La vida moderna

DIEGO FERNANDO SÁNCHEZ VIVAS

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Para esta época de vertiginosos avances tecnológicos y científicos, parece imposible que no estemos conectados a la red, que no tengamos una forma de comunicarnos en forma inmediata con quien deseamos en cualquier lugar del mundo, o que alguien no nos pueda ubicar en el sitio más recóndito de la Tierra gracias a la telefonía móvil. También resultaría incomprensible para la vida moderna que no tuviésemos acceso a los canales más importantes del mundo a través de la televisión por cable.

Pero no siempre fue así. Hace algunos años, en una universidad norteamericana se necesitó un inmenso salón para poder albergar un aparato hoy anacrónico que sería el prototipo del computador moderno, con miles de cables y conexiones y un peso descomunal que hacia casi inviable su funcionamiento.

Hace algún tiempo, quien fuera hablando aparentemente solo, con unos cables en el oído hubiese sido tildado de loco sin atenuantes, y todavía recordamos con cierta nostalgia esos televisores de tubos, de un espesor inmenso y pantalla redonda , sin imaginar que los televisores de ahora se pueden colgar como cuadros, con una pantalla tan delgada y plana no superior al grosor de un dedo, o quien creería que el reloj del detective de las tiras cómicas Dick Tracy que tanto nos sorprendió en nuestra niñez, hoy aparece como un aparato moderno más, gracias a la tecnología de cuarta generación.

Por los adelantos de la vida moderna, hemos podido presenciar en vivo y en directo, episodios trascendentales para la historia de la humanidad y tan universales como los viajes espaciales y tan conmovedores como los registros de los latidos del corazón de un pequeño en formación dentro del vientre de su madre. También hoy sabemos que es posible que de las células de los tejidos de seres vivos se pueda clonar su información genética para reproducir un par idéntico, avance científico y médico grandioso, pero que nos plantea severos interrogantes en el plano de la ética.

Eso de poderse comunicar al instante con quien se quiera, de poder disfrutar de ciertos canales internacionales, de poder abordar la red para enriquecer nuestro conocimiento universal es realmente una maravilla, pero también resulta importante dejar un espacio para la reflexión , las buenas lecturas y la contemplación de la naturaleza, actividades tan poco ponderadas por el mundo moderno que está obsesionado por el poder, la riqueza, el consumo de bienes, el lucro o beneficio personal y el afán materialista.

La vida sencilla alejada de los avatares del mundo moderno, siempre nos trae más beneficios para el espíritu que las complicaciones de una existencia sobredimensionada de cargas consumistas. Si queremos encontrar el secreto de la felicidad, lo debemos buscar más en nuestro universo interior que en los afanes y veleidades de la vida moderna.