Los jesuitas en la historia

Columna de opinión

Por: Víctor Paz Otero

E

n los meses pasados y recientes, han circulado muchos rumores acerca de una próxima y probable renuncia del Papa Francisco a su alta dignidad espiritual y religiosa.  Pareciera que sus enfermedades, su avanzada edad y también el reciente ejemplo de su antecesor, haría factible esa renuncia, que sin duda sería un hecho lamentable para la humanidad entera, en la medida en que el renovador pontífice ha significado un notable cambio de dirección y orientación en las tradiciones de la Iglesia. Cambios que han sido decisivos para fortalecer y consolidar valores espirituales en un mundo sumergido y alienado en un hedonismo intrascendente, banal y de pacotilla, que solo sabe, rendirles culto a los rituales del consumo y del dinero.

Desde los primeros días de iniciado su pontificado, el jesuita latinoamericano Francisco anunció sus simpatías y complacencias por una visión ideológica-religiosa que bien se podría calificar en la categoría de Humanismo Cristiano. Muy cerca de los postulados también de un humanismo sin duda de izquierda. Sus primeras declaraciones fueron de una opción por los pobres. Por una aproximación a los que Dostoievski y el propio Jesucristo designaron como la inmensa mayoría de los seres “humillados y ofendidos” que habitan en este planeta azul con tempestades, donde a veces efectivamente son muchos los que piensan y sienten que tal vez Dios si está muerto.

El Papa propuso una Iglesia pobre y cercana al sufrimiento y al dolor de los humildes, lejana e indiferente a las ampulosas e irritantes formas que ostenta el oropel y la riqueza. La quería próxima a los marginados por tan diversas y curiosas razones, los marginados por la raza, por el sexo, por la política, por la ignorancia o la pobreza. Quiso. una iglesia sin exclusiones ni discriminaciones. Exclusiones y discriminaciones que por lo general en la historia de las sociedades han sido impuesta por la moral imperante de la supuesta “normalidad”, la moral de los hipócritas y de los fariseos.

El mundo en general ha considerado al Papa Francisco, como a un continuador lucido y honesto de esa figura atractiva y simpática, amable y generosa que fue en su época Francisco de Asís. Aquel que supo renunciar al boato y a los falsos ornamentos para elegir la opción del amor y la humana comprensión por las criaturas vulnerables de este mundo: incluido el hermano lobo y el tímido cordero, la fervorosa lluvia. Si ese Francisco estuviese vivo en estos tiempos de fatalidad y de barbarie tecnológica, seria sin duda alguna un convencido luchador de la causa ecologista. Y como tantos otros líderes de ahora, entre ellos Petro, seria igualmente un insobornable luchador contra las desgracias que nos impone el clima enloquecido.

Pero también el Papa Francisco, debe tener su sensibilidad muy próxima, a las diversas peripecias históricas que han caracterizado a lo largo de los siglos la muy oronda compañía de Jesús, que fundase en la comarca española el muy discutido Ignacio de Loyola.

Historia fascinante y problemática la de dicha y destacada compañía. Historia hecha de continuidades y rupturas. Pero siempre de honda y hasta de perturbadora implicación en los grandes problemas y conflictos que se engendraron en las sociedades, donde los jesuitas proyectaron su presencia y su influencia.

En nuestra historia de América latina, la orden de los jesuitas ha tenido singular trascendencia e importancia. Fue de importancia decisiva en nuestro proyecto de independencia. Fenómeno no completamente estudiado, ni valorado en todas sus complejas y muy diversas consecuencias en el orden social y cultural de nuestra historia.

Tengo la impresión que en las nuevas generaciones de los supuestos estudiosos de la historia el asunto parece haber sido delegado a los anaqyueles del olvido. Cualquier rato de estos y en cualquier columna próxima me encantaría volver al tema.

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