Ni sé qué días llamó Ricardo Román para decir que MARIO PACHAJOA BURBANO, desde los ”IUNAYESTEY” me había mandado un amigable comentario, cosa que me embargó,- no hipotecariamente-, de un “profundo sentimiento patriótico”, tal como solía decir el patojito mayor GUILLERMO LEÓN VALENCIA.
Por eso te cuento Mario que da gusto encontrar personas como vos que sin tanta alharaca y desde la distancia siguen velando por Popayán. Volviendo atrás, los antiguos popayanejos no hicieron otra cosa que sacrificar con total desprendimiento sus vidas y economía en aras de otras regiones de la patria, en lugar de hacerlo en su ciudad natal, tan acogotada de necesidades. No se echaron un real al bolsillo pero nos dejaron prácticamente “viringos”, aunque cundidos eso sí de honores, medallas, iglesias, hermosos caserones, que es menester agradecer. Pero los beneficiarios de esos esfuerzos, los políticos de Bogotá, no dijeron ni gracias, pues ni siquiera tuvieron la delicadeza, como hasta hoy, de acoger la propuesta de Bolívar a Santander de indemnizar a Popayán. De los presidentes el único que mantuvo parte de sus haberes fue TOMASITO CIPRI MOSQUERA, pues era rico desde chiquito, y GUILLERMO LEÓN, que terminó su mandato más pelado que el fundillito del NIÑO DIOS.
Popayán se nos empezó a desdibujar lentamente. Los nacimientos de hombres ilustres se desvanecieron como los nacimientos de agua. Al menos ellos quedaron en la historia. Los segundos en el recuerdo. Los progresistas sin tradición los taparon y los pusieron a correr alcantarilla adentro sin ocurrírseles aprovecharlos en el embellecimiento natural de la ciudad, con jardines, prados, pilas, parques, como se estila en otras partes. Grandes familias vendieron hermosos caserones, sus tierras y se marcharon a formar familia y porvenir en otras partes. Por ello el bajonazo de poder a nivel nacional y nuestros dirigentes pensando en el allá y no en el aquí, nos dejaron de un lapo con los crespos hechos y los pergaminos adosados a las paredes ilustres. De cuántas cosas salimos sin acrecer nada. Poquito a poquito “feriaron” los predios municipales, sitios de recreación, espacios libres, partes de museos y los concejales de ese tiempo, -no hablo de los de ahora, porque ya no les queda mucho por repartir-, salieron de lo que más pudieron. Hasta la ciudad tan bellamente planeada se desordenó, pues descontinuaron las huellas, de quienes dejaron calles trazadas, vías lentas y posibilidades de mantener las riberas de los ríos con sus franjas verdes y colinas para conservar la sostenibilidad del paisaje. La cultura entregada como la mejor herencia se fue dejando al vaivén comercial de los indiferentes.
Aparecieron otros intereses y el desapego por la ciudad fue el menú del día. Cierta recóndita envidia embadurnada de egoísmo propició que fuera “ninguneada” desde el alto gobierno hasta los de la tierrita. Sus críticos sin llegar a las canillas de los otros nada hicieron por sostenerla. La indiferencia política no tuvo ni dares ni tomares en su engrandecimiento: cultural, cívico y ordenado progreso. A la hora del té, mejor, de la entredía, se pifiaron; seguimos con las petacas vacías y después del puente del Humilladero, el puente Deprimido, Campanario, universidades y las nuevas calles no ha habido ni de fundas una obra monumental que nos reconcilie con el ayer. Da grima ver como la han escurrido hasta el tuétano.
En un corre que te alcanzo a los predios públicos les han dado otros giros para seguir cabalgando. Todavía quedan cerros que colman alegremente nuestras retinas y La Tetilla aunque la mordisquearon de un lado todavía muestra su torneada redondez. De las vías lentas ni hablar, pues por lentos nos las dejamos quitar, y los mismos que propiciaron este aprovechamiento son los que en la “peñusquiña” de los trancones se “arrancan sus cabellos”, como en el Himno Nacional. Los andenes, donde se daba la cera a las damas y a los viejitos, tienen poseedores. Es un milagro caminar por sus calles sin resultar apachurrado o con el juanete “floriao”. Si antes con pachorra y todo alcanzábamos a llegar a casa, almorzar charladito, con siesta incorporada, ahora toca alimentarse por fuera o llevar fiambre. Nos hacemos los de la vista gorda para evadir responsabilidades cuando todos de una u otra forma somos cómplices del infortunio por falta de colaboración, empuje y solidaridad.
Se ha construido, es cierto, y eso es maravilloso, pero la tacañería por ahorrarse el parqueadero en algunas edificaciones ha permitido el “parqueo” en los parques, las casas vecinas y con una tranquilidad rayana en el irrespeto, algunos ponen vallas y flechas de prohibido estacionar. Una amiga me dijo: “desflechízate”, el espacio público es de todos. De seguir la marea así, los “avivatos” constructores estirarán los pisos hasta dar con la casa del frente.
¿Pescuezo querías corbata? Pues nos llegó el progreso con hermosos barrios, conjuntos cerrados, edificaciones con ñapa: piscinas, y saunas. Mejores hoteles, restaurantes y bares. La población ha aumentado desmesuradamente y una nueva clase ha surgido con buenos patrimonios mientras los desplazados “aturugan” hasta el cogote la ciudad sin que advirtamos el problema seriamente. El desarrollo cuantitativo debe ir de la mano con lo cualitativo, que no es otra cosa que los valores tan necesarios para hacer de Popayán la ciudad amable, amigable y culta que tanto necesitamos.
