Recordemos cómo la “música andina” fue decretada música de identidad colombiana

Columna de opinión

Por: Paloma Muñoz

L

a adopción precipitada de políticas y acciones sobre la música en nuestro país ha generado asombro y desconcierto. Primero, esa idea de implementar el formato sinfónico al estilo Venezuela, lo cual no significa que estemos en contra de dicho modelo, ni más faltaba, pero sería bueno revisar qué ha pasado en el vecino país con este programa. El asunto problemático es el trasfondo, porque no sabemos el lugar que van a ocupar las músicas tradicionales y populares en los procesos formativos, creativos, investigativos y de divulgación. Y lo segundo, el tema de un Proyecto de Ley de la Música que está en curso en el Congreso, propuesta que puede ser importante para el gremio de los músicos, pero el asunto es que es un proyecto sin debate regional y nacional y, por lo tanto, no expresa las necesidades de la gente.

Me pregunto: ¿para qué sirven las cumbres, los conversatorios que están adelantado para el Plan de Desarrollo Nacional, el cambio de denominación del Ministerio por el de Culturas, las Artes y los Saberes si pareciera que desconocen los planes que ya se han adelantado en diálogo de saberes con la gente de muchos lugares de Colombia? Por ejemplo, desde años anteriores el mismo Ministerio de Cultura ha fomentado en todo el territorio colombiano la construcción del Plan Nacional de Música para la Convivencia, partiendo de la riqueza musical y de los procesos de apropiación social existentes en el país. También ha buscado fortalecer esta diversidad y garantizar a la población su derecho a conocer, practicar y disfrutar de toda creación musical. Entonces, ¿por qué desconocer todo este proceso de trabajo si esto también aporta a la propuesta de música para la paz? 

Estos acontecimientos me hicieron recordar cuando empezaron a definir esos aspectos de identidad musical en el país, cuando se generó un desplazamiento en asuntos de idiosincrasia musical colombiana y se decretó a la música de la región andina como la que nos daba identidad. En ese entonces se dejó de lado a la región Caribe con juicios peyorativos de orden climático, sexual y racial. A las músicas caribeñas las distanciaron de la identidad porque estaban relacionadas con la negritud, la moral y la clase social. Y qué decir de la música de la región del Pacífico, que permaneció invisible por mucho tiempo.

Durante la época transcurrida entre 1924 y 1938 se denominaba “música nacional” a la música de la región andina del país. Luego, con el paso del tiempo, fue adquiriendo los nombres de “música andina” o “música colombiana”, a los que se les unieron otros enunciados desde la idea de la tradición. Estos nombres, que en la actualidad persisten para designar lo andino, se usaron indistintamente también como aires nacionales, música autóctona, vernácula, auténtica, nativa, tradicional, folclórica y cuanto término, desde el imaginario de lo nacional, se amoldaba a estas expresiones generalmente originadas desde una ciudad letrada.

A la “música andina” se la asociaba con ser la representativa de la colombianidad, con repertorio de preferencia compuesto por pasillos y bambucos, aunque en la compilación práctica asociativa se incluyeran, además, algunas músicas transnacionales u otras no clasificadas como de los Andes. Durante ese período de inicios del siglo XX existía un periódico bogotano denominado Mundo al Día y publicaba partituras. Ese medio de comunicación editó La colección de partituras musicales, una de las más importantes en la historia cultural del país. En total se difundieron 226 partituras de 115 compositores, la mayoría de ellas sobre músicas populares.

Durante el siglo XX, los músicos populares se expresaron en conjuntos conformados por bandola, tiple y guitarra como medios de expresión sonora del trío andino colombiano. Los grupos comenzaron a inscribirse en distintas presentaciones, como muestras de músicas populares en los escenarios de sala, y aparecían en la iconografía de las carátulas de los discos con vestuarios de saco y corbata en una aparente contradicción. Se trataba de una muestra de que las músicas populares, ya blanqueadas, se vestían de frac para que de esta manera pudieran alcanzar la cúspide piramidal de un estilo musical que emulaba lo europeo. Este aspecto, sin duda, evidenciaba el carácter europeizante de dicha práctica cultural.

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