Popayán, historia y cultura

Guido Enríquez Ruiz escribe en El Liberal, sobre la ignominiosa esclavitud en Popayán, que se inicia en 1587.

LA ESCLAVITUD EN POPAYAN

De: Mario Pachajoa Burbano

Por: Guido Enríquez Ruíz
1 de julio, 2001. El Liberal

Desde épocas muy antiguas la esclavitud vino a ser una institución del derecho de gentes. Contrariamente a la naturaleza unas personas se sometieron a otras de tal manera que los amos tenían derecho de vida y muerte sobre sus esclavos. No tenían estos cosa alguna en propiedad ni podían contraer matrimonio ni tener familia legalmente. Según el Derecho romano las fuentes de la esclavitud estan fincadas en el derecho de gentes y en el derecho civil. En el primer caso se consideraban esclavos quienes nacían de madre esclava en el momento del parto y quienes eran hechos cautivos. En el segundo, los que, según el derecho clásico, eran condenados a las minas, a las bestias del circo o al internamiento como gladiadores; las mujeres libres que tuvieran relaciones con esclavos ajenos y persistieran en ellas, los libertos acusados de ingratitud y los que, siendo libres, se dejaban vender como esclavos para engañar al comprador.

En el siglo XVII se incrementó de manera considerable la explotación minera en la Gobernación de Popayán por la actividad de los comerciantes: abastecían con esclavos los reales de minas.

En el informe acerca de la Gobernación de Popayán que, con fecha de 15 de septiembre de 1592, rindiera al Rey de España el oidor Francisco de Anunciba se habla de «los negros que conviene se lleven a la gobernación de Popayán». Pero en años anteriores hallamos documentos que acreditan la existencia de esclavos en estas tierras, como la escritura, año de 1587, de donación para la fundación del Monasterio de monjas agustinas: «En el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo… Sepan todos los que vieren la presente escritura, cómo yo don Fray Agustín de Coruña, dignísimo obispo de Popayán… he comenzado a fundar un monasterio para monjas en esta dicha ciudad e para el sustento de ellas, desde el día en que lo comencé, fui comprando negros para su sustento por no haber otra cosa más durable en esta tierra, por ser tierra de oro y minas ricas, en las cuales tengo veinte y siete negros que he comprado, de los cuales desde ahora para siempre jamás, con los demás que fuere comprando y todo lo demás que me perteneciere de la renta del obispado… los sitúo y los señalo e doy y ofrezco para la fundación de la casa de monjas que he comenzado a fundar en esta dicha ciudad».

«Fue, pues, el obispo Agustín de la Coruña uno de los precursores de la esclavitud en Popayán, uno de los principales centros de ella en el Nuevo Reino de Granada merced a las numerosas minas de oro que en este territorio tenían asiento. En el siglo XVII se incrementó de manera considerable la explotación minera en la Gobernación de Popayán por la actividad de los comerciantes: abastecían con esclavos los reales de minas y, hechos terratenientes, aumentaron el número de esclavos negros ante la prohibición de esclavizar legalmente a los indios. En el siglo XVIII se fomentaron las cuadrillas de negros en las minas del Chocó, en los yacimientos de Gelima, Quinamayó, La Teta, Dominguillo etc. y en los distritos de Caloto y Almaguer lo mismo que en los lavaderos del Pacífico.

El auge de la minería hizo que en siglo XVIII más del 80% de las exportaciones estuvo constituído por productos mineros. Esto nos da idea del aumento de la esclavitud especialmente en regiones como la nuestra, en donde todavía en 1847, casi en vísperas de la ley de abolición de la esclavitud, hallamos documentos como éste: «Señor secretario Don Martín Caicedo, sírvase usted hacer constar por escritura solemne, que tengo vendidos y entregados al señor Pablo del Solar noventa y nueve esclavos en la cantidad de treinta y un mil cuatrocientos diez pesos, lo que confieso haber recibido a entera satisfacción, cuyos esclavos han sido vendidos para exportarlos de esta República con todos los requisitos de la ley, no siendo yo responsable por nada de lo que suceda después de la salida del buque que los lleva y quedando yo obligado a la evicción y saneamiento de dichos esclavos, sin responder por vicio, tacha ni defecto alguno. A lo que agregaría usted las demás cláusulas de estilo. Esta escritura debe aceptarla el señor Pablo del Solar. Buenaventura, abril 19 de 1847. (firmado) Julio Arboleda».

