PUENTE VIEJO

Columna de opinión

Por JESÚS ASTAÍZA MOSQUERA

Estábamos en un  café del barrio El Peñón, próximo al Museo de la Tertulia en Cali y uno de los contertulios se quejaba del  lugar aduciendo que estaban quitando el cemento a las paredes dejando el ladrillo “pelao”, a la vista, agregó uno de los presentes  y las puertas sin pintar, mostrando su vejez. Entre sorbos de café y pan recién sacado del horno se abrió una discusión bastante interesante de cuyos apartes quiero hacer mención.  Un, reconocido arquitecto y diseñador manifestó la importancia  de mantener como testimonio: inmuebles,  construcciones, ríos, puentes, paisajes,  que mostraran  ambientes de época que de una u otra forma son llamativos dada su  variada riqueza y un estupendo referente espiritual, a propios  y visitantes que en el caso de Cali  llegan a reposar, conocer, dialogar, divertirse en diferentes espacios: la feria, el turismo ecológico, religioso, arquitectónico, cultural y hasta de punto de partida para la isla de Gorgona y San Agustín. Perdón, me miró: y hasta Popayán. 

Por ejemplo en Cali ha tomado desde años preponderancia el turismo por la arquitectura de los edificios y lugares que han logrado subsistir: el famoso barrio de San Antonio donde se han restaurado y acondicionado antiguas viviendas para  sitios de venta de servicios, gastronomía y artesanías, agentes propiciadores de  un despegue de comercial muy interesante.  Así como la Candelaria en Bogotá, Villa de Leyva, Barichara, Santafé en Antioquia, Pamplona, Cartagena y el mismo Pasto, entre otros.

Igualmente se están abriendo rutas para contar historias como los lugares donde vivió, y pasó Gabriel García Márquez; lugares simbólicos como la Cueva de Morgan, el puente de Boyacá, cementerios y hasta los mismos lugares donde Pablo Escobar  realizó sus actividades. Aquí en Cali está la iglesia de la Merced, la Ermita, las riberas del  rio Pance, la loma de las tres Cruces y la estatua de Belalcázar. No dijimos nada y me arrepiento de haber callado. 

En aquellos momentos entró una noticia donde se informaba que el puente viejo del río Cauca en Popayán estaba siendo profanado al revestirlo con una capa de asfalto que dígase lo que se diga no armonizaba con la belleza estructural, su historia y su leyenda.

Los patojos que nos encontrábamos allí hicimos de tripas corazón para mantener, no la calma chibcha, sino la calma pubenzana y así mismo el arquitecto sobándose con los dedos la frente dijo: si eso están haciendo en Popayán, qué más podemos decir del resto.  Acepto el ser permeable al cambio, pero no es la  manera cuando existe toda una trayectoria de siglos que debe analizarse con cuidado.     Se está atravesando una línea muy delgada para acometer  obras,  cuando  estamos hablando del turismo arquitectónico y cultural, que es el que a la larga deja jugosos dividendos  para las ciudades plenas de leyenda  y un aporte al conocimiento de quienes lo visitan. 

Hay influencias ineludibles como el funcionamiento y la perdurabilidad de la obra, pero no podemos dejar de lado, que en Europa, para apuntalar en algo el tema, existen puentes empedrados, que aún mantienen su consistencia, permitiendo el paso de pequeños automotores o simplemente son utilizados por ciclistas y caminantes y ahí están,  con su carga milenaria subsistiendo hasta de terremotos y bombas en las guerra. 

Un buen puente nunca envejece, prosiguió el arquitecto, sí existe la frescura de un cuidadoso mantenimiento, si refleja una historia y su transitar se hace amigable. Allí empezamos a soltar el hilo de los recuerdos y empezamos el  ejercicio de mirar hacia adentro y sin abrir grandes discusiones volver los ojos hacia la hermosa calle empedrada de la Ermita, llena de pasado,  de amores, serenatas, procesiones, que hace poco fue herida en su piel y afortunadamente recuperada, sin que sus ejecutores se sintieran mortificados y aceptaran que les juzgó una mala pasada la buena voluntad.

Por este río Cauca hubo antes de la colonia una tarabita, luego un puente construido en guadua y amarrado con bejucos, -no con tiras de cuero como enseñaron después los españoles- , que se convirtió en camino obligado  para el comercio. Si usted amigo tiene curiosidad, existe a mano derecha, antes de empezar la loma, el camino viejo, que recorrieron nuestros antepasados y que hoy deberíamos  recuperar como vestigios del  camino del inca, construyendo un  bello  sendero en el cual se puedan ubicar  zonas de restaurantes típicos, cafés,  artesanías y hospedajes.

En sus vegas, o vado,  donde el rio explaya sus torrentosas aguas,  se fundó materialmente Villa de Ampudia,  el 30 de noviembre de 1535,  con bendición del capellán García Sánchez, izada de bandera y nombramiento del  expedicionario Serrano, en calidad de  Alférez Real. Dejó un pequeño reducto de españoles  y pajes yanaconas, para coger camino del norte. 

Aunque nuestro amigo caleño manifestara que Jamundí fue la primera ciudad del occidente colombiana fundada por los españoles, de acuerdo con el itinerario de viaje le observamos,  que la primera fue Timbío,  el 1 de noviembre de 1535 y la segunda la mencionada villa de Ampudia en el valle de Pubenz, el 30 del mismo mes y año.

El puente actual denominado  de Cauca o puente Viejo, se terminó de construir en 1780, o sea a los 245 años de la fundación de Popayán,  (13 de enero de 1537) a expensas del gobernador  don José Ortega con planos y dirección del padre franciscano Simón Schenngerr. A su lado se levantó la  casa del alcabalero  y un portal de mampostería, que fue demolido como tantas obras y edificios, -la hermosa   casa de los Dorias-,  que desparecieron, no por arte de magia, sino por el arte de dejar una impronta, que de pronto  quedó  para los malos recuerdos, que aún se escuchan en la oralidad de las gentes. Es importante resaltar que el  puente en aquella época se utilizó para el paso de animales, carruajes y personas, sin pensar  siquiera en otra clase de vehículos. 

Yendo al grano,  es importante  felicitar primero a los que le metieron el hombro a su restauración: el señor Alcalde Juan Pablo López y su equipo de gobierno. Al restaurador por haber conservado al máximo la solidez de la construcción, la nobleza del ladrillo y la cantera, en donde se hace notario el delicado trato de los materiales. 

El conjunto es grandioso y sin necesidad de ningún tipo de preparación, histórica, que la tiene, y mucha, es muy significativa la simbología de su presencia en donde el paisaje se regodea de agua, árboles, seguridad, ambiente, la sonoridad de las piedras al galopar de la corriente y desde la mitad del puente observar la infinita carga de colores que pintan románticos  atardeceres y donde muchas veces solíamos después de una caminata, un paseo o  una tarde bailable, recostarnos en sus viejos barandales y lanzar barquitos de papel,  hojas de mayo,  para que iniciaran su peregrinaje de sueños por el mundo. 

Qué bueno fuera reflexionar sobre el uso del puente y aprovechando que el contrato está vigente  hacerle las modificaciones y ajustes para que la intervención se vea correcta en toda su dimensión patrimonial.  Las opciones pueden ser: dejar el piso en piedra;  colocar cantera de Pisojé; adoquines como el parque de Caldas, jugarse la doble  calzada con una franja central para personas en situación de incapacidad y las laterales para ciclistas y peatones. Amoblamiento urbano: luminarias, bolardos, señalética y una placa de la historia del lugar.

Esta colaboración no es otra, que buscar por encima de todo el bien de  la ciudad. 

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