Editorial: La caída del parque Caldas

Nuestro editorrial: La caída del parque Caldas.

Las dantescas escenas difundidas por redes sociales que mostraban a dos grupos de jovencitos enfrascados en una pelea a cuchillo en plena esquina del parque Caldas, se convirtieron en la ‘gota que rebosó la copa’, en cuanto al actual y deteriorado estado social de este ícono del paisaje citadino de la ciudad.

Y es que desde varios años atrás, este punto central de la capital caucana muestra dos facetas bien marcadas: una en el día, cuando en realidad se convierte en una referencia de encuentro para propios y extraños, impulsada tal vez por dinámica que ofrecen las edificaciones de los gobiernos centrales, el comercio y la catedral católica. Y la otra, en la noche, cuando la plaza por falta de control y vigilancia de parte de las autoridades, pasa de ‘sala de recibo’ a todo un muladar al que llegan vendedores ambulantes, habitantes de calle, meretrices y toda clase de personas indeseables, todos estos atraídos por los famosos ‘jíbaros’ (expendedores de alucinógenos) que operan sin restricción alguna.

A todo esto agregarle la triste condición física en que está el interior del parque. Sus pisos están deteriorados, levantados y quebrados, sus zonas verdes desvencijadas, alcantarillas sin tapa a merced de gigantescos roedores y algunas estructuras que circundan las zonas peatonales en mal estado. Solo se rescatan las zonas que se hace algunos años se peatonalizaron, las mismas donde hoy por hoy se levantan carpas y estructuras para eventos masivos.

Es una lástima que el referente urbanístico más importante de nuestra capital se venga degenerado a este grado, terminando en un campo de batalla entre adolescentes pandilleros que posiblemente trasladaron, sus ya habituales rencillas de barrio, hasta el corazón de la ciudad para terminar desplazando, de una buena vez, a aquellos ciudadanos (propios y visitantes) que veían en el paisaje histórico, la oportunidad para una romántica caminata por la arquitectura colonial que le da renombre a Popayán.

Todo este triste episodio visibilizó la difícil condición social de nuestro Centro Histórico, en donde incluimos la zona del olvidado Puente del Humilladero, el maltrecho Parque Mosquera y el llamado ‘Pueblito Patojo’, con antecedentes de asaltos armados a turistas, indigencia e invasión de andenes por las ventas informales, debe servir para replantear el futuro de esta vital zona de la capital caucana. Es hora que desde todos los ámbitos de la sociedad payanesa se planteen políticas serias y de largo plazo, con el objetivo de devolver el esplendor colonial que tiene a Popayán como una ciudad patrimonio histórico con reconocimiento mundial.