Fue un payanés, José Hilario López, quien, como Presidente de Colombia, sancionó el 21 de marzo de 1851 la ley que liberó en nuestro país a los esclavos. Las características de la nueva república y el haberse hecho antieconómica la esclavitud determinaron la promulgación de dicha ley. Las dos últimas constituciones colombianas, de 1886 y 1991, respectivamente, con gran énfasis prohiben la esclavitud.

Es ésta una de las más ignominiosas instituciones en toda la historia, de la que no estuvo exenta nuestra comarca. ¿Qué haremos para reparar tan grande injusticia? … «»»

 

DON TORIBIO MAYA

Viernes 17 de agosto, 2001
De: Mario Pachajoa Burbano

Amigos payaneses:

El 16 de agosto de 1930, fallecía en Popayán Don Toribio Maya. Con ese motivo Jesús Astaíza Mosquera escribió para El Liberal el siguiente artículo::

«»» … Don Toribio: el apóstol
Por Jesús Astaíza Mosquera
Para El Liberal. Agosto 16, 2001

El transcurrir de su vida fué guiado por amorosos empeños que lo alentaban siempre en todos los rincones donde se padecían necesidades y que él surtía con mensajes de caridad. Su presencia era bendición donde fuera que fuese: de la Pamba a El Empedrado, del Callejón a Pubús, del hospital al cementerio e incluso a Agua de Dios, la ciudad de los leprosos.

Toribio Maya

Era ese Popayán de veranos picantes y días invernales eternos, cuando la lluvia era más lluvia y el trueno «más sonoro». Apenas cubierto con su saco negro y sus barbas grises que el agua perfilaba inclemente, llevaba siempre el alimento, las cobijas, el vestido o el remedio con que calmaba las necesidades de sus hermanos. Del Popayán caritativo todo lo recibía con paciencia franciscana y lo retornaba de igual forma sin dejar nada para sí.

Sembraba con lágrimas cuando era puesta en duda su misericordia para luego cosechar calladamente con alegría. Su figura mediana y frágil expresaba la bondad de Dios y la resistencia del roble secular para abrigar a cuantos se acercaban a guarecerse en su ramaje filial. Despertaba una confianza entrañable entre los humildes y un sano respeto entre los pudientes.

Vivía en franca disposición para servir, remediar las angustias del enfermo, del moribundo, del necesitado de cuerpo y alma, y a todos atendía compasivo y misericordioso con la textura con que la madre se ofrece a sus hijos.

Llevaba siempre a los humildes esperanza y amor, para que ellos al menos comprendieran que es mejor vivir con esperanzas que vivir sin ella. Como la voluntad de Dios se había realizado en él, así veía en los demás la presencia celestial y por eso los trataba con fraternidad convencido de la igualdad entre los hombres.

No se negó a servir. Una oración en la cabecera de un moribundo, un rosario en un velorio proletario, una palabra cariñosa al amargado, el alimento al desvalido, un saludo cariñoso al triste y una mirada cálida al indiferente.

Qué no decir de los leprosos. Los llevaba a cuestas como el Cirineo La Cruz. Limpiaba las úlceras malignas con la suavidad con que la abeja limpia de mieles el rosal y entonaba con ellos la canción de la hermandad.

Como en los tiempos bíblicos cuando Jesús sanaba los enfermos cuántos no recibieron de sus manos piadosas el remedio oportuno. Los brazos quebrados de la abuela cubiertos con plantas medicinales que sólo Dios sabe cuáles eran, fueron entablillados y prodigiosamente con el tiempo recobraban la vitalidad y movimiento.

Este modesto personaje era Toribio Maya, nacido en Popayán el 27 de abril de 1848 y fallecido el 16 de agosto de 1930, de especiales calidades espirituales y humanas y que fué acompañado el día de su entierro en el cementerio católico por millares de personas y un trío de garzas que aletearon sobre el féretro y se marcharon presurosas camino al cielo. … «»»

 

POPAYAN AUN TIENE CABEZA, CULTURA Y TRADICION

Por: DANIEL ARTURO VEJARANO V.

Quienes le dieron fama y gloria a Popayán fueron sus antiguos guerreros y estadistas, sus mártires, sus sabios, sus poetas y escritores

Con su peculiar, conceptuoso y explícito estilo, nuestro ilustre coterráneo, el Doctor Carlos Lemos Simmonds, nos ha sorprendido con el envío de un virtual mensaje de desolación. En él expresa con evidente y dolida nostalgia, que «Nadie viaja ya a respirar la atmósfera de la pequeña ciudad blanca y sabia que fue Popayán», que «ni la sensibilidad ni la historia, tienen cabida en ella, que está decapitada y que fuera de su única industria, su Universidad, no tiene otra cosa que ofrecer». Es decir, que nuestra urbe legendaria ha perdido por completo su identidad histórica, su atracción y su prestigio. Tal perspectiva considerada desde la lejanía del pretérito y después de 50 años de su habitual ausencia de los lares nativos, quizás le han substraído a nuestro dilecto compatriota, la auténtica realidad del presente citadino.

