HUGO COSME VARGAS
El transporte de personas y bienes ha estado ligado al desarrollo de la humanidad, siendo primero el marítimo, que reinó muchos años, y luego el terrestre, que explosionó en el siglo 19, con la llegada del vehículo motorizado. Sin embargo, la historia de los caminos se ha labrado a lo largo de 6000 años, desde cuando los persas denominaron “Camino real” a una vía de 2600 kilómetros de longitud, localizada en el suroeste de Asia, construida durante 4000 años, finalizada en el 323 a.C., de la cual Heródoto dijo que ella se podía recorrer en 3 meses, es decir con una velocidad de 28 kilómetros por día. Obviamente, el descubrimiento de la rueda en el año 3500 a.C., impulsó su existencia. Luego, los romanos construyeron su “Vía Appia”, iniciada en el 312 a.C., conteniendo una estructura de soporte de los carruajes de esa época, de 150 cm de espesor. Y allí nacieron los pavimentos.
En general, el ciudadano cree que el término “pavimento” hace referencia a la capa superficial sobre la cual transitamos, pero realmente este concepto comprende una serie de capas, con diferentes calidades, que dispuestas encima del terreno natural buscan hacer seguro, confortable y eficiente nuestro movimiento sobre él. Esto exige en las vías terrestres, estructuras entre 40 y 150 cm de espesor. El diseño del pavimento romano prevaleció en el mundo hasta cuando Pierre Tresaguet, llamado “el primer ingeniero de carreteras modernas”, nos enseñó a utilizar estructuras de pavimento con menos espesor que aquellas heredadas del imperio romano. Pero, su principal aporte a la ingeniería fue reconocer la necesidad de hacer un mantenimiento continuo de los pavimentos, logrando convencer de ello al rey Luis XVI, quien en 1775 lo nombró “Inspector general de los caminos franceses”. ¡Qué buen ejemplo a seguir por nuestros gobernantes!
Y llegó el siglo 18, repleto de acontecimientos: los pavimentos del inglés John MacAdam, las técnicas de compactación de materiales usando cilindros movidos por vapor, la primera mezcla asfáltica en caliente, usada en 1876 en la avenida Pennsylvania de Washington, y el primer pavimento de concreto de cemento Portland, en Bellefontaine, Ohio, en 1893. Lo que se hizo en estos años prevalece hoy en la ingeniería de los pavimentos.
Popayán hizo sus primeras pavimentaciones asfálticas en la década de 1930, en las calles aledañas al Parque Caldas y fue el alcalde Álvaro Caicedo quien, en la década de 1970 ejecutó un gran programa para pavimentar calles de la ciudad, pero nadie después siguió sus pasos. Muchas de estas estructuras viales subsisten después de 50 años de haberse construido, como también otras que aún debemos padecer los vecinos de Campamento, quienes todavía transitamos sobre el pavimento que construyó don Octavio Jaramillo, por la misma época. La existencia precaria de estas estructuras es una muestra de que lo imposible es posible, ya que la ciencia nos ha enseñado que los pavimentos asfálticos se diseñan a 10 años y los pavimentos de concreto, a 20 años.
Como ciudadano afectado diariamente por la tortuosidad de sus calles, me permito proponer a las autoridades de la Alcaldía de Popayán algunas acciones: apostarle más al pavimento asfáltico que al de concreto, ya que el primero es más económico, siendo ambos de buena calidad y esto permitiría pavimentar más calles; dejar de reparar baches pequeños en cada cuadra, cuando es mejor y más eficiente reparar cuadras completas, para lo cual hay contratistas que han perfeccionado esta tecnología y poseen los equipos necesarios; no extrapolar lo anterior en aquellos pavimentos que poseen estructuras granulares insuficientes o contaminadas; organizar un sistema de gerenciamiento de los pavimentos, creando una base de datos grande, con la información del pavimento de todas las calles de la ciudad, de tal manera que el actual Alcalde y los siguientes puedan decidir ordenadamente y sin presión política, los niveles de intervención, en función de su antigüedad, calificación de servicio, grado de mantenimiento y cantidad de tránsito automotor, entre otros criterios; volver realidad el mantenimiento de los pavimentos, como única herramienta para hacerlos perennes, evitando su destrucción total y la pérdida cíclica de una inversión costosa para nuestra ciudad. ¡Creo que nos merecemos una ciudad sin huecos!