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VÍCTOR PAZ OTERO
Bajo el título de ¿Popayán ciudad perdida?, he venido publicando de manera secuencial, una serie de columnas centradas sobre problemáticas relevantes acerca de Popayán. Creo que para los probables lectores no haya resultado muy grato este formato secuencial, donde se afecta la continuidad en la lectura y donde también se resiente bastante la unidad temática. Pero como está dentro de nuestro propósito, preparar y publicar un libro, que debe completar y reforzar los objetivos que nos propusimos en el diplomado que se dictó el año pasado, con los auspicios tanto de la Universidad del Cauca como de la fundación universitaria de Popayán, he decidido no continuar las columnas bajo esa modalidad de entregas semanales, y más bien concentrarme en la preparación del citado libro.
Le interesa leer… ‘¿Popayán ciudad perdida? (6)
Pero a manera de epílogo de las ya publicadas columnas, quisiera rematar la tesis que expusimos sobre la unidad simbólica, cultural y espiritual de Popayán. Unidad que se articula y se expresa en el espacio que reconocemos y designamos como el “centro histórico”. Perder, deteriorar o envilecer ese espacio, simplemente significa demoler la imagen más valiosa que encarna los contenidos de Popayán como una probable ciudad culta, ciudad histórica o ciudad universitaria.
En afirmación un tanto catastrófica o fatalista, soatenemos que el deterioro del centro histórico, equivale a matar lo esencial de la ciudad; a deshacer su simbología unificante y unificadora, con la cual nos reconocemos y se nos reconoce.
Pero ahora bien, la restauración y el uso, culturalmente legítimo, de ese espacio, de manera imperativa e inexorable debe fundamentarse en la exigencia de que ese espacio sea PEATONALIZADO.Lo que de paso siempre ha sido un anhelo colectivo de muchas generaciones de Payaneses y de muchos visitantes, dotados de sensibilidad estética y consientes de la importancia de los valores y los significados históricos que proporciona el pasado. Este proyecto, siempre anhelado pero siempre fallido, es proyecto factible, técnicamente realizable, realizable además sin mayores costos financieros. Y es proyecto que solo aportaría diversas ventajas evidentes a los distintos actores que participan activamente en la vida urbana. Ventajas para los muchos sectores que propugnan por una economía sostenible para la ciudad, economía reconciliada y compatible con sus valores y tradiciones culturales con los cuales comulga y se gratifica la ciudad. Se beneficiaría el alto grado el turismo selectivo y culto; se beneficiaría el creciente sector hotelero; de manera preferencial el sector universitario. El sector comercial mucho más que otros derivaría muchos beneficios. Se ganaría mucho en la defensa del medio ambiente, ahora totalmente degradado y peligroso para la imagen y la realidad cotidiana de la vida colectiva.
El proyecto, por supuesto, solo es posible y realizable a corto plazo mediante un proceso educativo eficaz e inteligente que permita a la ciudadanía una apropiación sensible de los significados y contenidos que encarna la ciudad en su dimensión histórica, cultural y espiritual. Podríamos decir que se trata de un proyecto estético, que tiende a revalorar el valor de la ciudad en términos de una poética alta y valiosamente diferenciada. Solo así podríamos evitar que la vorágine del lucro y del baratillo, continúe en la devastación con la que ahora EL PRESENTE menosprecia valores y significados que ni conoce ni entiende.
Aún es tiempo de salvar y redefinir la visión de ciudad. Lo que ahora vemos como “desarrollo urbano” es errático y hasta asqueante en términos de urbanismo.
Bueno se me acabó el espacio de esta columna; me toca renunciar a mi propósito de no continuar escribiéndola. Volveré con unas cuantas más tratando de redondear el planteamiento, donde hay mucha tela de donde cortar.
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