Es verdad que quienes le dieron fama y gloria a Popayán fueron sus antiguos guerreros y estadistas, sus mártires, sus sabios, sus poetas y escritores; pero ello ocurrió durante las épocas y en las circunstancias en que a ellos les correspondió actuar y cuando la primordial actividad como fuente de renombre, eran las epopéyicas proezas de la Independencia o las bélicas acciones provenientes de las insensatas y exaltadas luchas intestinas. Por aquellos tiempos la ciudad tenía tan sólo 15 o 20 mil habitantes; se carecía de esparcimiento, de mediana holgura y de lucrativos medios de trabajo distintos de la artesanía hogareña, de los pequeños negocios o de los empleos estatales.

Posteriormente, la nombradía intelectual solamente se alcanzaba a través de los nobles frutos del pensamiento que difundían sus eximios literatos, novelistas o poetas, cuyas obras impresas tenían la virtud de llenar anhelantes espacios culturales, hoy, favorablemente complementados por la radio, la prensa, los novedosos textos de rica policromía, la perfecta reproducción del sonido y de la música, la televisión, el internet y la informática.

Calle 5 con Cra 9 decada de los 40

Las sociedades contemporáneas evolucionan a ritmo acelerado. No podemos atajar la bonanza que brindan la modernidad y el progreso y solo vivir rememorando el pasado, aunque este fuere glorioso. En la actualidad, subsisten también en Popayán valores científicos, artísticos e intelectuales. Ella alberga ahora a 300.000 ciudadanos; no ha variado su actual segunda categoría municipal, y aparte de la célebre Universidad del Cauca con sus nueve Facultades, funcionan aquí otros quince Institutos de formación profesional y académica, y existe una juventud ansiosa del saber. El centro urbano que sufrió notable detrimento por causa del último sismo, ha sido bellamente reconstruido. Modernas urbanizaciones y 50 nuevos barrios residenciales ensanchan la ciudad. La vasta industria hotelera, los servicios de agua, luz y telefonía, son de calidad. No hay suburbios decadentes y el estándar de vida, de confort y salubridad, ha mejorado ostensiblemente en comparación con lo que había en el pasado. El turismo nacional y extranjero continúa arribando a la ciudad para disfrutar de su aire puro, de su clima templado y fresco a la vez; para admirar su clásica estampa de arcada conventual; el iridiscente tinte de sus cielos, sus luminosos y policromos atardeceres, el garzo y lejano perfil de sus dos cordilleras, su hermoso volcán tutelar y ese cambiante verdor de sus alcores y picachos.

Si las ciudades sucumbieran porque ya no existen sus hijos epónimos, lo mismo les habría sucedido a metrópolis como Santa Fe de Bogotá, donde la ausencia corporal de sus próceres y de sus bardos insignes: Pombo, Silva, Barba Jacob, Angel Montoya, Jorge Zalamea y tantos otros, no es óbice para que nuestra capital republicana conserve incólume su rango intelectual y su importancia histórica. Acá ocurre lo propio. Ya no viven los poetas Guillermo Valencia, Rafael Maya, ni José Ignacio Bustamante, pero en la ciudad prevalece el acrisolado señorío y la hidalguía de sus gentes.

Quince payaneses ciñeron la banda presidencial y otros cuatro presidentes colombianos se doctoraron aquí. Para complacencia nuestra, solo queda viviente de la nómina pubenense, el ex presidente Carlos Lemos, a quien quisiéramos ver de nuevo deambulando por nuestras calles coloniales, visitando sus museos históricos y sus galerías pictóricas y de arte escultural, su fastuoso Teatro Municipal; las valiosas joyas religiosas, sus soberbios templos y monumentos de arquitectura hispano» americana y ecléctica.

Por su singular carácter quijotesco, la blanca y procera ciudad no pignora sus valores espirituales, ni exige trueque alguno por sus aportes a la patria, ya que por si misma logró restituirse de sus infortunios, sin reclamar por parte de sus hijos, idealistas y eminentes, ninguna contraprestación en bienes materiales, que los ha conseguido sin humillación y por su propio dinamismo.

Por todo lo anterior, Popayán seguirá siendo reconocida como «La capital del Espíritu».

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