VÍCTOR PAZ OTERO
Gran caballero y gran cabalgador de todos los talentos literarios. Siempre es como una sorpresa inagotable. Es como un descuido que nos da cuidado y es indudable que sigue vivo con su propia muerte y al sueño de la vida está despierto.
Quevedo es medular como su España. Conjugador de tantas cosas, es como una caja de Pandora siempre abierta de la que nunca puede escaparse su extraña y estremecedora poesía.
Nació casi hecho una leyenda y fue por la vida tejiendo y construyendo entuertos y poemas, haciendo obras diversas e ironías, sonetos de perturbadora maestría, calamidades personales. Buscando elementos con qué saciar su ingenio, fue prisionero de los reyes por sus muchas burlas.
Cuéntase que usaba pequeña barba roja y que era espadachín diestro y consumado y que trabóse en duelo infinidad de veces. Gustaba de vivir en cortes y palacios, entregado con pasión a menesteres misteriosos de orden diplomático y que manejaba con reconocida solvencia y perfección las lenguas vivas de su tiempo y las maravillosas y mal llamadas lenguas muertas con las que hablaron otras épocas.
Es de suponer que siempre comulgó con aquello de que mejor vida es morir que vivir muerto y, por no desandar lo caminado. Cargado de él fue hacia adelante y siempre la poesía le permitió que juntara tanto infierno a tanto cielo.
Practicó y estuvo sumergido en muchos saberes de su época. Estudio derecho y medicina, también filosofía, pero graduóse en teología. Y mantuvo activa y grácil comunicación epistolar con los grandes y reconocidos eruditos de su tiempo.
Ya en su propia vida gozo de alta fama y prestigios merecidos. Sirvió con gala y donosura a condes engreídos y es de suponer preñados de ignorancia que lo llevaron en sus misiones diplomáticas para que les ayudase con el asunto de las lenguas vivas y el singular talento y la erudita forma de hacer análisis en lo que siempre destacó el poeta.
Pero las más de las veces acabo en enemistad con los viejos y solemnes cortesanos y a todos hizo víctima de sus punzantes ironías. Los reyes le temían y de vez en cuando lo hospedaban con alguna largueza en sus prisiones. Pero él seguía escribiendo, al parecer sin tregua y sin fatiga, y a la par que su obra también su fama se iba dilatando en el vasto imperio de la soberbia España. Cometió alguno que otro plagio, o tal vez solamente compartió la misma inspiración con algún otro genio antecesor. Pero sobre todas las cosas fue grande y perspicaz y vio a la España opulenta de su época a través de lentes verdaderos y la descifro con sus ojos penetrantes de poeta.
Alguna vez, en trance de escribir su biografía, consignaba: “hijo de algo pero no señor”. Pues la ironía siempre en todo le era medular y muchas veces también la pasión por la diatriba nunca descuidaba. Fue amigo de Lope, pero enemigo frenético del alambicado Góngora. También fue lírico y místico. Su obra es como un inmenso e impresionante mosaico de diversas maravillas, a veces inclusive incoherentes y contradictorias, que expresa con cierta perfección la simetría de su espíritu barroco que se opone al orden armonioso de lo clásico. Quizá por eso combinaba con cierta maestría lo serio y lo grotesco, lo más alto y lo más bajo, lo vulgar y lo ingenioso, lo sutil y lo profano, lo opuesto a lo espiritual y a lo sagrado. Y también, tal vez por eso mismo, su inmensa fama y su prestigio atraviesan los siglos unidos a su capacidad para la burla y la ironía. Fue además cojo, feo y miope. De esa miopía se deriva como herencia los “quevedos” esos pequeños anteojos que hoy ayudan a mantener vivo su recuerdo. Fue ferozmente español. Su sueño, su buscón don Pablos, su vida contradictoria, su fusión de literato con político, su ironía y su espada, su pasión, su inteligencia, todo en él dilata y expresa con máxima tensión el ser de España, esa criatura hecha de luces y de sombras que casi siempre está cubierta de hermosa poesía.