SOCIEDADES ANTI-DEBATES

Columna de opinión

Por: Roberto Rodríguez Fernandez

V

ivimos en sociedades que no dialogan sus conflictos o problemas, tanto pasados como presentes. Decimos no dejarnos de nadie, pero no debatimos, solo gritamos, y allí lo que demostramos es una gran debilidad. 

En España, por ejemplo, hubo una guerra civil seguida de una dictadura militar de 40 años. Se pretendió crear un régimen eterno que se sostuvo hasta la muerte del dictador. De este régimen solo quedó la nostalgia y las violaciones de los derechos humanos individuales y colectivos. Pero ante ello las sociedades españolas asumieron un “pacto de silencio” por los crímenes cometidos, lo que las transformó en cómplices que impusieron todas las impunidades imaginables. 

Esta particular transición a la democracia -sin debates- se desarrolló ante un temor que sepultó las verdades, las víctimas renunciaron a sus reclamaciones, no hubo ajustes de cuentas, ni juicios. Se vivió como si no hubiera pasado nada. Quienes se enriquecieron con la dictadura conservaron todos sus privilegios, y quienes colaboraron con las represiones se declararon demócratas. 

Acá en Colombia, a pesar de contar con informes e investigaciones sobre todos los temas del conflicto armado interno, como el de la Comisión de la Verdad, tampoco debatimos las verdades encontradas, ni las propuestas de justicia o de reparación de los daños causados, ni las recomendaciones para superar y no repetir las barbaridades. Casi nadie ha leído esos documentos, y no hay discusiones amplias sobre los datos y afirmaciones allí contenidos. 

Es una actitud cómplice con los ataques a las poblaciones civiles, las que -por supuesto- buscan cubrir todo con los mantos de las impunidades. 

Así, los silencios sobre las violencias políticas allá o acá, con causas diferentes, conducen a las mismas consecuencias. No se debate porque se trata de verdades incómodas para las élites, partidos y gobernantes. Además, lanzar críticas al pasado implica también poner en tela de juicio el presente, y de alguna manera afectar el futuro. 

Nos dicen que “hay que superar la página”, con lo cual encubrimos a los responsables de los ataques de todos los armados a los civiles desarmados. Necesariamente se “revictimiza” a quienes ya sufrieron las violencias políticas desbordadas. 

Con todo ello, no se logra el efecto buscado de garantizar la no repetición de los hechos de violencia. La gente que no habla ni debate no puede reconocer a los otros, ni reconocerse a si misma como víctima o victimario, con lo cual el camino está despejado para volver a caer en las redes de las violencias.

Las heridas del pasado no desaparecen solo por ignorarlas. Ellas han condicionado el pasado y determinan muchas cosas en el presente, y se proyectan como temores futuros. Jurídicamente muchos delitos no prescriben, y políticamente se continúan profundizando las ilegitimidades. 

¿Por qué no pueden existir debates serios sobre las violencias políticas y sus consecuencias?

Muchos hechos no han cerrado su círculo, muchos problemas surgieron y continúan desarrollándose, y muchos cambios se han venido produciendo y seguirán haciéndolo, tanto para bien como para mal. Hay deudas sociales sin saldar, y cosas que se pueden entender y hacer de otras maneras. 

Es decir, todavía luchamos sobre el papel, y así debemos continuar. Pero las generaciones actuales tienen derecho a conocer y hablar sobre las memorias históricas de sus países y sus regiones. 

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