Para una gran mayoría de colombianos, el fútbol es un deporte que genera alegrías y tristezas entre los seguidores de un club preferido o más a nivel de país, con la selección Colombia. Además es tema de conversación en cualquier reunión formal o informal entre amigos y compañeros de trabajo.
Cada fin de semana, muchos hinchas aguardan la hora de inicio del partido del equipo de su preferencia. Esa ha sido una constante en nuestra cotidianidad social desde hace más de 70 años cuando nació el campeonato profesional y que se ha jugado continuamente (a excepción de 1989 cuando el torneo fue suspendido luego del asesinato de un árbitro en Medellín).
Por todo lo anterior podemos decir que el fútbol profesional de alguna forma reúne a la gente en torno a las opiniones o las experiencias vividas, ya sea en un estadio o frente a la pantalla de televisión. Infortunadamente muchas veces esa pasión desborda los sentimientos de algunos mal llamados hinchas, quienes la emprenden violentamente contra otros hinchas con los que no comparten gusto por su equipo. Ese accionar de aquellos desadaptados es también una problemática latente en nuestro fútbol que hoy no tocaremos en este escrito editorial.
El tema de hoy es el relacionado con la falta de empatía en el gremio del fútbol profesional colombiano, un negocio lucrativo para muchos dirigentes, quienes simplemente ponen a rodar un calendario y se apegan a él sin contar con el ambiente que rodea al resto de la cotidianidad de nuestro país. Es claro que la organización es fundamental para el éxito de un evento de 10 meses en el que están inmersos la televisión, los viajes y la preparación de los equipos, al igual que todo lo concerniente a cada jornada del fútbol profesional. Sin embargo, en circunstancias de fuerza mayor, es necesario replantear los cronogramas y ubicar una nueva jornada para determinado espectáculo futbolero. Eso fue lo que debió pasar el sábado anterior, luego que el Deportivo Independiente Medellín solicitara el aplazamiento del juego en Montería frente al Juagares debido a la tensa situación de orden público por el que atravesaba la región Caribe de nuestro país donde se desarrollaba un paro armado protagonizado por un grupo al margen de la ley.
La negativa de parte de la Dimayor, ente propietario del fútbol profesional colombiano, de aplazar este juego, llevando a que el equipo local junto con los árbitros saltaran a la cancha, se cantaran los himnos para decretar la pérdida de puntos para el Medellín por un llamado W, fue además de un ‘oso’ internacional, una muestra de la mezquindad de quienes manejan el espectáculo futbolero de nuestro país.
Actitudes como está de parte de la Dimayor, donde la seguridad e integridad de los seres humanos que hacen parte del espectáculo no fue tenida en cuenta, demuestran un ‘hambre’ rampante de la parte dirigencial, a tal grado que invisibilizaron una caótica situación de violencia generalizada para una región y que definitivamente afectaba la normal cotidianidad de la misma en todas sus esferas sociales y económicas. Sumemos a esa falta de coherencia un antecedente previo cuando en plena pandemia del Covid en el 2020 obligaron a jugar un partido en momentos críticos de uno de los equipos que tenía más del 60% de sus jugadores contagiados de Covid y que por cumplir se presentó a la cancha con 7 jugadores.
Con ejemplos como este de parte de la Dimayor, ¿con qué autoridad moral pueden exigir que se termine la violencia entre los hinchas? Es que definitivamente, con la falta de empatía demostrada para con sus colegas directivos y para con los jugadores e hinchas de los dos equipos que debían jugar, simplemente están demostrando que el valor humano del negocio, que aseguran es de ellos, les vale muy poco.