Pedro y el huevo


FERNEY SILVA IDROBO

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Al llegar a la fila del supermercado se encontraba Pedro, de gorra y tapabocas; se distinguía por su voz gruesa, que alcanzaba a escucharse a diez metros a la redonda. A lo lejos, veía como él dibujaba con sus palabras las preocupaciones de la pandemia y sus consecuencias. El color de su expresión era el reflejo de un ciudadano que se partía entre la angustia y la resignación.

Cerca de ahí, un perro se acerca a un bote de basura, sus tripas grujían como mueble viejo de motel; movía jocosamente lo que quedaba de su mutilada cola a manera de señal de radar detectando el alimento que no había encontrado en días.

La gente mira al canino, con la misma desesperanza que el animal veía las canecas vacías. Desde la ventana un niño corre la cortina para observar como el vario pinto sin cola, huele y trepa sus patas delanteras sobre el tarro achatado y golpeado de la basura. Mientras, en el fondo se escucha el barullo del televisor que expulsa noticias que recorren la acera.

La calle esta con poca gente pero llena de necesidad, al frente del supermercado hay casas donde se asoman sombras que no logran distinguirse.

A su vez, Pedro avanza en la fila, su sobrepeso, cabello y uñas largas, dan cuenta del bicho; su olor húmedo y el grujir de los huesos son señales de la falta de ejercicio y el exceso de preocupación.

Al terminar el discurso, y talvez, inspirado al observar que el perro se concentra en la acción de búsqueda por encima del resultado, emprendió a relatar la historia de un huevo que encontró e incubó artificialmente hasta que nació y se convirtió en un buitre. Lo alimentó con sus gallinas de corral y con el paso de los meses, se empezó a comportar como un ave de estas. Trató de espantarlo para que emprendiera su vuelo y reclamar su naturaleza, pero, este al parecer estaba tan cómodo que no tenía la mínima intención de irse. Una vez, en el patio del gallinero amaneció un ratón muerto, el chulo al verlo y olerlo, afloró su instinto y lo comió. Decía Pedro que el animal después de esto, nunca más volvió a comer y al tiempo murió. A lo mejor le cayó mal lo consumido y lo mató o tal vez, fue la tristeza al no saber quién realmente era.

Los seres humanos somos lo que cavilamos, las enfermedades y padecimientos son originados en algunos casos por las propias señales cerebrales que se mueven de acuerdo con nuestras convicciones. Generalmente, existen dolores causados por la controversia entre lo que pensamos, decimos y terminamos haciendo.

Si logramos que estos tres pasos se comporten armónicamente, como notas musicales, resolveremos grandes males de nuestro cuerpo y lo más importante, del alma.

Son tiempos que deben conducir a generar cambios de comportamiento, pero solo es posible si de manera individual nos comprometemos a modificar el modo en que nos observamos y como resultado de esto, la forma en que percibimos el mundo que nos rodea.

Constantemente pedimos cambios al mundo, pero olvidamos que el mundo somos nosotros, así de la misma manera lo hacemos con los gobiernos, cuando al parecer desconocemos que el origen y final de los problemas, se resuelve con nuestra rebeldía, que debe iniciar primero por dentro.

Pedro entra al supermercado, le vacían alcohol en sus manos, desaparece su figura por la puerta; en tanto, el perro encuentra finalmente huesos en el fondo del basurero, el niño ríe y la gente sigue ahí.

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