JORGE ORDÓÑEZ VALVERDE
Profesor Universidad Icesi
Es un error creer que la humanidad progresa linealmente y que hoy estamos en la cima de la civilización. Los procesos civilizatorios no avanzan en línea recta e incluso pueden retroceder. Recordemos que la Alemania de Goethe, de Marx, de Freud fue también la Alemania de Hitler y el Holocausto. Recordemos hoy, a propósito de la Justicia y el Derecho, un momento singularmente civilizado en el mundo antiguo cual fue la Atenas del siglo de Pericles (entre las guerras médicas y las del Peloponeso). Este grande hombre vivió entre el 495 a.c. y el 429 a.c. y fue abogado, magistrado, general, político y notable orador, y realizó audaces reformas democráticas que trajeron más igualdad y participación política, ampliando el derecho de voto a ciudadanos más pobres y permitiéndoles involucrarse en la cosa pública. Así, al vincularse con el gobierno se impone el interés colectivo al particular, al mismo tiempo que todos gozan de las mismas garantías en la defensa de sus intereses particulares ante la justicia.
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Esquilo le rinde un extraordinario homenaje con su tragedia La Orestíada donde se cuenta el trágico destino de los Atridas. Los hechos se remontan a la guerra de Troya cuando al mando del mayor ejército de la Antigüedad Agamenón debe partir a cumplir su destino de conquistar la sagrada Ilión, pero los dioses se enfurecen y levantan una terrible tormenta, al consultar el oráculo, los dioses exigen el sacrificio de su hija Ifigenia quien finalmente es entregada. La primera parte de la Orestíada comienza con el regreso triunfante de Agamenón después de diez años de guerra, cuando es asesinado por su esposa quien reclamaba la vida de su hija. Su esposa Clitemnestra se ha aliado con su amante Egisto quien planea hacerse con el trono. En la segunda parte de esta tragedia se narra la venganza perpetrada por Electra y cumplida por Orestes, quien da muerte a Egisto y a su propia madre, quien al morir convoca las Furias (Erinias), y estas persiguen a Orestes y le atormentan hasta enloquecerle. La tercera y última parte muestra cómo, con la ayuda de Apolo y Atenea, Orestes comparece ante un tribunal en el Areópago (una colina rocosa al lado del Ágora, donde el tribunal de homicidios ateniense realizaba sus sesiones) donde se discute si el haber asesinado a su madre para vengar a su padre le hace merecedor del tormento que le infligen las perseguidoras de los asesinos, finalmente se le libera del castigo.
En esta tragedia puede verse una bella metáfora de la justicia: el tránsito de la arcaica justicia por mano propia a una justicia reglada por las instituciones del Estado. El tránsito entre la venganza que instituye el derecho de sangre y la justicia avalada por el bien colectivo. Los crímenes de sangre no tienen límite, están condenados a una eterna retaliación, porque cada quien está en la obligación de tomar otra vida a cambio de las de los suyos. Esquilo conocía las reformas al sistema de justicia que habían hecho Pericles y su mentor Efialtes instituyendo los tribunales públicos y una regulación simbólica colectiva, que supera el odio impulsivo y establece la Ley y el Derecho. Se supera el tribalismo y la superstición para crear un orden basado en la regulación jurídica: uno de los ideales de la Polis griega.
En Colombia, para desgracia nuestra, la idea de tomar venganza por mano propia está muy arraigada en nuestra cultura: la vemos en los crímenes de sangre, en las guerras de pandillas, en los crímenes pasionales, en los linchamientos. A estos crímenes infames les subyace una idea del honor y de la masculinidad dominante que los enaltece con una aureola de valentía, de dignidad y de orgullo. Frente a la barbarie tenemos que pensarnos una justicia monopolizada por el Estado, una justicia empeñada en el respeto a los derechos y en la sanación del daño: Una justicia restaurativa.