Se entendió que salir del “pozo del olvido”, era acabar con las Tinajas, la Churrusca, el lago de Belén, los pantanos de Santa Inés. Uno de los últimos chorritos que brotó en la explanación de la ESTACIÓN, estuvo “boquiando” durante casi un mes hasta que se extinguió en medio de un polvero. Sólo rumorea el de La Pamba y algunos aljibes que son un canto al pasado. Por fortuna los directivos del Nuevo Acueducto previendo que la ciudad se “patarribiara” y los coscorronearan le metieron “julepe” a los tanques de almacenamiento, están reponiendo las redes de acueducto y alcantarillado y la mejor agua del país llega a los hogares en un santiamén.
Pero no todo es “ta mal”. El bar el SOTAREÑO vive del tufo, vales, carnés estudiantiles y una que otra cédula empeñada por los buenos tragos. En la cajilla de madera reposan: el carnet universitario de un ex -gobernador, los vales amanecidos de uno que otro concejal y algunas tesis de grado de los que no volvieron ni en cachas de navaja, como los congresistas salidos del rodete para radicarse en Bogotá.
Todavía se vende frito con sabor a puerco y sancocho de gallina de campo, donde Castillo en Pueblillo. Las empanadas tenés que venir a verlas, antes de su desaparecimiento, pues son tan pequeñitas que deben comerse como la cauncha a manotadas y llevar pipián para untarlas aunque sea por fuera. Los tamales están corriendo la misma suerte. Por más de hurgarlos la carne no aparece ni de fundas. Hay que pedir chuleta para acompañarlos.
La ciudad se encuentra hasta la ollita del tráfico. A cual menos quiere tener berlina para llegar a la puerta. Los conductores salen en manada rebuznando con los pitos. Burlan las cebras y semáforos, no respetan las señales de tránsito, se cuadran donde quieren y alegan porque el semáforo no cambia rápido de color, -ni políticos que fueran-. Por si fuera poco, la pandemia de las motos atemoriza sin remedio. Parecen avispas espantadas sorbiéndose las distancias, subiéndose a los andenes y culebreando por la derecha, por la izquierda y hasta por debajo de los carros.
Al parque de Caldas es mejor llegar caminando o devolverse. Además del gentío, no encuentras tres patojitos juntos. Por fortuna existen velorios y misas de sanación donde podemos verlos. No importa que la charla se reduzca a dos palabras: ¿te acordás? La vitrina del parque es un vivo muestrario de todo lo habido y por haber, con observatorio de palomas incorporado. Las palomas de los jubilados con el sistema caído. Los que alelados viven esperando el contrato de una palomita en la Gobernación y la Alcaldía y las palomas volanderas que son las únicas “regordas” pues tienen maíz trillado vendido en los “coscongos” camarotes.
Si así no más el parque lo han vuelto chicuca, que tal si pasaran vehículos. No quedaría piedra sobre piedra. Sin embargo sigue siendo como decían nuestras emperifolladas: un primor. Ojalá los comerciantes que dicen querer a Popayán, para obviar el detrimento patrimonial, se toquen el bolsillo cambiando dichos camastros por bancas similares a las que están al interior.
A las Tres Cruces se le están subiendo faldas arriba con las agallas de llegar hasta la “cocora”. Sería bueno reubicarlos entregándoles viviendas gratuitas. Las bellas casas coloniales están más divididas que partido político o almuerzo con visita. Los nuevos compradores, con el visto bueno de algún curador o curandero, les han cambiado de estilo. Sus patios de piedra por baldosa, sus hermosos ventanales por vidrieras y rejas corredizas. Las placas memorables desaparecidas, otras sin pintar, y pocas quedan como testigos fieles de nuestra época dorada.
Hemos dejado las cosas al arbitrio de las personas, pues hay quienes, pretenden acabar con el centro histórico, -que es la esencia de la ciudad-, ideando construcciones y destruyendo otras, que son el patrimonio arquitectónico por el cual nos visitan y alaban. Echamos culpas a la actual administración porque la tenemos cerquita y ponemos a correr más bolas que las del billar del café Colombia. Olvidadizos que “semos”. La ciudad se dejó a la deriva desde hace mucho tiempo. Se abandonó a su suerte y pasaron sin pena ni gloria muchos alcaldes y Concejos. Recuperarla en este medio no es fácil por los callos a pisar y los compadrazgos. Además, cuando se quiere hacer, todo nos parece malo desde una papa “chorriada”, no “choriada”, hasta un banquete con faisán.
Yo no sé, pero tengo la corazonada de que pronto cantará el gallo de la pasión cuando la montonera vehicular se reduzca, pues los trabajos ya están a “pepo y cuarta” de su conclusión. El Alcalde y el Gobernador con algunos funcionarios de Infraestructura, Movilidad Futura y Planeación, con capacidad de riesgo, personalidad y a costa de su caudal político se han atrevido a meterle el hombro sin culillo. Las calles con sus andenes y reposición del alcantarillado están bonitas. Los vecinos han conservado sus frentes y enchapes en piedra de cantera y muestran relucientes caras. Este aspecto constructivo reconforta y nos lleva a creer que la ciudad recuperará también su inolvidable imagen cultural y cívica. El patojismo está volviendo en cámara lenta, lo cual prueba que “cabalgamos” al encuentro de nuestra identidad. Sabemos que valemos no porque seamos iguales a los demás sino porque tenemos ciertas características que nos hacen diferentes.
Mi querido MARIO PACHAJOA, como vos, somos muchos los patojos y otros “fuereños” que meten la “pioja”, para recordarte, la espuela, por ese Popayán que tanto queremos. Ahora que arrancamos no reculemos. Cuerda, manivela, alcayata y ganas es lo que nos sobra. A propósito: ¿Cuándo volvés?