SOBRE LA VIDA FELIZ

Columna de opinión

«Donde quiera que haya un hombre, hay un lugar para el favor.»

 

Por Donaldo Mendoza

Sobre la vida feliz, otra de las obras breves de Séneca, semeja un «diálogo» con los Evangelios. A pesar de no conocerse ni tener noticias recíprocas, Jesús y Séneca compartían conocimientos que sustentan la teoría de que hay una sabiduría universal que recorre continentes; que se escucha en Medio Oriente, Lejano Oriente o en el imperio de los Incas. A esas conexiones, este  texto de Séneca hace varios aportes. Así debe ser y así se debe entender. La felicidad, en el caso que nos ocupa, es un estado de plenitud espiritual de circunstancial ocurrencia en todas las almas.

La primera condición que Séneca establece es la de ser auténticos, es decir, obrar con autonomía, con libertad. Vivir según la razón (saber discernir) y no apegados a imitaciones. “… no seguir, al modo del ganado, el rebaño de los que nos preceden, encaminándonos no a donde hay que ir, sino a donde la gente va”.  Es lo que suele pasar con una persona enajenada, en tanto sujeto que extraña su realidad, y opta por vivir según los demás. “… de mí mismo todavía no soy amigo”. La decisión fatal de renunciar a hacerse notar por méritos propios.

Nos perdemos por el ejemplo de los demás. Ajenos del mundo, porque ni hacemos parte del grupo que otros admiran, ni del grupo de los envidiados. Salir de la comodidad del rebaño, o de la seguridad que brinda la manada, produce pánico. Y da pavor arriesgar. Observen lo complejo que es el verdadero estado de felicidad, que no se mide con ligeras encuestas que preguntan por ‘el país más feliz’. Admira –dice Séneca– a los que intentan grandes empresas, aunque fracasen. Arriesgar, decidirse, emprender, lanzarse: fundamento de tantos caminos, empedrados, que podrían conducir al inmaterial estado de ser feliz.

A estas obras breves Séneca las ha llamado “Diálogos”. Y en su discernimiento sobre la felicidad lo hallamos en ‘diálogo’ con Jesús de Nazaret. Por esta senda, la felicidad es fruto del amor y el desapego, el sacrificio y la empatía con nuestros semejantes. La felicidad es elevada, sublime e invencible virtud. “Todo lo que llegare a tener ni lo guardaré avaramente ni lo dilapidaré pródigamente; creeré que nada poseo con más verdad que lo que haya dado con generosidad”. Este virtuoso desprendimiento en favor del sediento de agua (espiritual) o del hambriento de pan, propicia el milagroso abrazo con el enemigo: “Seré jovial con mis amigos, condescendiente y afable con mis enemigos”. «¡Ama a tus enemigos! ¡Ora por los que te persiguen!» (Mateo, 5:44).

Hondo discurso sin duda, como este otro que recuerda un texto evangélico: “…a algunos no les daré por más que les falte, porque, aunque les dé, les va a faltar aún”. Aquí, Séneca evoca también a Sócrates, en la cabal coherencia y consecuencia de lo dicho: «…no vivo de otra forma que como hablo, sino que vosotros me oís de otra forma; el sonido tan solo de las palabras llega a vuestros oídos; no queréis saber qué significa». Jesús hacía la misma invitación cuando hablaba en metáforas, que era casi siempre.

Este «diálogo» se cierra con una frase clave: “… cuando deliráis contra el cielo no os digo ‘cometéis un sacrilegio’, sino ‘malgastáis vuestros esfuerzos’. Quien Humilla y ofende a otra persona frustra sus propios intentos de ser feliz. Digo ‘a otra persona’, porque a Dios no se le ofende; se equivoca el celoso(a) creyente que echa de menos la Inquisición para los que ‘injurian’ a Dios. ¿Puede acaso una hormiga ofender a un elefante?, y si lo hiciera, ¿algún animal saldría en defensa del elefante y en agravio de la hormiga? Abismal, y nada superficial, es la felicidad.

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