Origen del ser guerrero y político de la especie humana (III)

FERNANDO SANTACRUZ CAICEDO

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La Humanidad experimentó una honda ruptura en su unidad natural, un rompimiento entre las dos fuerzas que la integran: la masculina y la femenina. Dicha disrupción fue causada por la guerra primigenia y por el compromiso de la mujer con su instinto de maternidad, circunstancias que erigieron al hombre en el protagonista de la historia, naciendo el milenario prejuicio de que solo él, con sus parciales facultades mentales, sin el complemento del cerebro de la mujer, estaba llamado a regir la existencia humana, ignorando que ella es la otra fuerza motora de la historia, tan legítima y poderosa como el mismo hombre, con un cerebro plenamente evolucionado y unas funciones psicológicas tan valiosas como las de aquel.

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Elucidar el problema de la guerra y la paz obliga a dar cuenta de la prehistoria, la historia humana y el nuevo humanismo, para esclarecer si la guerra es lo opuesto de la paz; si aquella ha sido un rasgo inalterable de los humanos a lo largo de toda su existencia, o si apareció en un momento específico de su acaecer. Y, si la paz es o no es la alternativa para resolver su acendrado belicismo.

La humanidad no es guerrera nata. Llegamos divididos a la historia, unos con comportamientos bárbaros y otros con comportamientos civilizados. Hoy, somos un híbrido de civilización y barbarie, estamos disociados entre estas dos formas de comportamiento y obramos conforme a las circunstancias individuales o colectivas. La guerra original brotó de la división entre dos pueblos con estructura y funciones cerebrales diferentes nacidos del seno de la naturaleza, desunión que engendró la discordia y rompió la unidad natural de las naciones: divisiones étnicas, de credos, raciales, sociales, divisiones entre compulsivos y anticompulsivos, entre hombres que ordenan y mujeres que se someten, entre partidos políticos que originan facciones enemigas y las guerras. La división es devastadora para la humanidad porque la conduce inexorablemente a la discordia y a la confrontación armada. Hoy es costumbre oponer la paz a la guerra, no obstante que carecen del mismo peso específico o la misma intensidad. La guerra es una constante y la paz un remoto anhelo. Lejos estamos de escuchar un llamado decidido en contra de las divisiones, pese a que son éstas las responsables de todas las desavenencias.

Si la división genera la guerra, la UNIDAD es la antítesis de la guerra, es la cohesión de un pueblo. Un pueblo unido es fuerte, sabio, creador, indestructible. Es indispensable resaltar categóricamente que lo opuesto de la guerra no es la paz. Guerra y Paz no son contrarios dialécticos. Guerra y Unidad, constituyen antípodas. ¡Lo contrario de la Guerra es la Unidad!

El fracaso de la historia guerrera masculina sólo se resolverá integrando los talentos femenino y masculino en el proceso vital de los pueblos, restaurando la unidad natural de la humanidad, significando que el nuevo humanismo con su moderno liderazgo está llamado a impulsar la historia creadora universal, sin acudir al empleo de las armas.

La voz conflicto, proviene del latín conflictus, que denota combate, enfrentamiento armado de difícil salida. El posconflicto llama a superar la confrontación, siendo su condición necesaria el cumplimiento responsable de los compromisos que han servido como base a la suscripción de los Acuerdos de Paz. Vivimos hoy la coyuntura de la construcción de la paz, de la resilencia, entendida como la capacidad de los seres humanos para alcanzar grandes metas mediante el esfuerzo personal o comunitario, para sobrepasar las adversidades, haciendo de ellas una oportunidad para el progreso de Colombia y de la humanidad.

El enfoque objetivo e integral de todos nuestros problemas, de sus partes y el todo, lo mismo que el análisis y formulación de alternativas para resolverlos, es decir su concepción holista, exige categóricamente la actividad conjunta de los cerebros femenino y masculino, de forma que no haya lugar a la mirada unidimensional, parcializada, de una parte ni de la otra, sino por el contrario, la reflexión complementaria y multilateral de ambas perspectivas. El nuevo humanismo y el moderno liderazgo son el fundamento para restablecer la Unidad de los colombianos y colombianas, dar pasos firmes hacia el bienestar general y consolidar el proceso de paz en nuestra Nación.