Textos árabes

VÍCTOR PAZ OTERO

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Malik Ibn Anas, quien legó a la posteridad fama de jurista notable y a quien se le atribuyó la gloria equívoca de haber concebido una doctrina irracional y abominadora de todo cambio -que se plegaba a un estricto respeto por el Corán- escribió y renegó de un texto en el cual sostenía que los árabes, por provenir del desierto, sólo podían imaginar el Paraíso como una geométrica y sensible participación del hombre en los deleites de la mujer, del agua, de los jardines y de los árboles, puesto que la mujer era la sed que el agua mitigaba, los jardines la sombra que al caminar la mujer proyectaba y los árboles: la música que la mujer soñaba; y que, además, Dios podía ser considerado como la proporción resultante de combinar el agua, el jardín, el árbol, la sed quitada, la sombra proyectada y que también Dios podía ser el tiempo inabarcable en el cual la mujer debería ser amada.

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Acrecentar los poderes de la palabra no ha sido de manera exclusiva el oficio al cual han ofrendado su vida y su tiempo los poetas. Han existido y siempre existirán otros seres que han introducido su maravilloso desorden en otras esferas cotidianas, y a ellos debemos ritos y ceremonias que aún hoy prevalecen y agregan a nuestra existencia elementos de delicada confusión y sirven de goce y de ornamento para el deleite de la vida.

Tal es el caso de ZIRYAB, poeta de fina extravagancia, quien fue acogido por el emir ABDU-AL-RAHMAN II, quien gobernó Córdoba entre los años 822 y 852 y que hoy es recordado por su amplia y versátil inteligencia, por su pasión obsesiva de imitar las formas y los modelos estéticos que predominaban en el califato de Bagdad.

ZIRYAB, quien también fue músico, retribuyó al benevolente emir aportando una serie variadísima de conocimientos sobre la cocina oriental. También le dio a conocer los perfumes, los cosméticos y los tejidos de seda, que hasta ese momento eran virtualmente desconocidos en Europa. Fue con Ziryab como las formas múltiples del refinamiento en el placer y en el vivir entraron a formar parte de la liturgia cotidiana; con ello multiplico los deleites y los placeres.

Introdujo además el buen Ziryab las formas protocolarias orientales. A él se debe esa extraña y displicente costumbre de que los súbditos no pudiesen mirar el rostro de los soberanos; privilegio solo otorgado a los seres principales, pero negado a los seres comunes.

Su influencia también fue decisiva para que se sustituyesen los vasos de oro y plata usados desde siempre en los banquetes, por la cristalería inventada en España. El mágico color del vino pudo, gracias a las argucias innovadoras del poeta, ejercer su cambiante fascinación en los practicantes de la fiesta.

Y fue también él, quien estableció un orden determinado, y de alguna manera inquebrantable, en la disposición de los menús: sopa, seguida luego de carne, y posteriormente los postres o los dulces.

Es decir, ZIRYAB, árabe como ninguno, poeta, músico y fervoroso adicto a los bellos placeres de la forma, fue el que desde tiempos lejanos encadenó, los de la España Islámica, la forma de nuestros días a la forma de sus deseos. Que el profeta ALÁ lo colme de bendiciones.