Los retos de la moral y de la ética

Columna de Opinión

Por: CARLOS E. CAÑAR SARRIA

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Uno de los problemas esenciales de la sociedad colombiana está relacionado con la crisis de la moral y de la ética. Se trata de la corrupción, que ha dejado en segundo plano a las violencias; no obstante- si nos detenemos un poco-  bien podría decirse que la corrupción no es más que otra modalidad de la violencia.

Nuestro país ha venido de escándalo en escándalo, presenciando episodios y personajes que debieran ser buenos paradigmas en la administración pública, pero en la práctica se convierten en malos ejemplos porque se apropian o despilfarran los recursos públicos, actuando en contra de la ley y en detrimento de las comunidades que teóricamente dicen representar o proteger.

Porque no nos digamos mentiras, uno de los principales objetivos de la consecución y del ejercicio del poder es la protección, de lo contrario, el poder pierde su razón de ser, porque nadie en el caso de una democracia, elige a unos gobernantes, si éstos no le producen una esperanza que indique el mejoramiento de sus condiciones de vida. Cuando los recursos que debieran ser públicos se privatizan, se comete contra el pueblo un  gran robo.

Cuando la corrupción se hace costumbre, se vuelve complicado y difícil aceptar los cambios que conduzcan- al menos- a sentar las bases de una nueva cultura, la de la moral y de la ética que tanta falta hace a los colombianos.

Es triste y lamentable observar en vastos territorios de la geografía nacional, cinturones de miseria y de pobreza, lo que explica la gran ausencia del Estado y la inoperancia de la administración pública, que no es otra cosa, que reconocer la crisis de valores humanos en gran parte responsable de las crisis económicas que consuetudinariamente viven las regiones.

Políticos corruptos, demagogos, populistas y renuentes al cambio abundan por todo lado, así desde todo el espectro político no se maneje discurso diferente al de la anticorrupción.

Resulta demasiado preocupante sentir  que Colombia se encuentra  sacudida por una crisis moral generalizada. Que los colombianos estamos experimentando un escepticismo acentuado que hace posible que no creamos  en nada ni en nadie. Escándalos  por todos lados son el pan de cada día. Personas que debieran ser buenos arquetipos en la sociedad,  hoy se encuentran encarceladas, procesadas o cuestionadas. La vigencia del “fin justifica los medios” está haciendo estragos. La crisis de legalidad y legitimidad de la política es evidente. Hechos repudiables  cada vez salpican a mucha gente. La política no es lo que debería ser, es decir, la defensa del interés público. El clientelismo, la politiquería,la burocracia, la corrupción no son patologías novedosas de nuestra deforme democracia.  Escándalos que no sólo involucran al sistema sino también al régimen político, no son otra cosa que la crisis de la institucionalidad colombiana.

Los retos son enormes. En la administración pública se necesita una reforma política capaz de depurar un Congreso tradicionalmente cuestionado y renuente al cambio. Se constata  cada vez más que no existen auténticos partidos políticos debido a que no fungen como verdaderos intermediarios entre Estado y sociedad civil. Convertidos más en maquinarias electoreras que en verdaderos representantes y voceros del interés público.

Preocupante también observar cómo en una sociedad tan desigual como la nuestra los derechos sociales y económicos se conculcan mientras las familias se desmoronan. Padres de familia que no saben dónde están sus hijos, hijos que no saben dónde están sus padres.  En los hogares no existe calor sino necesidad y soledad.

Instituciones educativas y universidades más preocupadas por las diferentes ciencias que por los valores y  la formación de buenos ciudadanos. Existe mucho academicismo en instituciones educativas y en universidades y poca atención en una educación integral que valide la posibilidad de contribuir en la construcción de tejido social que garantice la convivencia pacífica, la cohesión, la defensa del interés público y la buena ética y moralidad en todas sus formas y expresiones.

Los medios masivos de comunicación, como la televisión, con sus propagandas y  programaciones hacen ‘normales’ muchas acciones indecorosas y  con ello contribuyen al deterioro moral. A esto hay que agregar las redes sociales que poco aportan a la depuración de las costumbres. Colombia necesita una transmutación de vicios por virtudes. De unos buenos paradigmas capaces de renacer la esperanza en un futuro con imperativos morales.

Una de las primordiales banderas del incipiente gobierno del presidente Gustavo Petro es la de combatir el flagelo de la corrupción que tanto daño hace a la sociedad colombiana. Si de verdad Colombia quiere vivir en paz, la corrupción debe desterrarse y para ello, como toda empresa de importancia, se requiere de un compromiso colectivo, sin el cual es imposible edificar un país a tono con la moral y con  la ética.

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