Carta a todas las madres

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Esta carta es para aquella mujer, la mejor que hemos conocido en el mundo. Para esa gran mujer, la que denominamos: mamá, madre, mamita, mami… y, mil formas más, expresivas de nuestro amor de hijos; sin embargo ella ni se muestra presumida, ni fatigada, porque nunca manifiesta cansancio, pues solo una madre sabe lo que significa amar.

Por eso, esta cartita va dirigida a la intérprete de nuestras penas y alegrías. A la reina de todos los hogares del mundo. A esa señora que sabe librar las mil batallas día a día. Para quien un día, tal como nos curó los raspones en nuestro cuerpo tras las caídas en la niñez, y la infancia, aún continúa curándonos los raspones en las caídas en nuestros días. Ella que nos sana con besos las heridas del alma y los dolores del corazón a causa de la ingratitud, y el egoísmo de la naturaleza humana.  Para ella que también es la amiga favorita, que llora con nosotros las tristezas y que se alegra de nuestros triunfos.

Esta carta está remitida a todas las madres para corresponder, aunque en mínima parte, pues nunca tendremos como pagarles todos sus desvelos. Esta cartica llena de frases que salen de lo más profundo del corazón para que queden escritas no solo en este día sino para que siempre, siempre repitamos: ¡Mamá te amo!

Cuántas cosas quisiera escribir, y que mi inspiración lograra pronunciar con las palabras más bellas, con frases que nunca se hubiesen proferido para ser la única persona en manifestarle a ese ser hermoso que la naturaleza solo les dispensa a las mujeres ese don divino de ser madres.

Rindo, pues, un homenaje henchido de amor y de dulzura a esa mujer que me dio todo, todo absolutamente todo. A mi adorable madre que está a la diestra de Dios Padre. Porque convencido estoy que aun recorriendo el mundo entero, no lograré encontrar ninguna medicina cuando estoy herido; solo tus besos, abrazos, y consejos mí querida madre. Por eso, estas líneas son a nombre de los que el destino de la vida nos dio a escoger entre las lágrimas de no tenerlas a nuestro lado a cambio de quienes se sienten jubilosos de poderlas abrazar y besar. Ciertamente, no existe otro abrazo más tierno y comprensivo que el del amor maternal. Jamás de los jamases encontraremos un amor más desinteresado que el de una madre.

No puedo terminar esta carta sin antes elevar plegarias al Dios de los Cielos para darle gracias por tan perfecta creación, al soplo celestial de darle a la mujer esa gracia tan especial de ser Madres. Quienes no poseemos la presencia de las madres vivas, nunca podremos sustituirlas con una estampa, ni siquiera con los mayores tesoros, riquezas.  A la madre no la reemplaza nada ni nadie, es ella nuestra Providencia, es la obra maestra de Dios en la tierra. Para mí que tuve una excelente madre, todas las mujeres son sagradas.