NELSON PAZ ANAYA
Cómo eran de interesantes las tiendas del pueblo, de una u otra manera tenían su parecido, unas vitrinas o muebles de madera a manera de mostradores, con tarros o frascos de vidrio llenos de bananas o golosinas, también habían dulces empacados con papelitos que en ocasiones traían sorpresas. En algunas, las más grandes, al frente de los mostradores tenían tarros metálicos llenos de arroz, maíz o frijoles; a los lados bultos abiertos a media cintura mostrando las papas, los ullucos, las yucas y otros tubérculos como las arracachas.
Atrás la estantería de madera, separada con espacio suficiente para desplazarse el tendero, compuesta de rectángulos bien dispuestos para mostrar en buen orden los productos, que iban desde licores y gaseosas; hasta los artículos de lo que hoy se conoce como los granos de la canasta familiar, arroz, manteca, chocolate, azúcar, sal, café.
Las tiendas vendían de todo, por lo tanto, no faltaban en los escaños, las ollas o sartenes, peroles, jarras, juegos de cucharas, cuchillos, aguardientes y vinos; atunes y sardinas, molinos caseros, estufas de petróleo o fogones de querosene, más adelante rollos de telas de lienzo, coletas y percales, para hacer los coladores y los limpiones para el aseo de las cocinas.
En las más surtidas de los pueblos o de las esquinas de los barrios, había estantes de madera con vidrios, allí se disponían los artículos dijéramos más sofisticados del mercado, cachivaches metidos en atractivos estuches, cajitas de colores que sabían atraer la vista, entretener el interés y despertar la necesidad o gusto de los clientes, todo en el emocionante deleite del antojo.
Los dueños de las tiendas eran los amigos con quienes el papá jugaba cartas, hablaban de temas que nunca entendíamos porque no podíamos poner atención a sus conversaciones, cuando estaban en estas actividades había que poner distancias, “los niños no se meten en conversaciones de mayores”.
En casi todas, además, había un dispensario de medicamentos para humanos, penicilinas, pastillas y ungüentos, cajitas de pomadas, algodones, curitas y mertiolates, el aceite de almendras, el quinopodio y otros purgantes, que asustaban.
En otro lugar muy cercano, estaban los medicamentos para animales, inyecciones, purgantes, sales mineralizadas, otras pomadas, en recipientes de guadua porciones de otoba, preparados de azufre con plantas desinflamatorias para curar las bestias.
Cada tienda tenía eso si una especie de departamento especializado en ciertos enseres o surtidos que las distinguían de las otras, en unas se vendía el petróleo, la gasolina blanca y el aguarrás, en otras las velas, la cera de laurel y los jabones, en otras los aderezos, los lazos, las jáquimas, las herraduras, en otras elementos sofisticados: como las linternas, los encendedores, y herramientas como tijeras, alicates, limas y destornilladores.
De verdad eran espectáculo óptico del pueblo, eran además sitio de encuentro, de negocios, de créditos, algunas lo eran también de servicio de correo, disponían de mesa y asientos a manera de sala de atención y por lo general en el corredor disponían de una banca larga en donde el descanso también permitía el comentario pertinaz y la calumnia.
Que hermosas eran las tiendas, que bonitas y sabrosas las cosas que allí se vendían, por lo regular en el pueblo había que golpear la puerta, acción que requería de mucho tacto para pedir el servicio al tendero que bien podía en ese instante estar dando de comer en la huerta a las gallinas, en la siesta o almorzando, asi que de su prudencia en el golpe dependía la atención o la simple respuesta de: “ahora no hay quien venda”.
Hay que reencontrarse con estos lugares, sobre todo con un mueblecito en donde se colocaban frascos pequeños de muchas cosas que clasificaban con esmero, unos de cristal otros de blancas porcelanas, siempre los acompañaba un halo de atracción y de intriga ¿que contenían que los disponían con tanto sigilo?
Uno de los tenderos, en una ocasión dio por respuesta ante la pregunta sobre su contenido:
“Están llenos de onzas de alegría, de felicidad, de buena suerte, de te quiero”.
Lo mire extrañado, pero hoy le compre todos los frasquitos, incluidos los de la bodega para enviárselos a todos los que han leído esta memoria.
Lo mire extrañado, pero hoy le compre todos los frasquitos, incluidos los de la bodega para enviárselos a todos los que han leído esta memoria.