Una época de asimetrías

ELKIN QUINTERO

[email protected]

La lógica de nuestras debilidades en temas de promoción y animación de lectura es simple y fundamental, en primer lugar, el departamento no cuenta con una política pública en Lectura, escritura y oralidad que, pueda facilitar procesos de articulación entre las Instituciones Educativas, las Bibliotecas, el Estado y las entidades privadas; en segundo lugar, muchos de los encargados de ejecutar aquellos objetos misionales, no les interesa o no están capacitados para hacerlo, y se quedan solo en eventos que no justifican su impacto o inversión económica.

Por ello, en esta época de asimetrías, es indispensable saber leer, y así poder revaluar nuestras tradiciones culturales a través de la historia, la literatura, la cultura popular, la lingüística, la pintura, la poesía, el teatro, la danza y la música.

Pero, hoy la realidad nos muestra que, para enseñar a leer, hay que saber leer, hay que leer y hay que saber enseñar a leer. Asimismo, para enseñar a gustar de la lectura, hay que gustar de la lectura. Quien no sabe leer, o no lee bien, o no disfruta de la lectura, o simplemente no lee, no puede enseñar a otros a hacerlo. Ese es el meollo del asunto en nuestra geografía.

Ese es el problema que hoy afronta un alto porcentaje de los docentes en muchas regiones del país, y cuando se lee o se escribe, todos como por el efecto de un hechizo medieval giran sus cabezas en dirección del docente de lenguaje. Vaya absurdo, como si la tarea de escribir y leer solo recayera en su figura o en su ejemplo. Este arcano modelo debemos eliminar de las aulas, para poder crear maestros y maestras lectores.

Sin embargo, pese a la anterior reflexión, aún muchos no logran concebir la quijotada que en muchas Instituciones Educativas, este acto creador y mágico este sometido al prejuicio de los justos y de los doctos y que luego se ignore, y a los estudiantes no se les permita dejarse permear por gusto de leer y escribir.

Pese al absurdo, todos sin el ánimo de ser eruditos, somos conocedores que, sin maestros y maestras lectores, buenos lectores, lectores asiduos, lectores por gusto y necesidad de leer, no es posible formar alumnos lectores. Sin maestros lectores no hay posibilidad de esa educación relevante, organizada en torno a la lectura, orientada hacia el aprendizaje y el autoaprendizaje que describen quienes imaginan, desde hace siglos, una educación deseable, dentro y fuera de la escuela.

En los claustros muchos se resisten a seguir leyendo y comentando un cuento, un poema, una retahíla, una adivinanza, una copla, una tragedia o dejarse llevar por la magia de los libros infantiles que están disponibles en sus escuelas, otros quizás no leen como deberían leer y luego acosan a sus alumnos para que hagan un ejercicio lector óptimo. Quizás se les olvida que las nuevas generaciones necesitan del goce y es a través del arte, la lúdica y sobre todo siendo felices que se ama leer. No con la culpa de la tarea o la evaluación que solo los aleja.

A menudo los estudiantes buscan ir al encuentro con la magia que se encierra en los libros, y en esos encuentros, la memoria los ha sorprendido con una historia contextualizada, con un salón colorido, con cojines y muchos textos desparramados por el suelo. Es maravilloso poder ver un puñado de estudiantes risueños y bulliciosos leyendo cuentos y descubriendo entusiasmados la lectura por placer frente a una sociedad iracunda y excluyente.

Maestras y maestros permítanse volver a ser alumnos, perciban con mayor claridad las virtudes y los problemas de su práctica pedagógica, y re-descúbranse a sí mismos como aprendices, como lectores y escritores. Ese será el mejor ejemplo.