridos amigos”. Resuelto el asunto, en sus manos está la decisión. El servicio de la berlina si lo pagan.

En las huelgas estudiantiles se decía que  había un líder  que manejaba los hilos de todas las revueltas. Era ni más ni menos que el maestro de construcción Luis Eduardo Fernández.  Desde ese momento  encargaron a Sherlock Grijalba de hacerle la perseguidora. Cada anuncio de huelga o revuelta estudiantil al primero que guardaban en los calabozos era al Flaco Fernández. Donde fuera que lo encontraran lo esculcaban, como en la actualidad cuando se camina por los alrededores del Centro Comercial.  El Flaco no tenía carnes ni plata, porque  se la pasaba prácticamente detenido. Solamente llevaba un metro metálico en la correa que lo usaba para medir calles y una bostezadera que todavía lo acompaña. El Flaco para desquitarse le dio por montarse en cualquier bus que saliera para los municipios  y al esculcarlo nunca le hallaron más que el metro.  Allí feneció la investigación. Grijalba recuperó el sueño  y el líder Fernández  la joda.       

Refería Tololón Paz que en cierta ocasión venían encabezando  una concurrida huelga con el Flaco Fernandez, Pacho “Piña” Lemos, Bonilla, Tuto, acompañados a  lado y lado por la policía y el  agente  Sherlock, que se había convertido en la figura. Cuando la manifestación pasaba  cerca al  CUERPO DE BOMBEROS VOLUNTARIOS, donde  se  había ubicado el circo EGRED HERMANOS, alguien prendió  una granada que retumbó en el lugar. Desde un segundo piso, una señora que había salido a chismosear gritó aterradoramente: ¡se soltó el león! De inmediato tanto  manifestantes como autoridades  partieron en veloz carrera.  Era la única vez que unos y otros corrían en la misma dirección. El león apretaba el paso sin saber a quién cascar. Se rezagaron: Tololón, el Flaco Fernández y  Sherlock. Entre uno y otro  se ponían de pararrayos, pero el león al que menos perseguía era al Flaco. No era tan pendejo para comer mero hueso habiendo otros de mejores carnes. Al llegar a la carrera novena del Barrio Modelo, cuando ya venían con el fundillo chupado como botella de champaña vieron correr tras el  león a los payasos del circo en sendas bicicletas y el enanito en un triciclo. A un chiflido paró el león y el enanito se tiró en paloma cogiéndolo de la cadena. El león se devolvió relamiéndose y con el payasito se dieron un beso en el hocico. Era quien lo alimentaba. Desde ese día, cuentan  que el Flaco y Tololón se echan a  escondidas sus rezaditas.

Sherlock Grijalba murió una mañana con el sombrero puesto. A la verdad lo sintieron los buenos y los otros, porque era un caballero. Un hombre bueno en todo el sentido de la palabra. Watson Meneses  su amigo del alma solamente dijo: “elemental mi querido Sherlock”. Contigo se acabaron  las historias detectivescas de este Popayán que todavía era sano.

Se murió un verdadero vigilante. Cuando estaba parqueado con el observatorio del periódico y los ojos pegados a los agujeros, todos estábamos seguros. 

Su sola presencia infundía respeto. Inclusive le habían cogido tanta confianza como las  aves que se paran en los espantapájaros hasta hacerle nido en sus   propias  barbas. Pero el mejor homenaje se lo hizo el Gato, el de la foto: ¡lástima del tira!. Así llamaban a los detectives.     

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