JORGE ORDÓÑEZ VALVERDE
Profesor Universidad Icesi
El Estado colombiano invierte en la educación pública mensualmente $318.000 pesos por un estudiante de primaria, $337.000 por uno de bachillerato y $398.000 por uno de universidad, en cambio un preso en la cárcel nos cuesta $1.833.000 mensuales, casi cinco veces más. Tenemos 116.000 presos en Colombia a un costo de $212.667.000 por mes, para un total de $2.552.004.000, (ya hablamos de billones) al año; además la tasa de impunidad en Colombia ronda el 90% sólo para homicidios, con lo cual si la tasa de impunidad fuera del 0% habría que, hipotéticamente, multiplicar por diez la cifra de reos (1.160.000, una población casi tan grande como la de la ciudad de Barranquilla) a unos costos imposibles de sostener ($25.520.040.000) algo así como la octava parte del presupuesto nacional y eso que no contamos cuanto tenga que crecer el aparato judicial y los organismos de seguridad y su presupuesto para multiplicar su gestión por diez, en caso de que el problema fuera de plata.
Pero el problema no es sólo económico, hoy en día el modelo carcelario ¿cumple el propósito para el que fue creado? Las cárceles ¿son escuelas y talleres mediante los cuales se resocializa y se rehabilita al delincuente? Aunque hay cárceles de cárceles y las hay más organizadas, pacíficas y descongestionadas, hay que admitir que muchas de las cárceles en Colombia tienen niveles inaceptables de hacinamiento y situaciones de violación de derechos humanos. Para muchos presidiarios no hay posibilidades de rehabilitación, antes bien se cualifican en otras modalidades de la delincuencia y alguien que entró por un delito sencillo como porte ilegal de armas, en la cárcel aprende sobre narcotráfico, secuestro y extorsión. El otro problema es el estigma de ser presidiario, la vuelta a la sociedad es muy complicada cuando nadie emplea a alguien condenado por un delito, y la solución es volver a las redes de la ilegalidad.
Este panorama nos muestra que no es muy buena idea tener un mundo de gente almacenada e improductiva mientras se vuelven más malos, el arzobispo surafricano premio nobel de paz Desmond Tutu solía decir que la cárcel es el mejor método para volver a alguien malo, peor. En su momento el régimen penitenciario fue un gran avance de la civilización si los comparamos con los modelos de justicia previos del antiguo régimen: las monarquías despóticas que infligían a los criminales toda suerte de suplicios, los desmembraban y los quemaban en la hoguera. En ese entonces el poder del Estado para hacer valer la ley se manifestaba en la capacidad de hacer sufrir dolores intolerables y provocar miedo, la Modernidad que inicia la revolución francesa y en particular las reformas al código napoleónico en 1807 crean el sistema penitenciario que se basa en un conjunto de derechos y una serie de procedimientos guiados por la racionalidad, cesan las torturas y se castiga el delito con el encierro en la prisión, además se tipifican los delitos y se establece una regla de proporcionalidad: al tamaño del delito, el tamaño de la pena. Sin embargo, el crimen no hace sino crecer en casi todo el mundo, ya sea porque los Gobiernos encuentran nuevos delitos en los campos de conflicto que emergen con la evolución de las sociedades, ya sea porque las organizaciones criminales tienden a ser más estables y el poder del Estado más débil para combatirlas, ya sea porque la tasa de reincidencia de los delincuentes es muy alta. El problema de la reincidencia es una señal de que la función instrumental de la pena que es resocializar y reeducar al delincuente no solo no se cumple, sino que estudios recientes encuentran que el encarcelamiento es una de las causas de la reincidencia. Frente a este panorama ¿Hay alternativas?