PALOMA MUÑOZ
Docente universitaria
La reunión con los violinistas estaba programada en la casa de Rosita, la Flaca, una de las voces de las Cantaoras del Patía. Me sentía emocionada, pues era mi cita con dos exponentes del violín como don Gentil Rodríguez y Parménides Caicedo Oliveros, quienes aún pervivían en la región, ya que la mayoría habían fallecido.
Aunque el tiempo era soleado y muy caluroso, nos cubría un cielo azul y la gente nos daba la bienvenida con esas sonrisas expresivas en las que asomaban esos dientes que parecían las teclas blancas de un piano. Daner Zapata, una mujer patiana, hermosa, llena de juventud y frescura, se convirtió en mi guía durante varias semanas para recorrer los caminos y lugares, organizando las reuniones y entrevistas con las numerosas personas que íbamos contactando. Nos reíamos mucho con cada anécdota que nos sucedía (por esa época hubo varios asesinatos en la región y la gente jocosamente me decía que “hasta el momento no habían linchado a ningún investigador”).
José Parménides Oliveros, violinista reconocido en el Patía, zurdo (el mundo musical está diseñado para diestros), de 65 años de edad (q.e.p.d.), oriundo de la vereda Palo Verde (Galíndez) y quien como músico acompañó a las Cantaoras del Patía, me contó que él construyó un violín de guadua con cuerdas de tiple y que lo hizo imitando a su abuelo materno José María Zapata, quien era violinista. “Ah, pero déjeme decirle que este violín que tengo ahora es de marca alemán. Me lo han querido comprar, pero yo no lo vendo por ninguna plata; se lo pienso dejar de herencia a los hijos”, me explicó.
En ese momento intervino don Gentil para indicar que el violín de Parménides lo tiene desde hace cien años (¿?), que se lo compró a un muchacho y que es de sonido “hembra” (los músicos patianos dicen que el violín “macho” es el de 4/4, el cual es más grande, y que el de ¾ es “hembra”, por ser más pequeño y su sonido más agudo, aunque el violín tradicional en esta región ha sido de gran tamaño y parecido a una viola).
Don Gentil Rodríguez Contreras, de 84 años (q.e.p.d.), habitante de la vereda La Ventica (Patía), me dijo que él había comenzado a tocar el instrumento desde los ocho años de edad, por oído e imitando a su hermano Diomedes Rodríguez (cuando comencé la investigación ya había fallecido, pero era reconocido en la región como un gran violinista). Don Gentil me comentó: “Con un violín de guáduba lo imitaba y, cuando era niño, el cura Segismundo Zapata me subía en una mesa para que tocara. Siendo grande también hice varios violines en guadua […] Yo toqué mucho violín en todas partes: toqué en Palmira con Olimpo Cárdenas; con Tito Cortés, el gran tumaqueño; en Mercaderes…”, hizo una larga pausa y agregó: “Ahora ya me olvidé, estoy muy enfermo, ya lo dejé. Cuando oigo esa música que yo tocaba, esos tangos por Carlos Gardel y Olimpo Cárdenas… me enguayabo… me dan ganas de… ¡Uf! Hubo muchos violinistas y grandes músicos, vea, aquí somos raza de artistas”.
Don Gentil fue profesor de música en el Patía. Les enseñaba a oído a los muchachos en su propio violín, así como él aprendió: por imitación.
Son las historias de un pueblo de afrocolombianos que han echado mano de un instrumento como el violín y que lo convirtieron en un elemento de identidad. Manos negras que, al principio, lo construían rústicamente en materiales de guadua y crin de caballo, en cuero, en mate-totumo o calabaza. Luego, a partir del siglo XIX, hicieron violines cortados a machete al estilo de uno moderno (como el que reposa en la colección de instrumentos de la biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá, llamado Violín del Patía hecho a machete en 1820, del “negro Mina”, elaborado por su bisabuelo).
Fueron días, meses y años de muchas conversaciones animadas, intensos intercambios de sentidos y afectos, risas, tocatas musicales, comilonas y conflictos sociales. Todo esto en la convivencia de un trabajo de campo situado para oír a los músicos, a las cantaoras y a la demás gente con sus relatos. Así, entonces, nos dimos a la tarea del reconocimiento de los saberes/haceres de los artistas y cultores del valle del Patía.