Juanito

Por Silvio E. Avendaño C.

Dicen que el día en que murió quienes más lloraron fueron sus amantes. A decir verdad, “Juanito” era el apodo cariñoso a causa de sus amores. El ejército lo buscaba y él se refugiaba en los brazos de ellas. En el café los parroquianos leyeron en la gaceta, los detalles del operativo, realizado en una barriada de la capital. La fotografía, en blanco y negro, evocó la venganza del asesinato de la familia de Juanito, hecho consumado por manos rojas. Eso se decía en el aroma de un tinto. Lo atrapó la jauría verde oliva por confiado, pues salió de la madriguera. A decir verdad, si no hubiese abandonado la zona minera, si hubiese permanecido en la guarida podría haber muerto en la hamaca.

La noticia de la muerte se extendió, como reguero de pólvora en el camino del diablo, gracias a los transistores. Las campanadas de la basílica anunciaron la muerte. En el yacimiento comenzó la lucha por reemplazar al personaje. No obstante, muchos sintieron que por fin podrían vivir. El oficio religioso -misa de réquiem- por parte del convento fue un acto especial, ni siquiera cuando de Roma llegaba la noticia de la muerte de un Papa. Juanito se refugiaba en el monasterio, aunque el prior, en el sermón de domingo aclaró que tales rumores no eran ciertos. Las malas lenguas decían que Juanito fue bastante generoso cuando el terremoto echó al suelo la cúpula y el campanario. El padre Pio, en el sermón manifestó que la iglesia no era cómplice en la matanza de los rojos. Lo que pasaba, “fue que…” arrepentido buscaba no sólo el perdón de sus pecados, también el cómo entregarse a las autoridades.

Poco tiempo después de la muerte, festejada por unos y lamentada por otros, la casa de Juanito se transfiguró en lugar de peregrinación. Desde las veredas y los pueblos vecinos, los devotos llegaron a rezar novenas, prender veladoras y cirios. Pedían, los romeros, un milagro por el hijo que padecía una enfermedad o algún favor ante el Altísimo. Juanito era un bienaventurado que velaba, no solo por quienes se encontraban en la mina pues defendía las buenas conciencias de los azules. Incluso senadores de la república, en varias sesiones ordinarias del congreso, declararon que él era el Robín Hood de los conservadores

Más después de muerto las autoridades seguían preocupadas porque la vivienda se había convertido en un santuario. La muerte para los simpatizantes no fue más que un vil asesinato. Más de tres batallones, un tanque de guerra y un casi general del ejército para ajusticiar al delincuente. En realidad, se batió como valiente, desde las dos de la tarde hasta las nueve de la noche. Solitario, había instalado siete fusiles, en distintos lugares del zarzo de la casa donde se encontraba. Empotró las armas en las vigas de madera del techo y por medio de sencillos mecanismos disparaba. Ante este hecho el cuasi general que dirigía el operativo al ver tantos soldados heridos o muertos consideró que el bandido se encontraba acompañado por los pájaros. Fue entrada la noche, en medio de la balacera, cuando Juanito entre las sombras huía y, cayó abatido.

Con pico y pala los soldados derrumbaron la casa. No se encontró un arsenal, ni caleta, ni dinero. Sorprendió que las paredes de la vivienda fueran dobles. Y, no faltan los rumores de un túnel que comunicaba la casa de Juanito con el batallón, de tal modo que, cuando la operación rastrillo de los verdes iniciaba la búsqueda por la ciudad, él por un túnel llegaba al casino de oficiales a tomar wiski.

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