JORGE ORDÓÑEZ VALVERDE
Profesor Universidad Icesi
Las comunidades indígenas del mundo aún conservan formas de solidaridad que hemos perdido en la vida de las ciudades modernas. Para ellos es extraña la idea de individuo, tan familiar para nosotros los ciudadanos, y siempre piensan que los intereses de la comunidad están por encima de los derechos individuales o los deseos personales. Por esa razón sus modelos de justicia tienen muchos elementos restaurativos. Recuerdo una anécdota que nos relataba un miembro de la comunidad Nasa: cuando la policía arrestó a un asesino dentro del resguardo, ellos les decían “para que se lo van a llevar a comer y dormir bien rico allá en la cárcel, déjenlo acá en el resguardo para que trabaje la parcela de la viuda y los huérfanos.” Nadie puede negar que es una buena idea ya que se le impone una pena al criminal al tiempo que se repara a la familia de la víctima. Pensemos en los casos en que un padre cabeza de hogar es encarcelado por violencia intrafamiliar, pierde su empleo y la familia se queda sin sostén, donde había un problema se crean dos ¿no habría sido mejor enviarlo a terapia?
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Un ejemplo bastante estructurado de lo restaurativo lo presenta Jim Consedine en su estudio sobre Nueva Zelanda: La tribu maorí tenía un modelo de justicia tradicional antes de convertirse en colonia de Inglaterra, cuyo objetivo era sanar el alma, (el mana). Sanar el alma de la víctima, la del ofensor y la de la comunidad. Hace 180 años practicaban juicios públicos con el concurso de las familias de la víctima y el ofensor, donde el primer objetivo era provocar vergüenza y arrepentimiento en el autor del daño, y luego reparar económica y moralmente a las víctimas, acto con el cual se le daba la oportunidad al ofensor de cambiar la imagen negativa que la comunidad se había formado de él. Una justicia centrada en la sanación del daño.
El modelo fue reemplazado por la justicia británica que ellos denominan Pakeha y es extraordinariamente punitivo, Nueva Zelanda tiene una de las tasas de encarcelamiento más altas del mundo, con el agravante de que la población indígena representa el 50% de los presos a pesar de que solo son el 15% de la población. El 90% de los presos sufren problemas mentales o adicciones. Nada de esto ha contribuido a la disminución del delito.
De veinte años para acá los jueces han introducido reformas en la justicia juvenil que recupera cosas importantes de la tradición sanadora y restaurativa del pasado. Han vuelto a hacer Conferencias del Grupo Familiar, unas audiencias públicas de la comunidad maorí donde se acusa a los jóvenes y estos deben escuchar los reproches de las víctimas y responder sus preguntas. De esta manera se restaura el bienestar de la comunidad ya que los ofensores reconocen su responsabilidad, piden perdón y hacen actos reparadores, además de que las víctimas ya no están excluidas. Todo esto reintroduce la noción de vergüenza y responsabilidad personal y familiar por el crimen que no están en el modelo punitivo. El delito no es simplemente una infracción de la ley en abstracto, el delito daña a las personas concretas, hace que se pierda riqueza y trabajo, rompe los lazos de la comunidad, genera sufrimiento y dolor a las víctimas y puede dejar traumas físicos y psicológicos. Nada de esto se restituye con el encierro de los delincuentes. Por eso tenemos que hacer reformas y acciones en el sistema legal para que se reivindiquen los derechos de las víctimas, para que se reparen los daños causados y que se compense moral y económicamente a las personas afectadas, además hay que darle oportunidades al delincuente para que pueda rehabilitarse. Tenemos que construir un modelo de Justicia Restaurativa.